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Año V Nro. 272 - Uruguay, 8 de febrero del 2008   
 

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Darío Acevedo Carmona

Y el pueblo habló
por Darío Acevedo Carmona - (Perfil) - Medellín/Colombia -

 
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            La impresionante manifestación de repudio popular contra las FARC y el secuestro tiene pocos antecedentes en la historia reciente de Colombia. Podemos citar dos eventos de esta magnitud: la manifestación del silencio convocada por el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el 8 de febrero de 1948 contra la violencia. Miles de hombres y mujeres, liberales y conservadores, desfilaron por las calles de Bogotá y se congregaron en la Plaza de Bolívar, vestidos de negro, en absoluto silencio. Gaitán pronunció la Oración por la paz, una de las piezas más emblemáticas de la retórica política de la época. La diferencia es que en el resto del país no se hizo lo mismo. La segunda ocurrió el 10 de mayo de 1957 cuando todas las fuerzas sociales y políticas de la nación convocaron un paro cívico para derrocar al dictador Rojas Pinilla y reclamar la restauración de la democracia. En esta oportunidad la población volcada a las calles logró conquistar su objetivo. Después de estas acciones son pocas las veces en que la ciudadanía ha desplegado su poder. Eventos aislados de protesta se han realizado por diversas motivaciones: contra las mafias, contra los paramilitares, grandes desfiles de protesta y luto por los magnicidios de líderes de distintos partidos, Galán, Pardo Leal, Jaramillo Ossa, Pizarro, el humorista Garzón, defensores de derechos humanos. Pero nunca se había producido una movilización tan grande contra una guerrilla en concreto y esto hay que resaltarlo pues ni siquiera se dio con motivo del mortífero atentado contra el Club El Nogal. La más reciente expresión de gran impacto fue la convocatoria del Mandato Ciudadano por la Paz en 1997 que arrojó un apoyo de cerca de diez millones de votos a favor del inicio de conversaciones entre el estado y las guerrillas.

            No contamos pues con una tradición sólida y constante en materia de protesta masiva de los ciudadanos cuando de defender causas colectivas de gran sensibilidad se trata, pero, tampoco hemos permanecido en silencio como afirmaron varios columnistas y dirigentes de izquierda. No sabemos hasta dónde se pueda mantener la guardia en alto y la disposición de ánimo para volver a marchar cuando las circunstancias lo ameriten, pero las lecciones de esta marcha son varias y bien contundentes, mencionemos taxativamente las más importantes:

  1. Fue una expresión de civilidad, sin violencia, sin agresiones.
  2. La juventud se revela como una reserva con gran poder de convocatoria.
  3. No se dio el tan temido aprovechamiento oficial de la marcha, no hubo consignas a favor del gobierno ni de la reelección de Uribe.
  4. No hubo consignas de corte dogmático ni extremista, nada que se pareciera a los métodos del fascismo. Cada quien coreó sus consignas y desplegó sus pancartas.
  5. Fue una manifestación a favor de la paz y contra todo tipo de violencia pues no hubo gritos de corte guerrero.
  6. El espíritu que primó fue el del repudio y rechazo a las ofensas manifiestas de las FARC en contra de elementales principios de humanidad de la humillación a los secuestrados y del horror de las cadenas que les cuelgan a los secuestrados.
  7. Somos un pueblo maduro para el perdón y por tanto para la paz.

            ¿Qué puede venir de aquí en adelante? ¿Logrará esta marcha histórica conmover a las guerrillas y en especial a la dirigencia fariana? Por lo pronto arriesguemos la hipótesis de que el anuncio de liberación de tres parlamentarios es de alguna forma una consecuencia directa de la presión ciudadana nacional e internacional. Que los liberen ante Chávez y Piedad Córdoba no da para pensar que fue por obra de sus gestiones sino una jugada política para oxigenar sus propósitos de alcanzar reconocimiento de beligerancia.

            Lamentable la actitud del Polo Democrático que no sólo se peleó con los organizadores, deslegitimó los objetivos de la jornada y quiso quebrar su espíritu unitario al organizar una concentración aparte, totalmente inocua y ridícula, sino que quedó con la imagen de ser incapaz de romper con las sospechas y rumores de cercanía, simpatía o tolerancia ideológica con las guerrillas. Lo que se ve de bulto es que a la izquierda democrática del país todavía le cuesta mucho condenar explícitamente los crímenes de estas y que cuando llega el momento de hacerlo y de actuar en consecuencia, prefiere hacer atajos, dar rodeos y escudarse en visiones supuestamente integrales del conflicto, donde la especificidad de los hechos queda disuelta en abstracciones. El PDA se equivocó de pies a cabeza al descalificar el sentido de la marcha y al diluir el sentimiento generalizado de repudio a las FARC protestando por otras violencias.

            Muchos columnistas independientes, críticos del gobierno y académicos que escriben sobre los problemas del país, con pocas excepciones, cayeron en la trampa de criticar el carácter sesgado de la marcha. Incluso, algún profesor, en actitud de sectarismo, la asimiló a una marcha de “uribistas con sus 40 paracos”. El hilo común de su argumentación era el supuesto propósito del gobierno de capitalizar la protesta para lanzar la segunda reelección de Uribe y la inspiración fascista de los convocantes. Los resultados y el desarrollo son pruebas contundentes de su equivocada y prejuiciada advertencia y da para pensar que buena parte de nuestra intelectualidad aún sigue prisionera de los viejos dogmas del marxismo y de la lucha de clases en los que se han apoyado para darle una explicación sociológica a la existencia de la guerrilla y por tanto a la necesidad de que sea reconocida como parte fundamental de la vida política nacional, sin importar la degradación palpable demostrada por ella en los últimos años. Lo que tenemos, a su pesar, es la expresión de un pueblo que ha sufrido estoicamente los peores desmanes y afrentas a su dignidad y que ha salido a defender en paz y en democracia, los caros valores de humanidad y convivencia, lo que habla muy bien de su madurez política.

Medellín, febrero 4 de 2008

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