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Año V Nro. 372 - Uruguay, 08 de enero del 2010  
 
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Fernando Pintos

La pasta ética de los electores…
En América Latina y Uruguay

por Fernando Pintos

 
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         El resultado a todas luces surrealista de las recientes elecciones en Uruguay me ha confirmado, por una vez más en lo que va de este siglo, que salvo algunos contados países —Colombia, Perú, Chile, Panamá, Costa Rica y México—, todo ese vasto universo macondiano que se extiende desde la margen sur del Río Bravo hasta el extremo austral la Tierra del Fuego se viene hundiendo, cada vez más, en un pantanal de subdesarrollo y barbarie. Y que para ello, se están utilizando de manera tan eficiente como maquiavélica aquellos instrumentos formales que proporciona la propia democracia, para así perpetrar su directa destrucción, tal cual hicieron los nazis en la Alemania de 1933)… Pero, peor todavía, todo ello se va cumpliendo en tanto se está concediendo una razón absoluta a las expresiones drásticas (también proféticas) que pronunció el escritor norteamericano James E. Michener en 1987, cuando le preguntaron por qué extraña razón no dedicaba una de sus extraordinarias y torrenciales novelas históricas a esta desgraciada parte del mundo: «Porque es un continente de segunda, habitado por gente de tercera», explicó.

         Y todo lo anterior me trajo a la memoria un artículo magistral de Carlos Alberto Montaner, que fue publicado en noviembre de 2006, en diferentes periódicos de toda América. Aquel compendio de sabiduría y sentido común se titulaba «La viscosa pasta ética de los electores latinoamericanos», y a continuación les ofrezco su contenido en forma textual.

«…¿Qué hace falta para que los latinoamericanos descalifiquen electoralmente a un político y lo rechacen en el plano moral? Los nicaragüenses están por reelegir a Daniel Ortega , quien comenzó su carrera revolucionaria asaltando un banco en 1967 y la coronó violando a Zoilamérica Narváez, desde que era una niña, infamia que cometía en la casa de gobierno, como me contó esta muchacha.
Además de esas fechorías, Ortega está acusado de genocidio contra las minorías indígenas de su país ante los tribunales internacionales, y nadie en Nicaragua ignora que durante su gobierno hubo decenas de asesinatos políticos y se torturaba en las cárceles, y que su presidencia acabó en 1990 en “la piñata”, acto en el que parte de la cúpula sandinista se adjudicó la propiedad de numerosos bienes previamente confiscados a sus legítimos propietarios. No obstante, cerca del 40 por ciento de los nicaragüenses quiere devolverlo a la primera magistratura del país. ¿De qué viscosa pasta ética están hechos estos electores?
En Venezuela, más o menos es lo mismo: casi la mitad apoyaría a Chávez en su renovada apuesta electoral de diciembre. Muchos lo hacen desde 1992, cuando asaltó a tiros la casa presidencial para matar al Presidente legítimo e instaurar una dictadura militar. A fines de esa década, debido a esa acción, una mayoría eligió a Hugo Chávez, quien a partir de ese momento cambió las leyes a su antojo, se apoderó de las instituciones, sus matones ametrallaron a manifestantes desarmados, amañó comicios, utiliza los fondos públicos como su cuenta de banco particular y, para que no se olvide quién lleva los pantalones en casa, le dio una paliza a su mujer por la que fue hospitalizada. Pero nada de eso parece descalificarlo ante una parte de la sociedad. ¿De qué viscosa pasta ética están hechos estos electores?
En Perú no parece ser diferente. Alberto Fujimori espera en Chile una oportunidad para alcanzar la presidencia y pareciera que un tercio de los votantes lo respaldaría. Para ellos carece de importancia la corrupción de Vladimiro Montesinos filmada en videos, las pruebas de asesinatos cometidos por el Ejército en la lucha contra la subversión y el terrorismo, y el autogolpe con que Fujimori en 1992 desmanteló la democracia y puso las instituciones del país a su servicio. ¿De qué viscosa pasta ética están hechos estos electores?
Los ejemplos pueden extenderse ad infinitum. El peronismo es una patología política que nunca baja del 50 por ciento en el respaldo electoral argentino. En Ecuador, son legión los que respaldan al Loco Abdalá Bucaram; en Uruguay, los crímenes de los tupamaros jamás les quitaron un voto; en Brasil, el presidente Lula continúa inmune a los escándalos de corrupción de su gobierno; mientras que en Chile muchos añoran todavía al general Pinochet, pese a las pruebas de su desprecio por la ley, violaciones de los derechos humanos y costumbre de apoderarse de los bienes de la nación.
El problema es gravísimo, porque la estabilidad de un Estado de derecho radica en los valores morales de la sociedad y no en la estructura jurídica consignada en la constitución.
Los latinoamericanos no son víctimas de una clase política empedernidamente corrupta, sino de su tolerancia con quienes violan las leyes y de su indiferencia ante la ruptura de las normas.
El viejo dictum que establece que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, casi siempre encierra una amarga verdad. Si nos importa elegir bribones, no tenemos derecho de quejarnos…».

         Las palabras de Carlos Alberto Montaner, por precisas y exactas, dejan poco qué decir y nada que agregar. En todo caso, la reflexión que como uruguayos nos compete, debería apuntar hacia las causas, sin duda profundas pero en buena medida incomprensibles, que llevaron a una mayoría del electorado de nuestro país a votar por un individuo como José Mujica y por los indeseables que lo rodean (con excepción de Danilo Astori y alguna que otra golondrina por el estilo, todas las cuales se verán férreamente impedidas de hacer verano). Un misterio que posiblemente nunca se aclare por completo, pero que de buen seguro tendrá terribles consecuencias en los siguientes cinco años.

© Fernando Pintos para Informe Uruguay

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