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La estructura de las reducciones guaraníes
Arquitectura jesuítica.
por Alvaro Kröger |
En la primera fase, constructiva, las reducciones se realizaron mediante el uso masivo de la madera, procedente de la vegetación tropical circundante a éstas. A diferencia de estas primeras, en la segunda fase se inició la tendencia de la concentración entre los pueblos indios; ésta se produjo a fines del s. XVII, principios del s. XVIII, con la llegada de los primeros arquitectos profesionales. En este período predominó el uso dominante de la madera para las estructuras, mientras que la madera sólo tenía la función de cierre perimetral; aunque el techo era de madera recubierto de tejas de barro cocido.
Muchas de las reducciones constituyen el punto de contacto entre la primera y la segunda fase sólo por el recurso del uso de la piedra, bien sólo como elemento de muralla, bien por la modalidad de realización de la fachada. Por ello, la mayoría de las reducciones se pueden ubicar en este periodo cronológico; siendo una de las más representativas la de San Ignacio Miní.
La tercera fase evolutiva del proceso arquitectónico de las reducciones corresponde a su último periodo, es decir, poco después de su expulsión. Poco antes de esto, los padres de la Orden habían realizado iglesias y edificios de otro género, con las características arquitectónicas de edificios europeos. Como ejemplo de ello destacaría la iglesia de Trinidad, en Paraguay; aunque hay que resaltar que los jesuitas no aportaron elementos propios debido a la posterior expulsión.
La peculiaridad de los edificios realizados en este período fue el uso exclusivo de la piedra y la presencia, a veces, de cúpulas, así como el escaso recurso de las prestaciones de mano de obra indígena, a menudo limitada a los detalles de escasa importancia.
El trazado urbano
El trazado urbano de las reducciones se manifiesta en los edificios arquitectónicos referidos sobre todo al núcleo de la iglesia y del colegio, si se distingue de la variada configuración del Barroco en otros territorios de la América Latina.
La planta de las reducciones representa casi siempre una tipología común, con algunas analogías recurrentes en los 30 pueblos del Paraguay, pero también con algunas variantes internas de cierto interés.
En todas las misiones, el centro topográfico era representado por una gran plaza cuadrada; en uno de sus lados se situaban la iglesia, el colegio y el cementerio, ubicándose en los otros tres lados las casas de los indígenas y algunos laboratorios. Había excepciones en esta disposición, el coty guazú, es decir, la casa de las viudas, que ocupaba habitualmente una posición más descentrada respecto al resto de la vida social que se realizaba en estos pueblos.
Esta sistematización urbanística no presentó nunca excepciones importantes puesto que la iglesia y las habitaciones de los padres estaban siempre al fondo de la plaza, en una posición no elevada pero central. Todo ello estaba destinado a crear un impacto sobre la población indígena, a lo que se añadían el contraste creado por la reducida dimensión de las casas de los indígenas, y la notable vastedad de la plaza. En algunos casos, la iglesia superaba un poco el conjunto de los edificios ubicados a ambos lados
El núcleo de la reducción
El complejo de los edificios religiosos, es decir, la trilogía de la iglesia, el colegio y el cementerio, constituían un bloque único que se separaba con gran resalto del cuerpo regular de la estructura interna urbana y próximos a ellas se disponían los edificios de utilidad social: cabildo, coty guazú, campos, hospital, cárcel, hornos y despensas de víveres.
Las casas, constituidas por estancias independientes alineadas, formaban "cuadras", separadas unas de otras por calles que desembocaban de forma paralela en la plaza.
Los edificios de la iglesia, el colegio y el recinto que delimitaba el cementerio y la huerta, y las casas rigurosamente ordenadas y alineadas constituían el núcleo de la plaza, que era el elemento central y el espacio sacro. En definitiva, la planta de las reducciones jesuíticas no se diferenciaba a primera vista del trazado de otras ciudades americanas.
La solución urbanística de la iglesia, colegio y cementerio hacían resaltar la interpretación de la existencia humana en términos de preparación, muerte y promesa de vida eterna; el cementerio, colocado solitariamente en el fondo de la plaza, constituía una solución para resaltar esa conciencia cristiana que los jesuitas habían infundido. Es decir, esta triada así dispuesta creaba un complejo escenográfico sobre el fondo de la plaza. Tal estructura única tenía otra función, la de limitar el desarrollo extensivo de los habitantes en sólo tres direcciones, factor del todo inusual en las demás instalaciones hispanoamericanas. De hecho, las reducciones jesuíticas representaban el único ejemplo de pueblos adecuados a las planificaciones estables de las Ordenanzas de la Población de Felipe II, de 1573.
