Lo que Chávez quiere
por Argelia Ríos
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Ni aún queriendo podría esperar más tiempo. El presidente Chávez no acepta el progreso de sus adversarios. La estrategia incrementalista de éstos le ha trastornado el juego: si espera otro momento para la enmienda, el riesgo de ver abortada la reelección indefinida será mayor. Ahora necesita minar el camino gradualista que sus oponentes han logrado construir. Su apuro es el mejor reconocimiento de que la actuación de sus oponentes les garantiza un éxito futuro. Hace años, el comandante reclamaba el aventurerismo radical de quienes se le enfrentaban. Ahora le inquieta lo contrario: no admite los cambios que ellos instrumentaron, ni mucho menos el potencial que ese viraje les proporciona de cara al futuro cercano.
Chávez no miente cuando dice que la revolución está en peligro: los índices de participación electoral del 23N son prueba de que, al menos en el mediano plazo, ciertamente, lo está. Si la oposición sigue acudiendo a las urnas con el mismo ánimo con que acaba de hacerlo, el comandante no podrá quedarse en Miraflores, ni conseguirá preservarle el camuflaje "democrático" al proceso. La revolución está urgida de aquella oposición del 2002 y también del clima político que reinó en el post revocatorio.
La orden es clara: para efectos de su reelección -y de las demás estaciones comiciales pendientes-, la oposición debe ser desmoralizada. Es preciso que ella deje de creer en las salidas democráticas. Destruir su estrategia incrementalista constituye un desiderátum. Todos los esfuerzos del oficialismo -junto con sus instituciones- estarán dirigidos a ese propósito. Tanto la enmienda como la obstrucción del trabajo de los gobernadores y alcaldes contrarios al proceso, hacen parte de un "ataque fulminante" contra el instrumento del voto. Por eso Chávez se radicaliza después de cada medición en las urnas: quiere que la población democrática reniegue de las elecciones como mecanismo de lucha y de cambio. Le urge sembrar en ella la desolación que la mantuvo postrada por largo tiempo.
El presidente calcula que sus provocaciones contribuirán a revivir los viejos temores y desconfianzas de la oposición. Con la ayuda del CNE -que desempeñará un rol principal en esta nueva puesta en escena- hará todo cuanto esté a su alcance para conseguirlo. Espera que sus abusos revivan a los factores más recalcitrantes de la oposición, para estimular la división que lo nutrió en otros episodios. Su idea es redonda: acabar con la solidez de la única estrategia que le ha dado resultado a sus adversarios. Necesita sacar a sus adversarios del juego democrático. No puede soportar que una parte importante y creciente del país haya tenido oídos para otras opciones. No acepta que prospere una alternativa, ni que su revolución quede expuesta ante el mundo como un proyecto en declive. La enmienda es una gran oportunidad para la oposición y su respuesta será crucial.
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