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Año V Nro. 372 - Uruguay, 08 de enero del 2010  
 
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¿Guerra? ¿Qué guerra?
por Charles Krauthammer

 
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          Janet Napolitano - ex gobernadora de Arizona, hoy en un puesto de secretario de Seguridad Nacional que le viene grande - siempre será recordada por haber dicho esto de la tentativa de abatir un aparato comercial sobre Detroit: "El sistema funcionó". El preocupado progenitor del terrorista había dado parte a las autoridades norteamericanas de las tendencias yihadistas de su hijo. El presunto terrorista suicida pagó en efectivo y viajaba sin equipaje a bordo de un vuelo transoceánico. No obstante se le permitió embarcar, y habría asesinado a 288 personas solo en el aire si no hubiera sido por un detonador defectuoso y la acción decidida de unos pocos pasajeros.

Gran trabajo

          La razón de que el país esté  incómodo con la respuesta de la administración Obama a este ataque es que se trata de un claro indicio no solo de incompetencia, sino de desorientación. Desde el primer momento, el Presidente Obama ha tratado de restar importancia sin descanso y negar la naturaleza de la amenaza terrorista que seguimos confrontando. Napolitano rebautiza el terrorismo como "desastre causado por el hombre". Obama se va al extranjero y se compromete a redimir América de sus pecados antiterroristas post-11 de Septiembre. En adelante, se cerrará Guantánamo, los interrogadores de la CIA se enfrentarán a un fiscal especial, y Jalid Sheij Mohammed será juzgado por la vía civil en Nueva York - una apuesta arriesgada por la corrección política y la gestión de la imagen. 

          Y sólo para asegurarse de que hasta el más tonto lo entiende, Obama destierra el término "guerra contra el terror". Se acabó - si existió alguna vez, quiero decir. 

          Obama puede haber declarado finalizada la guerra. Lamentablemente, al-Qaeda no. Lo que da un nuevo significado al término "guerra asimétrica". 

          Y da lugar a curiosidades lingüísticas - y lógicas - que jalonaron los pronunciamientos públicos de Obama tras el ataque del día de Navidad. En su primera declaración, Obama se refiere a Omar Faruj Abdulmutallab como "un extremista aislado". Este es el mismo presidente que, tras el tiroteo de Ford Hood, nos advertía de "lanzarnos a sacar conclusiones precipitadas" - un eufemismo sobre atreverse a relacionar el asesinato múltiple cometido por Nidal Hasán con su ideología islamista. Sin embargo, con Abdulmutallab, Obama se lanzó inmediatamente a sacar la conclusión, en contra de todas las pruebas halladas, de que el atacante actuó en solitario. 

          Más chocante aún fueron las referencias de Obama al terrorista como "sospechoso" que "presuntamente trató de detonar un artefacto explosivo". Se puede oír el eco de Franklin Delano Roosevelt: "Ayer, día 7 de diciembre de 1941 - una fecha que pasará a la infamia - supuestos miembros de la marina y las fuerzas aéreas japonesas bombardearon presuntamente Pearl Harbor".

          Obama aseguró a la nación que este "sospechoso" había sido acusado. ¿Se siente más seguro? El presidente debería decir: Hemos capturado a un combatiente enemigo - un combatiente ilegal según las leyes de la guerra: sin uniformar, atacando directamente a la población civil - y para evitar futuros ataques, ahora está siendo interrogado para obtener la información que pueda tener acerca de al-Qaeda en Yemen.

          En cambio, Abdulmutallab es enviado a algún calabozo de la zona de Detroit y con efecto inmediato se le proporciona un abogado. Momento en el cual - ¡sorpresa! - deja de hablar. 

          Este despropósito deja en evidencia lo absurdo de la declaración de Obama de "no vamos a descansar hasta que encontremos a todos los que están involucrados". Una vez que hemos dado a Abdulmutallab el derecho a guardar silencio, hemos renunciado gratuitamente a nuestro derecho a saber de él exactamente quién más participó, es decir, aquellos que le formaron, entrenaron, armaron y enviaron.

          Todo esto es una locura, hasta viniendo de Obama. Envía 30.000 efectivos a luchar contra el terrorismo al extranjero, sin embargo, si algún terrorista viene a atacarnos aquí, se transforma por arte de magia de enemigo en imputado.

          La lógica es perversa. Si encontramos a Abdulmutallab en un campo de entrenamiento de Al-Qaeda en Yemen, donde simplemente se prepara para cometer un ataque terrorista, lo vaporizamos con un Predator - sin juez, jurado o dudas. Pero si lo cogemos en Estados Unidos cometiendo el mismo acto de asesinato múltiple, adquiere inmediatamente inmunidad no solo a la ejecución por vehículo no tripulado sino hasta al interrogatorio. 

          El presidente dijo que este incidente pone de relieve "el carácter de aquellos que amenazan a nuestra patria". Pero el presidente está constantemente negando la naturaleza de aquellos que amenazan a nuestra patria. El martes, se refirió cinco veces a Abdulmutallab (y sus secuaces terroristas) como "extremista(s)".

          Un hombre que dispara a médicos abortistas es un extremista. Un eco-fanático que incendia explotaciones forestales es un extremista. Abdulmutallab no es uno de ellos. Él es un yihadista. Y a diferencia de los tipos que disparan a médicos abortistas, los yihadistas disponen de células por todo el mundo: vuelan por los aires metros en Londres, clubes nocturnos en Bali y aviones sobre Detroit (si pueden), y juran públicamente guerra a Estados Unidos.

          A cualquier gobierno se le puede colar alguien por laxitud. Pero un gobierno que se niega a admitir que estamos en guerra, que en la práctica se niega hasta a bautizar al enemigo - yihadista es una palabra desterrada del léxico Obama - convierte la laxitud en una filosofía de administración.

© 2009, Washington Post Writers Group
Fuente: America's Daily

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