Posiblemente el trazado típico de las misiones no fue simplemente generado de un a priori, sino que fue también fruto de una gestación que duró casi un siglo, en la cual confluyó una multitud de factores, y en último caso el pragmatismo y la religiosidad que distinguió a la Compañía de Jesús.
La selección del lugar donde debía de ubicarse cada reducción guaraní fue siempre de vital importancia; en este sentido tienen particular interés las indicaciones que el padre Diego de Torres dio a los primeros misioneros en torno a 1609: «El pueblo se traza al modo de los de Perú o como más gustare a los indios, con sus calles y cuadras, un solar a cada uno y cada casa tenga su huertezuela». Este concepto que el padre Torres expresaba, refiriéndose a la legislación india, no fue en realidad aplicado ya que dominó un modelo organizativo que se inspiraba en la casa comunal indígena. Todo esto constituyó la demostración más evidente del respeto que los religiosos sintieron por el estilo de vida de los indígenas. De igual modo, la disponibilidad de agua, pesca y buenas tierras de cultivo y de pasto fueron factores prioritarios y esenciales en la elección del lugar.
Arquitectos
El padre Bartolomé Cardenosa fue autor de varias iglesias de distintas reducciones iniciadas en torno a 1634; siendo Domingo Torres el sucesor de Cardenosa en el trabajo de la iglesia de la reducción de San Nicolás. La confirmación de su presencia en este lugar data en el catálogo de 1678, en el cual figura su nombre. Éste colaboró en otras obras de reducciones como San Carlos, Loreto y San Ignacio Miní.
A fines del s. XVII, surgieron en el virreinato de Río de la Plata Antonio Sepp y Juan Kraus, considerados los mejores arquitectos que operaron en estas tierras. El primero fue autor de la iglesia de la reducción de San Juan, en cuyo trabajo continuó Juan Kraus. Este último trabajó en otra de la reducción de Santo Tomé, ocupándose de la construcción de la iglesia.
El arquitecto José Brasanelli, que fue también escultor y pintor, trabajó en la iglesia de Itapua y las de San Borja, Loreto y Santa Ana; se cree que también participó en la realización de la iglesia de San Javier y de San Ignacio Miní.
Juan Bautista Primoli fue el arquitecto más notable que trabajó en las reducciones. Fue el autor de edificios de varios géneros de Buenos Aires y Córdoba. Proyectó entre otras las iglesias de San Miguel y de Concepción, llevando a término el trabajo en la de Trinidad. Se sabe que Andrés Bianchi colaboró con Primoli; y que el padre José Grimau , arquitecto y pintor catalán, llevó a término, junto con Primoli, el trabajo de la iglesia de la reducción de la Trinidad.
La iglesia
Era el edificio de mayor importancia, que se ubicaba (y constituía) el centro del pueblo.
Su construcción, en una primera fase fue totalmente de madera, aunque posteriormente se utilizaron materiales más resistentes.
En las primeras iglesias, el techo se construía con tabiques en los que se apoyaba un falso entablamento, acomodado a veces sobre sus pilastras o columnas, también de madera. El muro, de adobe o tapia, tenía únicamente una función de cierre perimetral no demasiado importante. En primer lugar se construía la estructura y el techo completamente de madera, posteriormente se abastecían y alzaban los muros; se realizaba mediante la colocación de piedras de diversos tamaños talladas a modo de losas rectangulares.
Los religiosos de la Compañía no se acogieron a la tipología jesuítica europea (en atención a la iglesia del Gesù de Roma), sino que a menudo se adaptaron a los hábitos y necesidades del lugar, respetando las tradiciones.
Las iglesias eran normalmente de planta rectangular, prolongándose hasta el altar y llegando hasta el presbiterio de la cabecera, casi cuadrada; con la misma amplitud de la nave central. La crucería, que llegaba hasta las naves laterales, terminaba en una falsa cúpula, elemento recurrente de la arquitectura colonial.
Las pilastras, cuyos fustes estaban decorados, conservaban su sección cuadrada, eran generalmente de gres con la base de madera; un capitel esculpido constituía la parte final de las columnas o pilastras. Sobre esto se apoyaba el techo (de par y nudillo). En su fachada se abrían generalmente tres grandes puertas. Una lateral que normalmente comunicaba con el colegio y la casa de los padres; al lado opuesto, otra, que daba al cementerio.
