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El presidente Chávez quiere comprar un banco
por Carlos Malamud
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No podía ser de otro modo y así fue. Hugo Chávez sorprendió a propios y extraños al anunciar por radio la compra del Banco de Venezuela, integrado en el Grupo Santander desde 1996. Pero dijo más. La compra se haría de común acuerdo si había un entendimiento de las partes, y también se haría, pero por la fuerza, si las posturas enfrentadas intentaran impedirlo. Es obvio que esta nacionalización tiene importantes consecuencias a ambas orillas del Atlántico, y si bien comenzaré aludiendo a las vividas en España, me centraré, sobre todo, en sus repercusiones sobre la economía, la política y la sociedad venezolanas.
El hecho de que la noticia se hubiera conocido pocas horas después de las reuniones de Chávez con el rey Don Juan Carlos y el presidente Rodríguez Zapatero aumentó su eco mediático. Como señalaba en mi anterior artículo en Infolatam, "Chávez en España: ¿España con Chávez?", la normalización de las relaciones entre los dos países no debería verse como definitiva ya que la agenda bilateral estaba cargada de incertidumbres, siendo una de ellas "las amenazas que se ciernen sobre las empresas españolas presentes en el país caribeño". Y así fue. Más allá de los paños calientes que unos y otros quieran poner, la medida intervencionista de Chávez repercutirá negativamente sobre las relaciones hispano venezolanas y sobre la predisposición de las empresas españolas, incluida Repsol, para pensar futuras aventuras en Venezuela.
El particular modo de gobernar del presidente Chávez y la falta de garantías jurídicas explican la reacción del Banco Santander y del gobierno español, que no quieren añadir motivos de crispación conducentes al descarrilamiento de las actuales negociaciones. De todos modos, habrá que ver si el precio por el que se cierre la operación es cercano a los 1.200/1.600 millones de dólares, la cifra que estaba dispuesto a pagar Víctor Vargas, propietario del Banco Occidental de Descuento. La cifra a la que finalmente se llegue dará una idea de los objetivos de Chávez y de hasta dónde está dispuesto a llegar para controlar el Banco de Venezuela.
Como ha señalado la Asociación Nacional de Usuarios y Consumidores (ANAUCO), la gran carga simbólica que tiene el nombre del banco es un botín digno de conquista, especialmente si se quiere que éste sea el buque insignia de un intento de nacionalizar la totalidad del sistema bancario. Si bien todavía deben aclararse los límites de la jugada y los verdaderos objetivos del chavismo, no resulta nada alentador que el anuncio de la compra del Banco de Venezuela por parte del Estado coincidiera prácticamente con la sanción de la ley que reforma y regula el sistema financiero venezolano. El 31 de julio vencía el plazo de 18 meses otorgado por la Ley Habilitante, sancionada por la Asamblea Nacional, para que el presidente promulgara, sin control parlamentario, cuanta medida considerara oportuna.
Sorpresivamente, sin haber mediado ningún anuncio, la Gaceta Oficial publicó la relación de las disposiciones adoptadas, aunque sin incluir su texto, lo que hace sospechar de una medida de urgencia, carente de los articulados de todas las normas legales propuestas. Sus contenidos, en contra de cualquier práctica legislativa, sólo serán de conocimiento público cuando se publiquen, en los próximos días, en números extraordinarios de la Gaceta. Entre los temas abordados están la reforma de la Fuerza Armada Nacional, que pasa a ser bolivariana, y la creación de la milicia; la reforma del sistema bancario; la reforma parcial del seguro social; o los mecanismos para el reparto de los alimentos. Muchas de estas medidas estaban incluidas en la reforma constitucional rechazada en diciembre último.
Uno de los objetivos del gobierno es disponer de una vasta y articulada red de oficinas, distribuidas por todo el país, para complementar y articular las "misiones" y otros programas gubernamentales. No se olvide que el Banco de Venezuela es la tercera institución bancaria del país, con altísimos niveles de rentabilidad, una sólida cartera de activos, más de tres millones de clientes y casi 300 sucursales distribuidas estratégicamente en toda la geografía venezolana.
¿Qué pasara ahora con los clientes y depósitos del banco? La semana pasada ya hubo algunos episodios de gente queriendo retirar su dinero ante su nula confianza en el gobierno. ¿Qué será de las empresas que pagan los salarios a sus empleados y ejecutivos a través del banco y miran temerosos la cercanía del Seniat (Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria), una herramienta que suele ser utilizada como arma político policial contra los enemigos del régimen? ¿Qué pasará con la información reservada? ¿Y con los empleados, especialmente aquellos más cualificados, que verán peligrar sus carreras?
La historia del gobierno venezolano como gestor bancario es muy pobre, especialmente si consideramos que los criterios de eficiencia suelen ser desplazados por otros políticos, ideológicos, o de simple oportunidad, y que muchos puestos claves en la administración pública del sector están en manos de militares. Los casos del Banco Industrial de Venezuela, del Banfoandes o del Banco del Tesoro son reveladores y los cientos de millones de bolívares, fuertes o débiles, inyectados por el poder para desactivar posibles quiebras sólo refuerzan el argumento. Hacer del Banco de Venezuela el banco bolivariano por excelencia alienta la excitación de la dirigencia nacional populista.
Con éste en su poder, y otros cuatro menores que actualmente dependen del Estado, Hugo Chávez se convertirá en el mayor banquero del país y controlará el 17% de los créditos, el 25% de los depósitos, el 17% de las oficinas y el 21% de los empleados del sector, a lo que hay que sumar la discrecionalidad sobre el manejo de los fondos públicos y de PdeVsa.
El 17 de junio pasado Alí Rodríguez asumía como ministro de Finanzas, con el claro mandato de reimpulsar la más que tocada economía venezolana, azotada por el flagelo de la inflación y condenada a importar casi todo lo que consume, dada su esperpéntica estructura productiva. Uno de sus primeros cometidos fue intentar convencer a los banqueros privados a capitalizar sus instituciones, afectadas por manejos erróneos del Banco Central y otras instancias oficiales. El claro mensaje dado por el presidente Chávez al anunciar la compra del Banco de Venezuela va en una dirección totalmente contraria, incluyendo lo que se transmite sobre la cada vez menor fiabilidad de Venezuela. La reacción del Banco de Santander y de numerosas empresas españolas también es contundente. Para muchas de ellas ya no hay más políticas ni planes latinoamericanos, sino planes para Brasil, para México, Chile, Colombia o Perú. Y no los hay para países que cada vez persiguen más la inversión extranjera, como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador o Argentina. Con esta realidad, y pese a la mística bolivariana, hablar de la integración regional es algo cada vez más utópico.
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