|
Hay que hacer memoria, nada más
|
por Andrés Cisneros (*) |
|
|
Por fin un acuerdo para dialogar. Ahora falta cumplir con el levantamiento del piquete y la paralización de las obras. En realidad no hay ningún avance: simplemente dejamos de ir para atrás. Estamos como al principio. Como debimos estar en 2002, cuando Uruguay anunció oficialmente su intención de construir estas plantas de celulosa.
Solo que bastante peor: ahora la obra ya está en un 30% y se ha generado innecesariamente un clima de primitivismo y hostilidad como no se recuerda en toda la historia de ambos países.
El anuncio de que se intentará designar de común acuerdo a una comisión internacional de expertos neutrales es buena noticia. De todas formas, parece previsible lo que éstos podrían dictaminar: a) que el nivel de polución planeado resulta aceptable para los estándares del Primer Mundo, o, b) que es inaceptable, indicando las mejoras técnicas que se debieran incorporar, o, c) que resultaría aconsejable desviar buena parte de los residuos a un río interior oriental.
Lo que no podría esperarse es un mágico anuncio de que a partir de ahora todo saldrá bien sin perjuicio para nadie. La situación se agrava porque se trata de un caso en que los beneficios económicos serán para un solo lado y los perjuicios ambientales, para el otro. La ecuación consistirá, entonces, en definir cuánta contaminación estará el gobierno argentino dispuesto a aceptar a cambio de ningún beneficio material y solo para mantener una buena relación con el Uruguay. Y explicarle eso a la sociedad argentina, empezando por Gualeguaychú.
Y es aquí donde los requerimientos de la tecnología y los de la política bien podrían coincidir. Los de la técnica, porque de nada valdría un acuerdo si no incluye alguna capacidad argentina para monitorear previa y diariamente el nivel de contaminación, con facultades para exigir correcciones a la otra parte cada vez que se superen los máximos acordados. Y los de la política, porque el convenio debiera obligar a ambos países a no instalar, en el futuro, emprendimientos semejantes sin la expresa y total conformidad previa y monitoreo posterior del otro firmante.
Un acuerdo así disminuiría lo más posible los daños que, a causa de nuestra incomprensible falta de reacción suficiente, se volcarán irremediablemente sobre costas argentinas. Facilitaría un sistema preventivo de futuros conflictos similares y, quizá, con éstos o con otros gobernantes que terminen entendiendo cómo funciona el mundo, estaríamos sentando las bases de un acuerdo estratégico, mayor, que solucione el problema por arriba, con la imaginación y el profesionalismo que han faltado en este caso.
No requiere esforzarse mucho: en la década de los setenta tuvimos un enfrentamiento semejante al anunciar Brasil la construcción de Itaipú. Cuando terminamos de enojarnos y de exhibirnos como víctimas por todo el planeta, entendimos que la solución pasaba por asociarnos, no por pelearnos con los vecinos. Así, en los Ochenta y Noventa, acordamos y construimos en Yacyretá, Garaví, Corpus y completamos Salto Grande y un entero cordón de obras complementarias, todas binacionales, que acabaron para siempre con las disputas hidroeléctricas por los ríos y fructificaron en un sistema coordinado de producción energética monumental, para beneficio de todos y mal de ninguno. No por casualidad, los cuatro países involucrados terminaron, pocos años después, conformando un emprendimiento todavía mayor, el Mercosur. Ese acuerdo energético significó para nosotros lo mismo que los del Carbón y el Acero para la naciente Comunidad Económica Europea. Después, se hicieron las cosas un poquito diferentes.
Allí está, disponible, el antecedente de cómo resolvimos, en aquellos años, un problema del todo semejante al que hoy afrontamos por la explotación pastera regional, que por cierto no detendrá su avance con estas obras de ENCE y Botnia. Son solo el principio: Paraguay y Brasil ya planifican emprendimientos similares. Este conflicto, como entonces el de Itaipú, podría dar paso a un acuerdo regional que regule este rubro como en su momento acordamos regular el hidroeléctrico.
Ya se sabe, en Argentina, cada gobierno considera que los que estuvieron antes no dejaron nada que sirva, ninguna experiencia para aprovechar. En este caso de Itaipú y la solución por arriba, a lo grande, la mayoría de nuestros conciudadanos escucha esto, hace memoria, y recuerda aquellos aciertos. Para otros, en cambio, se trata de una completa novedad, algo que ni pasa por sus cabezas. Lo bueno es que aquellos recuerden. Lo malo es que estos últimos parecen estar todos sentados en los despachos oficiales. De los dos países.
|