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La crisis aurinegra por Fernando Pintos |
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En la edición electrónica del diario EL PAÍS (correspondiente al martes 25/7/2006), se incluyen, en diferentes artículos, todos los pormenores de la renuncia de los principales directivos del Club Atlético Peñarol. Con esta penosa situación culmina una tremenda crisis institucional aurinegra y muchos partidarios de Nacional deben estar ahora de parabienes. Pero en mi caso, no es así sino muy por el contrario. Y por ello invitaré a leer con atención una nota que fue publicada por el periodista Edward Piñón en la edición antes mencionada:
«… El vicepresidente renunciante de Peñarol, Juan Pedro Damiani, no pudo ocultar el dolor que le provocó tomar la determinación de abandonar la institución, pero enfatizó a El País que no le quedaba otro camino. "Me harté, me pudrí del fútbol uruguayo. Tengo un inmenso dolor porque Peñarol es mi vida, pero no podíamos dejar que tuvieran a Peñarol de rehén por culpa nuestra", comentó un apesadumbrado Damiani. Mientras ajustaba detalles de la carta que hará pública a la brevedad para explicar a la parcialidad aurinegra y, especialmente a la masa social que los apoyó en las elecciones de noviembre pasado, Juan Pedro remarcó: "el fútbol tal como está es imposible. Si algún día esto cambia, quizás vuelva a creer y regrese al trabajo por Peñarol. Hoy eso no se vislumbra y, además, esta situación es insostenible". El directivo no quiso profundizar en los argumentos que lo llevaron a adoptar una decisión tan drástica y sostuvo que se tomará unos días para poder superar el triste momento que vive. "No quiero hablar con nadie, quiero dedicarme a mi trabajo en Buenos Aires y después ver lo que sucede desde afuera". Aunque Juan Pedro Damiani se excusó de ofrecer mayores detalles de lo sucedido, fuentes aurinegras revelaron a El País que la determinación del alejamiento del club venía siendo manejada a partir del momento que "llovieron los mensajes por terceros de una entrega económica del Grupo Casal por los pases de Carlos Bueno y Cristian Rodríguez una vez que se fueran los Damiani". Se fortaleció luego de la resolución del TAS, organismo que determinó que los jugadores eran libres cuando pidieron pase para el París Saint Germain, y quedó decididamente resuelta con las "supuestas amenazas" del empresario Francisco Casal y con las críticas que llegaron desde adentro de la institución para el estilo de conducción. Aunque muchos creyeron que esta situación no se iba a concretar, porque evocaban ejemplos similares en los que el contador José Pedro Damiani había amenazado con marcharse de la institución, el proceso de desgaste cumplió su objetivo…».
Y bien. Espero que más de alguien repare en la monstruosidad que existe detrás de todo esto. El presidente y vicepresidente de Peñarol, uno de los dos clubes grandes del fútbol uruguayo, una institución histórica, una institución gloriosa, una institución que ha conseguido, para orgullo de todos, cantidad de resonantes triunfos internacionales —sólo hay cinco clubes en el mundo que han ganado tres veces la ya extinta Intercontinental: Milan de Italia; Real Madrid de España; Boca de Argentina; Nacional y Peñarol, de Uruguay—, puesto de rodillas por una partida de gángsters que han transformado nuestro fútbol en un sumidero de inmundicias y en un verdadero emporio de fracasos… Por donde uno se encuentre con una porción de la peor peste que aflige al fútbol uruguayo, el nombre Casal salta de inmediato a la primera fila. Apenas unos días atrás, en otra nota del diario EL PAÍS, se informaba que Munúa, aquel arquerazo que Nacional le vendió al Deportivo La Coruña, no juega desde hace un año por presiones del tal Casal, el cual no ha perdonado que el pase del jugador se haya hecho sin su asquerosa participación. Y casos como esos, abundan, proliferan, y son los que tienen al fútbol uruguayo convertido en un estercolero, un «¡viva la Pepa!», un verdadero manicomio en movimiento y, lo peor de todo: el principal vivero de decepciones y frustraciones para los tres millones y medio de uruguayos que siguen en el terruño patrio y para todos los demás, millón o millón y medio tal vez, que andamos regados por el resto del mundo, viviendo cada cual su versión personal de la diáspora criolla.
La crisis institucional aurinegra se suma a la renuncia de la Junta Directiva de la Asociación Uruguaya de Fútbol, producida unos pocos días atrás. En ese caso específico, la salida del tristemente célebre Eugenio Figueredo y todo su equipo de sinvergüenzas y mediocres —entre los cuales destaca con luz propia Oscar Magurno, toda una fichita— es algo que debe ser debidamente festejado. Y se debe promover, ahora, la llegada de gente que sea decente y que, además, llegue con ideas de fondo para terminar con la crisis del más popular de nuestros deportes. Por el contrario, la salida de los Damiani no debe ser motivo de regocijo para nadie, pues ellos pretendieron poner un freno a la tenebrosa injerencia de Casal y su grupo en los asuntos del fútbol uruguayo. Por ello, todos los uruguayos honestos y con dos dedos de frente, no importando a que club pertenezcan, deben hacer llegar su apoyo y solidaridad a estos dirigentes que, de la manera que fuere, intentaron hacer lo mejor, no sólo para su gloriosa institución, sino también para el fútbol uruguayo.
Por mi parte, reitero lo dicho varias veces: hasta que ese tal Casal y todos los personajes de similar calaña sean borrados definitivamente de nuestro panorama, el fútbol uruguayo no retomará el camino de éxitos y gloria a que siempre nos tuvo acostumbrados. Y por una vez sí lamento que Fidel Castro no sea el presidente de Uruguay, porque él sabría muy bien qué hacer con todos esos individuos, ya fuera mazmorra o paredón. Los propios clubes deben encargarse de las transferencias de sus jugadores, dejando cualquier clase de intermediario a un lado. Sólo de esa manera las cosas comenzarán a enderezarse y podremos volver a ser protagonistas en campeonatos mundiales y cualquier otro tipo de competencia internacional.
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