Año III - Nº 125 - Uruguay, 08 de abril del 2005

 

 

 

 

 

¿Crepúsculo de la Tercera Edad?
Fernando Pintos

 

Primero, es el paso lento e inexorable de los años. Más adelante, todos aquellos se acumulan en montones imprecisos y las décadas pasan inexorables por la vida de cualquier persona. Así, cuando el invierno de la vida se hace evidente, un frío se cuela insidioso por todas las regiones del cuerpo, presente en la sangre, los huesos, las articulaciones...

Y también a flor de piel, trazando con firmeza una complicada orografía de marcas y arrugas; surcos que, a más de presagiar decadencia anuncian dolencias múltiples y sugieren la cercanía de un viaje sin boleto de retorno hacia la tierra silenciosa de los muertos.

En tales circunstancias entra en escena lo que la sicología define como Etapa de Conciencia de la Muerte, que no afecta en exceso a quienes conservan capacidad para explorar y desarrollar nuevos intereses -una minoría-, pero que sí deprime severamente a casi todos los que carecen de esa cualidad. Los años no deberían pasar en vano. Pero muchas personas, en las postrimerías del ciclo vital, meditarán con tristeza que ellas sí lo hicieron y que toda su historia habrá de resumirse en la crónica de un viaje estéril y sin retorno, donde todos los sacrificios y esfuerzos realizados habrán sido de balde...

Y tal vez arriben a la amarga conclusión de que, si en la bibliografía de Calderón de la Barca la vida fue sueño, para todos ellos, en cambio, transcurrió como una durísima jornada y culminó como casi segura pesadilla.

Para colmo de males, a los ancianos del año 2005 les toca vivir una época que exalta con pasión la juventud, proclama la belleza como bien supremo y donde el mundo -escenario de impresionante explosión demográfica- aparece saturado con legiones de jóvenes que reclaman a voz en cuello sus inalienables derechos, sus respectivos lugares bajo el sol.

Tan sólo dos o tres generaciones atrás, se consideraba la juventud como aquella enfermedad que pasa con el tiempo. Hoy en cambio, se declara que el peor de los males, el más detestable estado para el hombre y la única dolencia que nadie desearía sufrir jamás, se llama vejez, esa enfermedad que pasa con la muerte... En los países del Tercer Mundo, donde la población menor de 15 años sobrepasa el 50 por ciento, infinidad de jóvenes famélicos disputan con uñas y dientes, entre sí y con los demás, el derecho a la supervivencia.

Como lógica consecuencia de ello, para los ancianos habrá de quedar lo que apenas quede de sobra, aquellas pocas migajas que pudieran caer de la mesa, si es que las pudiese haber en un planeta cada día mas amenazado por el espectro acusador y amargo del doctor Malthus...

En los países desarrollados del Primer Mundo el drama tiene facetas diferentes y la gente anciana, si bien no carece de lo necesario para sobrevivir con decencia, vegeta concentrada en discretísimos ghettos, clínicas y asilos, para así evitar que molesten a los jóvenes con sus reclamos, sus achaques o el penoso recordatorio de que los años habrán de pasar para todos los demás con la misma prisa inmisericorde. Se considera que se ingresa a la Tercera Edad tras cumplir los 65. Sin embargo, esa convención resulta engañosa debido a que, como afirman algunos sociólogos, en la práctica uno puede encontrarse con jóvenes de 80 años y con viejos de 40.

Esto sugiere que los grados de juventud -o ancianidad- dependen de muy diversos factores, tanto biológicos como sicológicos o sociales, entre los cuales figuran la herencia genética, las enfermedades agudas o degenerativas que se hayan sufrido, los niveles de educación alcanzados, las características de la dieta habitual, el poco o mucho ejercicio que se realice y haya realizado, los ambientes en que la vida cotidiana se haya desarrollado regularmente, los índices de contaminación a que alguien haya sido expuesto, las costumbres y hábitos del individuo e, inclusive, el estatus socioeconómico alcanzado durante su vida útil o activa.
Así y todo, envejecer es un proceso natural en donde el cuerpo humano experimenta cambios graduales e inevitables: La piel y los vasos sanguíneos pierden elasticidad, las células grasas se multiplican, disminuye la fuerza muscular, la producción de hormonas sexuales decae y se reducen también la rapidez y eficiencia del sistema nervioso central. La conclusión es que, mientras lo antedicho sucede, también cambian las exigencias de la vida cotidiana con la aparición de nuevos roles sociales y problemas inéditos, que se habrán de sumar a los que ya existían previamente. Nuestra civilización, ahora hija flamante del Tercer Milenio, olvida todas las lecciones de humanidad, convivencia y solidaridad por culpa de un engañoso optimismo, una desenfrenada deificación del progreso y esa soberbia enfermiza que nos ha otorgado el avance tecnológico desenfrenado de las últimas décadas.

Cegada por todo ello, la civilización se despoja de escrúpulos humanitarios y desecha a los débiles e indefensos con el pretexto de que "son improductivos".

También rechaza a quienes agotaron su vida económicamente útil, o a quienes en apariencia carecen de utilidad dentro de un sistema cada vez más egoísta.

Con un panorama como el descrito y en el marco de una sociedad tan obsesionada por gratificarse con réditos inmediatos y las miles engañosas de un consumismo desenfrenado, los ancianos y desheredados, los niños y mujeres, los animales y el medio ambiente...

Todos habrán de ser, en un momento dado que quizás no se encuentre tan lejano, si mucho la quinta rueda del automóvil. El problema global de la Tercera Edad muestra facetas diferentes de acuerdo con la idiosincrasia y coyuntura de cada país en particular. Lo cual conduce a la siguiente pregunta: ¿Con qué características se presentará en Uruguay?

Ya conocemos las condiciones: bajos índices de natalidad, envejecimiento gradual de la población, emigración masiva de los jóvenes que no encuentran en su país las mínimas condiciones de supervivencia...

Y no olvidemos que la Globalización Este encima. En un mundo globalizado, donde lo único que importa es el patrón monetario, la ganancia rápida y fácil, la especulación desenfrenada, el enriquecimiento astronómico, la burla sistemática de los controles fiscales y la inversión en aquellos países donde la mano de obra sea más barata y los gobiernos más permisivos...

¿Qué opciones quedarán para la Tercera Edad?

Tal vez ha llegado el momento de replantearlas en un gran debate nacional, y la llegada de un nuevo Gobierno que dice estar sustentado por ideas progresistas debería ser aprovechada.

Cabe la reflexión de que muy posiblemente provoque un daño mayúsculo, para cualquier sociedad, renunciar a tamaño bagaje de experiencia acumulada por gente de la Tercera Edad.

Y dado que la juventud parece querer equipararse siempre con el brillo, con la gloria, convendría prestar oídos a la sabiduría de Boecio: ...La gloria humana no es más que un gran rumor de viento en los oídos.