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Santa Teresa y Don Horacio Arredondo
por Julio Dornel
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El Premio Internacional otorgado recientemente al Parque Nacional de Santa Teresa por el mayor organismo mundial en materia de calidad ambiental y servicios nos lleva a la evocación de don Horacio Arredondo que fuera el responsable de su reconstrucción a partir de su primera visita en el año 1917.
Cuando nos aproximamos al siglo de esta aventura disfrutamos del encuentro permanente entre el pasado histórico de nuestro país y las bellezas naturales que circundan el Fuerte, ofreciendo al turista todos los elementos para disfrutar de una cómoda y placentera estadía.
En el entorno de su geografía se puede disfrutar de los más variados paisajes a partir de las playas atlánticas, zonas quebradas, lagunas, ríos, arroyos, palmares y bañados.
La variedad de estos paisajes han sido los elementos cautivantes y el mejor atractivo para reunir anualmente una corriente turística cada vez más importante.
El parque arbolado que circunda la Fortaleza cuenta con una riqueza arbórea de inigualable belleza y un bosque de pinos que hace las delicias de quienes instalan sus campamentos.
Don Horacio Arredondo
Es posible que los turistas que visitan anualmente el Parque de Santa Teresa, o los viajeros que se desplazan por la ruta 9 hacia la frontera, no conozcan los detalles más salientes de este complejo turístico, ni la personalidad de quien fuera su forjador.
En este sentido nada mejor que transcribir un comentario del propio Arredondo en oportunidad de presidir la Comisión Honoraria Administradora: “El origen de la idea de hacer un parque en torno a la colonial fortaleza de Santa Teresa, fue tan natural como sencillo. Cuando al correr del año 1917 llegue al lugar en automóvil después de tres días de viaje desde Montevideo circulando por caminos imposibles, recuerdo aún ahora que el ferrocarril solo llegaba a la Sierra, junto a La Barra del Solís Grande y la carretera al poblado de Mosquitos hoy Francisco Soca, en jurisdicción de Canelones. Desde la Angostura hasta el más precario poblado de Gervasio –hoy La Coronilla- los campos estaban sin alambrados en su mayoría y esa situación de campo abierto lo justificaba la aridez de la zona, plena de arena depositada por los siglos, por los vientos procedentes del océano sobre un subsuelo más ingrato aún de arcilla impermeable al agua, sin posibilidades de sostener pasturas en los médanos, más o menos consolidados merced a la humedad en sus depresiones mayores. Y es así que se me presentó a la vista, en medio de este panorama desolado, la pétrea silueta de la construcción militar, con sus muros de sillería en perfecto estado, salvo detalles sin importancia mayor, con las construcciones interiores, en partes destruidas o desaparecidas con sus dos entradas sin portones, su plaza de armas plena de arbustos nativos, a cuyo amparo se recogía el ganado al precario resguardo de los vientos y de las lluvias que hoy como antes azotaba la región. Este cuadro sombrío impresionaba y hablaba de manera elocuente del abandono de los hombres hacia esa reliquia histórica y arqueológica y más desoladora impresión se recibía al constatar que la vasta extensión de arena voladora que sin solución de continuidad se extendía al noreste, este y sur llegaba hasta los muros”.
Y de esta manera finaliza don Horacio su comentario: “A la vista de esta espectáculo desolador, es que se me ocurrió la triple idea de escribir su historia, de reconstruirla y de efectuar la consolidación de sus médanos, fijándolos con plantaciones forestales apropiadas. Y lo logré, al principio, sólo con mi ahincada propensión a las realizaciones cuanto más difíciles más firmemente sostenidas y luego con la colaboración de tres compatriotas eminentes, Baltasar Brun, Alejandro Gallinal y Alfredo Baldomir, que me apoyaron sin limitaciones de clase alguna , contrastando con la aptitud de otros en jerarquía moral y de las otras , totalmente inferiores. Y es así que con ellos comparto la inmensa satisfacción de haber entregado a la patria una obra integralmente realizada”. Han pasado 90 años desde aquel verano de 1917 cuando don Horacio llegaba por primera vez a la histórica fortaleza, sin imaginar siquiera que el espectáculo de abandono que presentaba, recibiría algún día un premio mundial en reconocimiento a su calidad ambiental. Se trata además de un galardón compartido con quienes han sido los continuadores de esta obra.
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