Los partidos, el Estado y la descentralización
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por Juan Martín Posadas |
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Todos los historiadores, sin excepción, enseñan que el estado uruguayo fue creado y se consolidó por obra de los partidos políticos. A diferencia de lo que sucedió con otros países de nuestro continente, el estado uruguayo independiente que emergió de la colonia no fue obra ni de elites intelectuales esclarecidas ni de las clases adineradas. El estado uruguayo es creación de los partidos políticos uruguayos que fueron contemporáneos de su creación (y por esa razón son llamados partidos fundacionales).
También es un hecho destacable y singular que, desde un comienzo, esos partidos fundacionales mantuvieron una relación directa con la sociedad, con los mitos nacionales, con el entusiasmo colectivo y con determinados rasgos identitarios orientales, sin supeditar su vida o su actividad ni al estado ni al gobierno. No se encerraron en las estructuras de ese Estado que habían formado y siguieron considerando, durante mucho tiempo, que la materia sobre la cual querían incidir y actuar era la sociedad toda. De allí y no del gobierno recibían su vitalidad y allí aspiraban a volcar su dinamismo y sus energías.
Gradualmente y a medida que iban corriendo los años los partidos se fueron focalizando en el gobierno. A partir de fines de siglo XIX la tendencia estatista que se desprende de la visión de Batlle y Ordoñez arrastra al Partido Colorado hacia el Estado, al punto de que, en la acepción popular, sucede lo que alguna vez señaló Wilson: Partido Colorado es el nombre que en el Uruguay se le da al gobierno.
Desde esos orígenes para adelante, con una fuerte agudización en tiempos de Terra, el Estado pasa a ocupar prácticamente todo el espacio público y el imaginario colectivo comienza a aceptar que todo proviene del estado y nada es posible sin su ayuda o intercesión. El Uruguay adquiere esa forma.
Es históricamente comprensible que el Partido Colorado, por su vinculación tan prolongada con el gobierno y por la influencia tan fuerte de Batlle y Ordoñez, haya derivado con más facilidad hacia la pérdida de relación directa con la sociedad. Es filosóficamente comprensible que al Frente Amplio le haya pasado lo mismo (en menos tiempo) dado sus orígenes ideológicos estatistas y colectivistas.
El Partido Nacional es de quien se espera, histórica y filosóficamente, la recuperación de la relación directa con la sociedad, sin mediación estatal o gubernamental alguna. En el legado partidario descansa la fuerza y la lucidez para esa tarea.
Tomemos un ejemplo actual para aclarar mejor lo anterior: la descentralización. En un partido fuertemente referido al Estado la descentralización es un proyecto de gestión de gobierno y refiere básicamente al funcionamiento eficiente de ciertos órganos administrativos. Es así como lo entiende y lo pone por obra actualmente el Frente Amplio en Montevideo.
En cambio, en un partido referido a la nación antes que al Estado, como es el caso de nuestro partido, la descentralización es un aliento a que la gente tome en sus manos las decisiones que atañen al vecindario. Para nosotros ese propósito no es otra cosa que la revitalización de la comarca como valor. En una palabra, es parte de una visión de país, constituye una invitación directa, sin trámite o tránsito por el estado, para que el entusiasmo nacional se aplique a labrar un tipo de sociedad: una nación por encima del estado.
En estos días, a raíz de los homenajes a Oribe, se ha visto un Partido Nacional dirigiéndose a los uruguayos, comunicándose directamente con la sociedad en distintos ámbitos. Lo ha hecho en la Universidad de la República, en la calle frente al monumento al Brigadier General, en la Iglesia de la Unión que Oribe fundó, en el salón de fiestas del Palacio Legislativo y en la Asamblea General. Así da gusto.
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