Argentina necesita efectivo, literalmente
por George Selgin
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Suponga que quiere tomar el autobús o pagar un parquímetro sin el cambio justo. O suponga que quiera poner unos centavos en el sombrero de un músico callejero. Nada más fácil, ¿cierto? No si vive en Argentina. Trate de hacer cualquiera de estas cosas allí y podría meterse en un gran lío.
¿Por qué? Porque Argentina es presa de una escasez de cambio. ¿Quiere cambio para un billete de cinco pesos (aproximadamente US$1,7)? No intente obtenerlo en una tienda, a menos que planee comprar algo y esté listo, en ese caso, para que el comerciante rechace su negocio en lugar de separarse de preciosos centavos o que le dé bombones en vez de monedas. Los bancos tampoco son de mucha ayuda. La ley dice que tienen que darle hasta 20 pesos en cambio, pero la mayoría abiertamente desobedece esta regla, suministrando sólo el equivalente a unos cuantos pesos o incluso colgando carteles de "No hay cambio", como los de los quioscos.
¿A qué se debe la escasez? El banco central de Argentina le echa la culpa a los "especuladores", lo que quiere decir todos, desde ciudadanos comunes que acumulan monedas hasta Maco, la compañía privada de transporte de efectivo que reempaca el cambio juntado por las empresas de autobús para revenderlo con un recargo del 8%. Pero estas explicaciones suenan falsas. El "mercado negro" no existiría si las monedas fueran fáciles de conseguir en primer lugar. Después de todo, los argentinos de la misma manera podrían acumular hojas de afeitar o cajas de fósforos. Sin embargo, no hay una escasez de estos productos. ¿Qué es tan especial sobre las monedas?
La respuesta es que las monedas son suministradas sólo por el gobierno. "Pon al gobierno federal a cargo del desierto del Sahara", dijo Milton Friedman, "y en cinco años habría una escasez de arena". Si Argentina quiere poner fin a la escasez de monedas, debería renunciar a su monopolio.
¿Suena descabellado? No si la historia sirve de guía. Hace más de dos siglos, Gran Bretaña enfrentó una escasez de monedas más grave que la de Argentina, tan severa que amenazó con frenar en seco la industrialización británica. La gente luchaba por conseguir monedas para uso diario. El trabajador promedio tenía suerte de ganar 10 chelines por semana, mientras que los billetes más chicos valían 10 veces más. Por lo tanto, la escasez de monedas incluso impidió que las fábricas pagaran sueldos.
Al igual que el gobierno de Argentina hoy, el gobierno británico no pudo acabar con la escasez. La escasez terminó gracias a la acción del sector privado. Cansadas de la indecisión del gobierno, las firmas británicas empezaron a acuñar sus propias monedas. En una década, una veintena de casas de moneda produjo más monedas que las que la Real Casa de la Moneda había emitido en medio siglo. Fueron mejores: más pesadas, más hermosas y mucho más difíciles de falsificar. También eran más baratas, ya que los acuñadores privados vendían sus productos al costo más un modesto sobreprecio, al igual que la competencia, en lugar de cobrar el valor nominal de las monedas, como les gusta a los gobiernos. Finalmente, cuando quienes habían aceptado las monedas privadas como pago volvían al emisor para canjearlas, los emisores ofrecían cambiar sus monedas por billetes del banco central sin costo alguno.
Al tener en cuenta este precedente histórico, no cuesta mucho imaginar a firmas argentinas en la actualidad, incluyendo las cadenas de supermercados Carrefour y Wal-Mart, bancos de buena reputación como HSBC Bank Argentina y empresas de transporte como Metrovías, emitiendo sus propios centavos y monedas de un peso. Al hacerlo, ya no estarían a merced del gobierno o de distribuidores de monedas privados con sus altas comisiones. Los ciudadanos comunes y corrientes también se beneficiarían.
¿Por qué no ha tomado fuerza la acuñación privada de monedas? La razón más probable es que las firmas privadas no esperan que el gobierno lo soporte. En Gran Bretaña, a pesar de todo el bien que hicieron, las monedas privadas fueron prohibidas en 1817 y los emisores enfrentaron una masiva corrida para canjear sus monedas. Esto sucedió, dicho sea de paso, cuando todavía había una gran escasez de monedas británicas oficiales.
Si Argentina quiere poner punto final a la escasez de monedas, debería no sólo tolerar la acuñación privada sino también aprobarla. Puede hacerlo, eliminando cualquier riesgo de abuso a través de una legislación muy simple. Debería permitir a firmas privadas emitir monedas marcadas distintivamente, quizás sujetas a requisitos mínimos de capital, y a la vez dejando en claro que nadie necesita aceptar monedas emitidas de forma privada, incluso como cambio por una compra.
Tal ley podría ser todo lo que se necesita para solucionar la escasez de monedas y a la vez hacer que nadie fuerce a la gente a aceptar dinero en el que no confían. Nadie, es decir, excepto el banco central de Argentina.
Selgin enseña economía en la Universidad de Virginia del Oeste y es el autor de "Good Money: Birmingham Button makers, the Royal Mint, and the Beginnings of Modern Coinage" (algo así como Buen dinero: fabricantes de botones de Birmingham, la Real Casa de la Moneda y los comienzos de la acuñación moderna".
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Fuente: The Wall Street Journal |
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