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Año V Nro. 298 - Uruguay,  08 de agosto del 2008   
 

 
historia paralela
 

Visión Marítima

 

El presidente Lula en Buenos Aires
por Manuel Mora y Araujo

 
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         “Reestablecer la confianza mutua” es la expresión que mejor sintetiza el propósito principal que mueve al presidente Lula da Silva en esta visita a la Argentina. ¿Qué ha dañado esa confianza? El desacuerdo entre ambos gobiernos en la ronda de Doha tuvo un impacto fuerte en la relación bilateral. Pero sin duda la desconfianza también se alimenta en planos más profundos. Hay diferencias importantes entre las políticas macroeconómicas de ambos gobiernos y en sus visiones del mundo actual. En todo caso, el desacuerdo sobre Doha refleja desacuerdos más profundos. 

         No importa a quien se adjudique el fracaso de la ronda de Doha, este es un hecho. También lo es que Brasil jugó allí con cartas de una nación preparada para negociar y la Argentina jugó con cartas más inflexibles. Uno y otro de estos gobiernos culpa a su vecino. El veredicto lo dará el tiempo. En todo caso, la ronda de Doha está en un punto muerto pero la historia seguirá su curso. Brasil y la Argentina no coordinaron suficientemente su posición en esa negociación, pero los gobernantes deben seguir gobernando y tienen que seguir hablando entre ellos; unos y otros precisan administrar el día a día de sus economías y de sus sociedades. 

         De hecho, Brasil y la Argentina son los socios “grandes” del Mercosur. Eso sólo debería haber bastado para concebir, desde tiempo atrás, algún grado más avanzado de coordinación entre las políticas de estado de ambas naciones. Pero eso nunca ocurrió; y la realidad del Mercosur es que con frecuencia tanto Brasil como la Argentina se lamentan de sus falencias para resolver diferendos “macro”, mientras los otros dos socios, Uruguay y Paraguay, proclaman casi a gritos que la alianza no los beneficia. 

         En el plano económico, el gobierno de Brasilia ha explicitado una política de crecimiento económico y fortalecimiento de la base productiva del Brasil. El gobierno de Lula vive menos desvelado que el gobierno argentino por el precio del pan o de los cortes de carne cada día, pero está más atento a las capacidades competitivas de su país en el largo plazo. Para ello, despliega no solamente un ejército de equipos técnicos que piensan el país y sus políticas, también un arsenal de herramientas para negociar con los empresarios de distintos sectores y lograr un balance equilibrado entre sus intereses de corto y largo plazo. En tanto, la Argentina está perdiendo competitividad y fuerza productiva. El gobierno de Buenos Aires puede alegar que dispone de algo así como una “estrategia de largo plazo”, pero esta no es conocida. 

         En el plano político, sin duda Lula encabeza un gobierno que tiene dos caras. El presidente es un gran árbitro entre dos voluntades: una, mantenerse en buenos términos con los gobiernos de esta “nueva izquierda populista” latinoamericana y otra, insertarse en el mundo actual como una nación confiable e influyente. Hay que admitir que lo hace bien -aunque no todos los brasileños compartan este juicio-. El gobierno argentino, en cambio, parece más impredecible que otra cosa. La consecuencia es que la Argentina está más aislada del mundo y aprovecha en menor medida los aspectos favorables de la coyuntura internacional. 

         El ex presidente Kirchner, el hombre fuerte en el entorno de Cristina, dice frecuentemente que su gobierno “no se rendirá”. Ni él en su momento, ni ella ahora, fueron votados para librar un combate contra algún adversario dispuesto a forzar su rendición; fueron votados para gobernar un país diverso y complejo. El presidente Lula no usa ese lenguaje épico para definir su gestión; más bien, administra su país -para eso lo votaron- moviéndose con la habilidad que puede desplegar entre intereses económicos, sociales y políticos complejos. Esa diferencia de estilos -más aun, de concepciones de lo que significa gobernar- es probablemente más decisiva que desacuerdos ocasionales en temas particulares. 

         Algo parece claro: las visitas presidenciales producen gestos y algunos símbolos; los acuerdos se discuten y negocian en los niveles ejecutivos de los equipos de gobierno. Lula llegará a Buenos Aires acompañado de altos funcionarios y un lote bastante impresionante de empresarios de su país: una indicación del lugar prioritario que ocupan en su agenda los temas comerciales y productivos. La presidenta argentina no podrá sentar en esa mesa a una gran parte de los productores argentinos, a los que su gobierno ha definido como el adversario ante el cual no hay que rendirse. El empresariado argentino está en su punto más distante de su propio gobierno, y aunque ello no sea explicitado en esta oportunidad -y tal vez hasta se lo disimule en alguna medida- a nadie escapa que es así y este no es un hecho menor en el balance de la relación bilateral entre la Argentina y Brasil. En ese contexto, es difícil alcanzar acuerdos de fondo. 

         Pero del encuentro de los presidentes no cabe esperar tales acuerdos. Aun más, esta visita de Lula a Buenos Aires culmina con un toque folclórico latinoamericano: Hugo Chávez se suma a la ronda, fuera de programa. En una breve cumbre tripartita, poco saldrá pasado en limpio. Más bien, mucho ruido y pocas nueces.

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Fuente: Infolatam
 
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