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Año III - Nº 138 - Uruguay, 08 de julio del 2005

 
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Cuestión de creencias
Fundamentalismo y valores
Eduardo García Gaspar

Una de las tácticas más comunes usadas para ganar discusiones es llamar nazi al enemigo, comparándolo con Hitler. Haciendo eso se tienen buenas probabilidades de ganar la polémica... a pesar de no tener razón. Lo mismo sucede con el uso de otra palabra: llame usted fundamentalista a su oponente y también tendrá buena oportunidad de ganar... también a pesar de que no le asista la razón.

Veamos esto último un poco más a fondo. Me refiero a lo del fundamentalismo y los fundamentalistas. Porque la verdad es que no es lo mismo tener creencias y sostener que hay valores absolutos que ser fundamentalista. Me parece que la diferencia estriba en la apertura al uso de la razón. Los fundamentalistas la rechazan y van a interpretaciones actuales y literales de creencias antiguas generalmente.

Un fundamentalista, por ejemplo, toma una parte de texto sagrado de la religión que sea y lo comprende de manera literal sin que pase por el filtro de la razón, ni de la interpretación integral del resto del texto. Si el fragmento interpretado dice que Dios creó al mundo en siete días, el fundamentalista cree que efectivamente fue en una semana como la entendemos ahora y que las ideas de la evolución son falsas de cabo a rabo.

No me parece que el fundamentalismo sea el sostener creencias de valores y de verdades absolutos, sino la re-interpretación literal de textos viejos sin pasar por el uso de la razón. Creer que existen valores absolutos no es ser fundamentalista necesariamente, si eso va acompañado de ideas, reflexiones, razonamientos o explicaciones. De lo poco que he leído acerca de Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, puedo concluir que no era él un fundamentalista a pesar de creer en absolutos.

El fundamentalismo contiene buena dosis de instinto, de cerrazón y de terquedad, sin admitir la posibilidad de analizar y pensar. Una persona puede creer que Dios existe y no tener la menor duda de que habrá un día de juicio final, sin que eso lo califique de fundamentalista. Puede creer que los matrimonios de personas del mismo sexo deben ser rechazados y tampoco ser fundamentalista.

La idea que quiero dejar clara con estas consideraciones es la del ataque que hacen quienes tienen una mentalidad relativista o que poseen una moral extremadamente relajada. Ellos atacan a sus oponentes llamándoles fundamentalistas y con eso creen que han ganado el debate. En realidad, el usar ese calificativo los vuelve fundamentalistas a ellos. Con un efecto colateral serio: el ingenuo puede terminar creyendo que tener ideas de una moral inamovible y disciplinada es negativo.

Los reales fundamentalistas son radicales, extremistas, literales y hacen de lado la posibilidad de analizar o dialogar. Un fundamentalista carece de una tradición interpretativa de sus creencias y no concilia la posibilidad de acuerdos y coincidencias entre sus valores y la realidad. Vuelvo a Aquino, con su idea de que las verdades religiosas coinciden a la larga con las verdades de la ciencia, y que sin en algún punto existe contradicción entre ellas habrá que ver el conflicto con prudencia pudiendo llegar incluso a cambiar la interpretación religiosa.

Mi preocupación es el uso frecuente y malo de esos calificativos en las discusiones actuales. Con ligereza descomunal muchas personas aplican términos como genocidio, nazi gulag y fundamentalismo a cosas que no lo son. Haciendo eso se radicalizan las posturas y se impide el uso de la razón. Por eso importa tener una definición del fundamentalismo, para evitar usarlo cuando es incorrecto.

Quizá sea todo una cuestión de actitud y de apertura, pero no es una cuestión de que quien se niega a aceptar el relativismo moral sea visto como fundamentalista. Recuerdo un caso en el que una persona defendía a los matrimonios de personas del mismo sexo, algo que creo que es negativo. Toda su argumentación se basó en calificarme de fundamentalista sin querer razonar las ventajas y desventajas del tema. Fundamentalista fue más ella que yo.

En fin, todo lo que he querido hacer en esta segunda opinión es separar al fundamentalista del que tiene creencias en valores absolutos. No son lo mismo, ni piensan igual. Y confundirlos es un serio error que lleva a más equivocaciones.

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