Brasil: la esclavitud y el trabajo infantil
por Marcelo Andrés Ostria Ch.
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El 13 de mayo de 1888 se abolió en el Brasil la esclavitud, que tuvo, durante cuatro siglos, importantes connotaciones políticas y económicas. Fue el tiempo en que los ricos hacendados dependían de sus esclavos para su producción y que, a su vez, era un componente importante de la producción agrícola brasileña. Las corrientes abolicionistas que se impusieron en todo el continente americano hicieron posible que, por lo menos legalmente, sea abolida esta práctica, que fue –y aún es– una lacra para la humanidad.
El triunfo del abolicionismo sobre esta inmoral dominación de seres humanos sobre sus semejantes, que ya tiene en América más un siglo, no ha terminado con la injusticia de la explotación que, en efecto, persiste y que, con caracteres similares a los de antaño sufren muchos seres humanos, entre ellos, los niños obligados a trabajar en condiciones de esclavitud.
Nadie podría en la actualidad justificar la esclavitud, pero son pocos los que reparan en estas abominables formas modernas de explotación que afectan a niños y adolescentes, a los que se les sustrae, no solamente su salario justo, sino la alegría de la niñez y la juventud, en lugar de gozar de la educación y de la protección de su salud.
Sin embargo, el grave problema de la esclavitud de niños y adolescentes persiste. Louis Coirradini, periodista del Correo de la UNESCO, al mencionar que la esclavitud de los niños es todavía un “drama planetario”, afirma que en el Brasil “se venden 40.000 niños por año para trabajar en tareas rurales o domésticas”. Por lo visto, las leyes internas y los tratados internacionales, como sucede en Bolivia en las minas y en Nicaragua en las plantaciones de café, no son suficientes para combatir esta vergüenza moderna.
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Por desgracia, el trabajo infantil esclavo, es visto aún como algo imposible de terminar por sus connotaciones económicas. En efecto, una parte considerable de la sociedad brasileña piensa que este infortunio no se puede de erradicar, aun sabiendo que, de acuerdo con cifras del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), más del medio millón de niños brasileños trabajan y más de cuatro millones no asisten a un centro educativo. Parecería que crece la aceptación colectiva de que la explotación infantil es una incambiable y “triste realidad”.
En un momento se llegó a pensar que el crecimiento económico y la modernización conducirían por lo menos a una disminución de la explotación infantil en el Brasil. Conociendo ahora los datos alarmantes de que cientos de miles de niños y adolescentes trabajan y son explotados, resulta obvio que ese mejoramiento económico no ha cambiado esta situación. Más aun, es importante anotar que, junto al crecimiento de la economía brasileña, creció también el trabajo infantil esclavo en ese país.
Como en toda América Latina, ni las mencionadas mejorías económicas, ni el crecimiento, ni las medidas paliativas que toma un gobierno, pueden, por sí solos, eliminar el trabajo infantil. Debe ser el resultado del esfuerzo compartido de activistas nacionales comprometidos con la justicia y de campañas internacionales solidarias.
Se espera que la sociedad brasileña en su conjunto vea al trabajo infantil como lo que realmente es: una vergüenza inaceptable, de la misma naturaleza que la esclavitud que fue abolida en su país en 1888. Con esto en mente, la erradicación del trabajo infantil en el Brasil, si predomina la convicción y la decisión, no será una imposibilidad.
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