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Año V Nro. 372 - Uruguay, 08 de enero del 2010
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Hugo Chávez sigue poseído. Hace tiempo que viene provocando a Colombia, su enemigo más cercano. A Estados Unidos, su enemigo más odiado. A Israel, por ser enemigo de sus amigos árabes, y ahora sumó en su lista a los Países Bajos. Holanda es miembro de la OTAN que agrupa a 28 naciones. Si contamos a todos aquellos con los que el Demente Coronel quiere enfrentarse, tenemos casi a una cuarta parte del planeta. De algo podemos estar prácticamente seguros: guerra va a haber. Sería la primera conflagración intercontinental iniciada en Latinoamérica. Eso le hace sentirse importante. El motivo por el que agregó a Holanda entre sus adversarios, es porque según sus comentarios, Estados Unidos está armando hasta los dientes a Aruba y Curazao para atacarlo. Puede que tenga razón. Desde que tomó el poder, y sin incitación, el coronel anda comprando armas y previniendo con “acabar con el imperio”. Se alió con Rusia e Irán, que no son palabras menores. ¿Qué pretende que haga Estados Unidos, cruzarse de brazos? Cuando un individuo como Chávez, de escaso calibre intelectual, horrendamente acomplejado, porque de lindo no tiene nada, llega a obtener un poder tan crecido, su obsesión narcisista se torna más grande. Ya es parte de los libros de historia y de caricaturas. Tiene todo lo que un hombre puede desear materialmente, producto de su destreza en el desfalco. Su objetivo glorioso es tomar el poder hegemónico del continente, algo que nadie intentó. Su fiel esbirro, Evo Morales, le sigue el paso, maravillado, por haber logrado en su feudo lo mismo que él, siendo un inexperto total. El indígena aimara no llega al esnobismo pero si a la pedantería del venezolano. Ningún campesino sudamericano saltó de la choza al palacio como Morales. Todo lo que tiene se lo debe a Chávez y hará lo que éste le diga. Es descabellado pensar que los raquíticos bolivarianos puedan hacerle frente a Estados Unidos y sus aliados. Pero si Rusia e Irán se adhieren al venezolano, la cuestión adquiere otra dimensión. Seguramente Rusia, disfrutando del mejor momento de prosperidad de su vida contemporánea, le seguirá vendiendo armas, como hizo hasta ahora, y finalmente se hará a un lado. Pero Venezuela con Irán pueden arruinarle el fin de semana a cualquiera. El ejército de Estados Unidos, que igual que el de Israel, trata de no herir inocentes, viene combatiendo en Afganistán desde 2001, con aproximadamente 200.000 soldados. Tiene el personal mejor entrenado y la tecnología militar más avanzada. Su contraparte, los Talibanes, son menos de 30.000, portan anticuados, baratos, pero eficaces fusiles AK-47, lanzacohetes y obuses, y no terminan de ser abatidos porque se esconden entre los aldeanos, en una zona desértica y montañosa que no debería ser de difícil rastreo. La AK-47 (Automat Kalashnikov-47) fue diseñada en 1947, de ahí su nombre. Con las AK-103, ametralladoras mucho más modernas, de las que Chávez compró 100.000 unidades, y quiere montar una fábrica en Venezuela para proveer a sus adláteres. Los guerrilleros latinoamericanos pueden ocasionar estragos por tiempo incalculable. Las FARC, el brazo armado del Partido Comunista de Colombia, pertrechado en la densa selva amazónica, vienen atormentando a sus compatriotas desde 1964. Hace 45 años. El concepto mejor aprovechado por los déspotas modernos, es el de la corrección política en la guerra. Con equipo militar de última generación, los norteamericanos no consiguen imponerse sobre el enemigo, porque la propaganda mediática progresista acusa a los estados democráticos de “genocidas” si muere algún parroquiano, pero no dice lo mismo de los terroristas que atacan deliberadamente civiles. Esa distorsión moral es la causante del dilema que vuelve vulnerables a los que se manejan en la decencia y desean vivir en paz, frente a los extremistas musulmanes e izquierdistas que quieren esclavizar al mundo bajo sus envenenadas ideas. Terminar con la beligerancia en el Medio Oriente es difícil, porque son millones los que acatan ciegamente una alevosa convicción fundamentalista. En Sudamérica la solución es muy sencilla, basta con que Hugo Chávez deje de ser presidente. © José Brechner
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