El baptisterio estaba situado a la entrada o dentro de la sacristía. La torre del campanario, de madera, inicialmente se situó al lado de la iglesia (aunque no se comunicaban entre sí). Al poco tiempo, la madera fue sustituida por la piedra y el campanario quedó anexo a la iglesia, en concordancia con la fachada.
Durante la fase sucesiva, que coincide cronológicamente con los últimos años de los jesuitas, las iglesias se aproximaron notablemente a las características europeas, especialmente a la arquitectura jesuítica metropolitana. Como en la iglesia del Gesù en Roma, presentaban una vasta nave central, un crucero caracterizado por un transepto corto y una gran cúpula. La presencia de dos o cuatro naves laterales de reducidas dimensiones fue uno de los elementos arquitectónicos típicos de las iglesias de las reducciones.
El espacio que salía a la fachada correspondía a la nave central. En algunas iglesias, la rica ornamentación concentrada sobre la fachada, resultaba a menudo exuberante; a veces, la fachada principal era más amplia que la nave central.
En estas iglesias se utilizaba la arenisca, en general rojiza, utilizando la técnica del trabajo in situ. Frecuentemente se combinaban diversas tonalidades de piedra para evidenciar diversos elementos arquitectónicos.
En este período, la estructura portante de madera fue sustituida por un muro de piedra; a veces era de ladrillo para aligerar el peso.
La huerta, que podía tener distintas dimensiones, estaba siempre después de la triada (iglesia, colegio y cementerio). Esta disposición preanunciaba una de las temáticas del Barroco, el uso del jardín.
Habitaciones indígenas
Eran muy simples, constituidas por una sola estancia que funcionaba como residencia, comedor y dormitorio para toda la familia. Se construían una al lado de otras, sin comunicación entre ellas.
La intención era habituar a los indios a la forma de vida española. Todas las habitaciones unifamiliares estaban ordenadas en un sistema de cuadras en damero. No obstante, los padres pronto se dieron cuenta de la imposibilidad de efectuar un cambio demasiado brusco sobre las costumbres locales; por ello, los jesuitas creyeron oportuno aceptar algunas formas de vida locales, conservando las características principales de las habitaciones primitivas.
Según las costumbres locales, en torno a las casas de los jefes de tribu, se había un reagrupamiento de familias por parientes afinas; éstas surgían a los tres lados de la plaza. Las habitaciones eran alineadas formando un grupo de manzanas, cada una de las cuales reunía de seis a doce estancias. Las galerías cubrían total o parcialmente las manzanas.
En algunas misiones, como Loreto, había tantos jefes de tribu que todos los miembros de la misma tribu podían estar juntos en las mismas cuadras. En otras reducciones las casas se disponían paralelamente al lado de la plaza.
En la fachada de algunas de estas habitaciones había una puerta y una ventana; la puerta no era de madera, sino de cuero.
Estos edificios estaban construidos de piedra labrada; el techo a dos aguas, era de caña recubierta de tejas; y el pavimento era de ladrillo o ladrillo cocido. Tales características sólo aparecen en los pueblos de San Ignacio Miní y de Trinidad, donde las casas de los indios fueron las mejor trabajadas desde el punto de vista arquitectónico y constructivo.
Como en las habitaciones de otos pueblos, también en éstas las galerías se realizaban con arcos de piedra, que se apoyaban sobre pilastras decoradas con arquivoltas y grandes flores de piedra.
Todos los habitantes dormían en hamacas; el fuego se situaba en medio de la estancia; la luz y el humo no tenían otra salida que no fuese la puerta; tampoco existía mobiliario. La ventilación de la casa era casi inexistente.
Habitaciones y colegio de los Padres
El colegio y las habitaciones actuaban como un monasterio, que estaba ubicado al lado de la misma iglesia; donde se encontraban las habitaciones de los padres y el refectorio, un almacén y la sala de reuniones, destinadas sobre todo al ejercicio de la música y de la danza.
Todas las estancias se situaban una al lado de otra y daban a la galería del claustro.
Los primeros complejos fueron construcciones funcionales efímeras, alzadas con medios y materiales pobres. Vastos techos estaban construidos con estructuras en madera, con cobertura de paja y ramas, con muros perimetrales de ladrillo y fango. Hacia mitad del siglo XVIII, se comenzaron a realizar en piedra y con gran cuidado. Con las nuevas necesidades creció el número de habitaciones de los padres, por lo que fue indispensable agregar un nuevo patio, comunicado con el primero.
