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Año V Nro. 372 - Uruguay, 08 de enero del 2010  
 
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Gonzalo Bustamante Kuschel

Argentina: Un Tango político sin liberalismo
por Gonzalo Bustamante Kuschel

 
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          Si un politólogo o un  historiador de las ideas desean naufragar en su intento por explicar o entender una realidad política, lo mejor que puede hacer es tratar de entender la política italiana o argentina. Quizás no sea casual en esto  la deuda cultural que el segundo país posee respecto del primero. ¿Cómo poder entender en una sola realidad: el espíritu emprendedor que ha dado lugar a los Ferrari, Lamborghini, Pirelli, al Renacimiento, la genialidad de Fellini, Berio y el futurismo con la Tangentópolis, la estrategia de la tensión o un personaje como il Cavalieri (Berlusconi)? ¿Por qué la seriedad y profesionalismo de Argentina en los deportes, crianza de animales, la Agro-Industria, la capacidad y creatividad de muchos de sus profesionales ni hablar su literatura o música (el Tango es de producir envidia en cualquier nación desarrollada como expresión de riqueza cultural popular) no se refleja en sus instituciones políticas y económicas?

          En ambos casos existe una falta de consolidación del liberalismo político. Éste último entendido como la institucionalización de mecanismos neutros que aseguren la imparcialidad en la distribución del poder y la riqueza en la sociedad. Esto  no es patrimonio exclusivo ni de la izquierda ni la derecha, sino que una condición de la existencia de democracias maduras. ¿Por qué pasó eso en Argentina e Italia? Las razones son varias desde una perspectiva histórico-sociológica pero quisiera detenerme en una de ellas: el Nacionalismo como eje unificador de la nación.

          El nacionalismo político tomó la forma de una fuerza política unificadora centrada en el mito de la particularidad de ambos pueblos y la encarnación de esas virtudes únicas en “personas” y no en instituciones. Los partidos políticos italianos y argentinos se articularon entorno a personas. En ambos países, tanto la izquierda como la derecha, han tenido problemas para formar proyectos colectivos que no descansen en la imagen de un “caudillo”. De modo más notorio aun en Argentina que en Italia. En ésta última nación la experiencia traumática de la catástrofe del régimen de Mussolini y la Segunda Guerra Mundial tuvo un efecto sobre los personalismos. El Partido Comunista Italiano con todos sus particularismos respecto a otros partidos de igual signo fue también un caso especial en esto: se estructuró en base a una convocatoria y dirigentes como Togliatti o Berlinguer que los supieron encarnar pero no como figuras iluminadas.

          La Argentina, por el contrario, desarrolló una falta de institucionalización de sus corrientes políticas, que llevará a que estas se van a manifestar, básicamente, en el Peronismo y el golpismo militar. El radicalismo si bien será una alternativa a ambos no logrará constituirse en una opción realmente competitiva, a lo más será un tránsito entre ambas.

          El Peronismo es el gran fenómeno de la política argentina y su gran tragedia. Hace unos años atrás, el hoy senador electo y ex Canciller chileno Ignacio Walker, en una columna destacó la similitud entre el fascismo italiano y el peronismo argentino. Desató la ira tras la cordillera de los Andes. Desde un punto de vista académico, la comparación es evidente, fundada en ligazones históricas obvias y lo de Ignacio Walker no tiene nada de nuevo. En Argentina, daría la impresión, que existe una disociación entre el abundante material académico y erudito sobre el Peronismo y sus vinculaciones con lo que se entiende por populismo y el fascismo, con la discusión pública general sobre él. El Peronismo, para bien o para mal, ha suplido la falta de institucionalización tanto de la derecha como de la izquierda argentina. Ha sido el movimiento que ha reemplazado las instituciones liberales.

          El Peronismo, al igual que el Fascismo italiano, se funda, básicamente, en sentimientos, interpretar aspiraciones del momento, capacidad de generar identificación con líderes: Perón, Evita, Menem, los Kirchner, Duhalde. Además de articular intereses corporativos.

          Las instituciones liberales generan: partidos políticos que se estructuran en base  a programas y proyectos e instancias que velan por la neutralidad de los procesos y las garantías de los ciudadanos. Cuando no existe esa institucionalidad se le reemplaza por la voluntad del líder, los intereses del movimiento o la opinión de la mayoría momentánea. En ese sentido, las garantías liberales asumen cierta forma de imparcialidad a-temporal.

          Si Chile y Uruguay han marcado una diferencia en nuestro continente, es que sus instituciones liberales han sido más sólidas. Más allá de diferencias semánticas, desde una perspectiva sociológica e histórica, el Berlusconismo y el Kirchnerismo tienen mucho en común. Ambos no son entendibles sin referencia a la retórica nacionalista de inicios del siglo XX que unió  a la idea de “pueblos especiales” su manifestación en personas que encarnaban esa particularidad. Por cierto, hay diferencias claras en cuanto uno se ubica  a la derecha y el otro  a la izquierda, pero como fenómenos socio-políticos, comparten una raíz común.

          Sudamérica necesita, si desea tener algún papel más allá del anecdótico, que Argentina, uno de sus principales actores, rompa el “síndrome italiano” y se sume a los países de instituciones liberales solidas. Brasil es un buen ejemplo para empezar a ir por ese camino, que antes ya hicieron Uruguay y Chile, y que ojalá siga la Argentina, pues nuestro continente lo requiere. El agravante para este país es, que a la inversa de Italia, no posee ni su potencial industrial ni se encuentra, geográficamente, en una de las zonas más ricas cultural, política y económicas del mundo: el Berlusconismo es lujo de rico, el Kirchnerismo tragedia de pobres.

Fuente: Cadal

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