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Ni firmé, ni pienso votar
por Dr. Francisco Gallinal
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No firmé por la anulación de la ley de caducidad. Desde luego, tampoco voy a votar en el plebiscito por esa opción, si es que se recolectaron las firmas para tal propósito y si es que la Corte Electoral entiende que de acuerdo a nuestro sistema constitucional, corresponde someter a consideración una posibilidad de esas características.
Básicamente mis razones para no firmar han sido de carácter ético y político. Porque si bien tengo un cúmulo de razones jurídicas en contra del proceso de anulación, porque creo que dicha especie no existe en nuestro sistema jurídico, porque sé que en materia penal existe el principio de la ley más benigna que hace imposible la retroactividad de una nueva norma, no voy a hacer caudal de ellas porque tengo otros argumentos mucho más fuertes y pesados, y porque corresponde a los especialistas, constitucionalistas y penalistas, expedirse sobre el tema.
Desde el punto de vista ético no comparto que se pretenda derogar una normar con el propósito de realizar revisionismo, después que la norma ya cumplió buena parte de sus efectos. Eticamente no me parece correcto apuntar todas las baterías y poner la mira exclusivamente en una ley, cuando es claro e indiscutible que fueron dos las leyes que se aprobaron con el propósito de sanar las profundas heridas que heredamos de la dictadura militar. Una, ésta de la ley de caducidad, impulsada, entre otros, por el wilsonismo. Y otra la ley de amnistía para los presos políticos, también impulsada desde el wilsonismo y que permitió que, al otro día de aprobada la ley, no quedara un solo preso de la época de la dictadura y todos, absolutamente todos, recuperaron inmediatamente su libertad. Incluso, quienes habían participado en hechos de sangre.
Los legisladores de la época pertenecientes a mi Partido Nacional que, impulsados y alentados por Wilson otorgaron su voto a ambas normas, lo hicieron con el propósito de asegurar la transición a través del equilibrio. Y el equilibrio se expresó en la aprobación de ambas normas a sabiendas que, ambas, tenían un contenido de injusticia manifiesto. Pero que aún siendo injustas, era una manera sana de colaborar con el fortalecimiento de las Instituciones, y la consolidación del renaciente proceso democrático.
Yo luché, junto a miles de correligionarios, con todas mis fuerzas contra el régimen militar; milité y militamos activamente para derrotar la dictadura. Fui y fuimos víctimas del pacto del Club Naval en donde se negoció encarcelar a Wilson hasta después del acto electoral, y donde se acordó la llamada “salida”, entre militares, colorados y frentistas. Desde ya que lo mejor debió haber sido juzgar a todos, subversivos y dictadores, por sus actos. Pero, ¿eso aseguraba la transición democrática, nos ponía a salvo de un nuevo quiebre institucional? Por cierto que en aquella época no.
A dichas razones éticas sumo otras de orden político, que tienen también un fuerte contenido emotivo y sentimental. Yo, por respeto a Wilson Ferreira Aldunate, a su memoria, a su generosidad y entrega, no podría votar por la anulación de la ley de caducidad, ni tampoco de la ley de Amnistía. Yo, que como tantos miles de correligionarios me vi privado de disfrutar de su liderazgo como consecuencia de la dictadura, que apenas pude compartir con él tres años y medio – cortos pero muy intensos por cierto - que fueron de diciembre de 1984 a marzo de 1988, que estuve a su lado durante todo el período de aprobación de dichas leyes, que lo vi sufrir, enojarse, sonreír, discutir, debatir, convencer, pelearse, DECIDIR, MANDAR y CONDUCIR, como el Estadista que fue, no podría cometer la ofensa a su memoria de votar lo inconducente, lo que no arregla nada, lo que muchos hicieron con sacrifico y entrega para entregarnos un país mejor.
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