En el patio principal, más cuidado arquitectónicamente, se encontraba, entre otros, una escuela para los niños, y en algunas reducciones, también un reloj de sol y un pozo.
El segundo patio, que a veces era más amplio, estaban los talleres donde los indios realizaban trabajos. Esta organización de dos patios fue casi inalterada hasta el momento de la expulsión.
El patio principal medía unas 70 u 80 varas por lado, la iglesia hacia levante, a mediodía las habitaciones de los padres y de los huéspedes, a poniente la cocina, el depósito de armas, la escuela y la casa del portero. La puerta estaba orientada hacia el norte. En torno al segundo patio, más largo que el primero, estaba el laboratorio, situado debajo y porticado. El techo, recubierto de tejas, era sostenido por columnas de piedra y vigas de madera.
En la parte anterior y posterior de las estancias se encontraba una balaustrada de piedra de casi un metro de altura.
El cementerio, a la izquierda de la iglesia, originaba un gran espacio abierto, no siempre de las mismas dimensiones. En algunas reducciones se construían galerías para circundarlos, parcial o totalmente (el espacio interno del cementerio). El cementerio estaba al lado opuesto al patio de los padres, separados ambos por la iglesia. Circundándolo había un muro con una gran cruz en el centro y estaba dividido en cuatro partes, cuarteles, mediante avenidas llenas de flores de cardo. Cada cuartel era destinado a la sepultura de los indios según el sexo y la edad (el primer cuartel para los párvulos; el segundo para las párvulas; el tercero para los adultos, y el cuarto para las adultas).
Esto era completado por el coty-guazú y el hospital, que sólo se utilizaba para las epidemias. El coty-guazú se situaba frente a la iglesia o en un ángulo del pueblo. Éste era el hospedaje para las mujeres solas (viudas, abandonadas, huérfanas, etc.), que eran mantenidas por la comunidad. Su constitución arquitectónica no se diferenciaba del conjunto de la reducción.
En algunos pueblos, hacia mitad del siglo XVIII, se iniciaron una especie de fondas, llamadas tambos, destinadas a comerciantes españoles. La acogida era regulada por una Ordenanza Real, que establecía su estancia en no más de tres días, para no perturbar a los indios.
En el ámbito del pueblo también se erigía la cárcel, generalmente en uno de los ángulos de la plaza.
Materiales de construcción
La técnica de construcción de los pueblos fue generalmente primitiva, debido a la forma de vida de los indios y por la carencia de materiales importantes, como la cal o el hierro.
Debido a la nueva realidad y a la falta de materiales, las primeras construcciones se estructuraron en madera, con muros perimetrales y todo recubierto de tejas (fueron a menudo muy simples).
Los edificios de poca importancia se realizaron en adobe; en otros casos usaron otros materiales, como el ladrillo, la piedra de gres o trabajada, y una rica diversidad de madera procedente de la vegetación tropical.
Por falta de cal y la construcción de muros de piedra o adobe, se alzaban sobre una base de barro de una tierra especial, por lo que eran estos muros poco sólidos y de un grosor notable; esto cambió la simple función de portante por la de simple elemento de cierre.
El mejor muro de piedra era el compuesto por piedra trabajada y bien encuadrada, encastrada perfectamente una sobre otra, con la ayuda de cuñas, virutas de tejas o de piedra. El segundo tipo de muro era el de piedra, ladrillos o fragmentos de tejas. Este tipo de materiales lo hacía menos resistente por lo que necesitaban un espesor mayor. El tercer tipo de muro era el realizado en piedra gres, que se utilizaba como muralla de cinta.
En lo referente a la técnica de elaboración de la piedra, en la parte del muro que contornaba la apertura, las piedras que formaban el arquitrabe de las puertas y ventanas estaban realizadas con sumo cuidado y bien escuadradas.
La piedra era de gran calidad debido a la gran variedad y cantidad que ofrecía el bosque tropical. El lapacho, el quebracho y el urunday fueron frecuentes; la madera se utilizaba sobre todo para realizar estructuras portantes. El cedro fue el más utilizado por ser más fácil de trabajar; éste era posteriormente pintado o decorado.
El leño fue el más usado para el techo de las iglesias, para hacer falsas bóvedas y decoración con vigas, tablones, etc.; (utilizados en la estructura de pan y nudillo).
También dispusieron de una pequeña cantidad de hierro que fue descubierto por el padre Sepp; obtuvo una piedra que los indios llamaban itacurú, que tenía una mancha negra.