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Año IV - Nº 250
Uruguay,   07 de setiembre del 2007
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Cuando una empresa se va…

por Ernesto Poblet
 
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            Hace años que a usted le hablan con desprecio y temor de las “transnacionales” o “multinacionales” como si fueran una plaga que esparce su veneno para quedarse con lo que usted tiene, para quitarle ese algo de riqueza que supo acumular con su trabajo de todos los días. Los pulpos, los cerdos capitalistas con sus “barrigas repletas de comida” -al decir de la Bonafini el día oscuro de las torres gemelas- donde tres mil familias heterogéneas de todo el mundo se enlutaban por el monstruoso acontecimiento acaecido en el lugar más cosmopolita del planeta. Empezaban a sollozar la muerte de sus familiares estúpidamente asesinados por los esbirros suicidas del fanático Ben Laden. Los prejuicios contra el capitalismo han llegado al paroxismo.

            Las “transnacionales” son simplemente empresas que cumplen una función productiva dentro de la actividad capitalista. Supieron crecer y desarrollarse superando los tramos necesarios que permite la economía de escala. Crearon organizaciones gigantescas gracias al mundo civilizado que impulsó y le permitió a la humanidad henchir la tierra, crecer y multiplicarse como determina la milenaria biblia judía. No manifestábamos orgullo alguno los argentinos observando compañías de nuestro país que se expandían en otras naciones llevando su tecnología y capitales. Pescarmona, Techint, la Pérez Companc que ahora se llama Petrobras, Macri cuyo hijo comete el delito de apellidarse igual que el padre empresario y se lo reprochan, Loma Negra cuya dueña puede darse el lujo de donar y regalar lo que es de su propio patrimonio y no del Estado o de terceros, Bridas que llegó a aventurarse en Turkmenistán y asociada con otra grande del extranjero se permite creer en el país y hacer inversiones para explorar petróleo y gas, Invap que exporta tecnología sofisticada y construye reactores medicinales en Australia . No se nos ocurriría pensar que éstas también son “multinacionales” pues el patrioterismo siempre nos obnubiló el discernimiento.

            La Esso indudablemente es una transnacional. Pertenece a la organización empresarial que fundó el “amarrete” empresario John D. Rockefeller. Conocemos sólo detalles desvalorizantes de la vida de ese personaje norteamericano quien para dar una limosna prodigaba un consejo que al mismo tiempo constituía una sana lección de austeridad para el beneficiado. Acumuló tal dimensión de fortuna que para nuestros ojos legañosos de la envidia parecería exagerada. Vivió noventa y ocho años y fue contemporáneo del auge de la era industrial. Los dos últimos tercios del siglo XIX y el primero del siglo XX, suficiente lapso para armar colosales organizaciones de producción humana que hoy siguen dando trabajo y generando riquezas hasta en nuestros confines subdesarrollados.

            Lo que aún no hemos podido entender es una realidad simple del capitalismo. La riqueza que se genera con el talento y la organización del hombre inteligente nadie se la quita a nadie. La teoría de la plusvalía es la máxima majadería de Carlos Marx lo cual no es reprochable contra el filósofo que la elaboró sino contra los que hicieron un culto de esa fantasía atrofiante del crecimiento. Lamentablemente la expansión de ese principio perturba el desarrollo de los pueblos modernos. Hace muchos siglos que hemos superado la fisiocracia y muchos milenios que dejamos atrás la economía de la caza y de la pesca, ese reino de la jungla, del más fuerte, en el cual nadie podía enriquecerse y todos eran iguales en la desgracia y en el espanto.

            En nuestros países latinos del sur americano -culturizados por el centralismo borbón- se desprecia a la actividad privada, como se despreciaba el trabajo en la España anterior a Carlos III. Creemos más en la teoría espartana o soviética donde el hombre es una propiedad del gobierno del estado. Algunos hasta admiran las normas que se pergeñan en un país sojuzgado del Caribe en el cual los niños de cuatro años pasarían a ser propiedad del Estado, educados por el Estado con la sola concesión de ver sus familiares dos veces en el mes. O idolatran al tirano también caribeño que se proclama dueño del cerebro de los científicos. O a un legendario médico que nunca se apartó de la ametralladora.

            Las empresas transnacionales –para llegar a esa categoría- necesitan años de afiatamiento y consolidación en su país de origen. Cuando acceden a trabajar en otras fronteras lo hacen previos exámenes que les exigen las sociedades donde arriban. Al cotizar en las bolsas del mundo bursátil se someten a una transparencia de efectos ecográficos. Incluso los balances pueden ser examinados a través de Internet por cualquiera que posea una computadora.

            La honestidad más que una ley es una obligación y una ventaja difícil de eludir en el universo capitalista. Allí hay que ser honesto por naturaleza y por adopción pues no se pueden quebrar ciertos códigos, ello iría en su propia destrucción. Por el contrario, en el mundillo estatal espartano la corrupción se presume y se hace necesario demostrar, comprobar la honestidad. Cuando el funcionario del Estado se enriquece en demasía se hace evidente que su fortuna surgió de coimas, sobornos o exacciones.

            En la China Comunista de pocas décadas atrás -durante el período de la siniestra “Revolución Cultural” que lideró la mujer de Mao Tse Tung- los alumnos enceguecidos perseguían, golpeaban y humillaban a sus profesores acusándolos de burgueses y capitalistas. Esto ocurría en los patios de las escuelas y de las universidades. Los argentinos nos estamos asimilando a ese nivel de barbarie.

            Cuenta un informe del diario La Nación del 28-08-07 un suceso emblemático de un régimen estatista manejado por un único partido de élite o, lo que es similar, un frente de transversales avivados para sólo obtener victorias: “…el empresario invita al funcionario o al director de un banco estatal a un gran almuerzo. Toman cerveza y vino hasta quedar completamente borrachos. Se crea entonces un lazo de intimidad. El funcionario aprueba cualquier proyecto –por inviable que sea- y recibe un dinero por fuera. En el futuro el proyecto pasará a integrar la bolsa del 37 % de créditos incobrables que tienen los bancos estatales chinos….” La frase final del informe del suplemento Enfoques lo dice todo: “una bomba de tiempo…”

            Nuestro régimen de gobierno avanza peligrosamente hacia ese destino. Prometen volver a crear bancos estatales. Las empresas de la “burguesía nacional” son un eufemismo para adjudicar las licitaciones a los amigos del poder. La “argentinización” va más allá en la engañifa, procuran adueñarse de las empresas consolidadas a través de los camaradas cercanos al gobierno que raudamente se prestan a comprar los paquetes accionarios. Para eso es necesario que desaparezcan del país las compañías genuinamente competitivas como siempre lo han sido Esso y Shell.

            Adiós Esso , muchas gracias por tantas décadas de experiencia, trabajo, tecnología, inversiones, sueldos, educación y capacitación, obras sociales, premios, becas, riesgos, comercio prolijo, industrias calificadas y el recuerdo imborrable de aquel locutor radial que voceaba hace muchos años: “el repórter Esso…el repórter Esso”.

            Cuando una empresa amiga se va… se produce un gran vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otra empresa…, diría nuestro querido juglar Alberto Cortés.

Fuente: Atlas 1853

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