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Año III - Nº 147 - Uruguay, 09 de setiembre del 2005

 
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De temporales
* Javier Garcia
 
Algo quedó claro después de la crisis reciente: si antes de ella las relaciones entre Vázquez y Astori eran malas, ahora han empeorado considerablemente.

Ni minicrisis, ni cuentas saldadas, sino grandes interrogantes de futuro. Esa es la conclusión que deja el episodio de la declinada renuncia de Astori.

El presidente, pocas horas antes del episodio, había desautorizado al ministro en público frente a los restantes secretarios de Estado, en una señal de mando ejercida de tal forma que estaba dirigida a disminuirlo políticamente y a demostrarle que su importancia tiene límites. Reunió al Consejo de Ministros, le dio la palabra al de Economía, y luego de que este presentara el mensaje presupuestal y que inclusive repartiera entre sus colegas el diskette del mismo, Vázquez le enmendó la plana y lo desautorizó. Astori debió recoger los materiales e irse, lo que motivó una silenciosa sonrisa de algunos ministros que veían con gusto el rezongo que había recibido. El presidente podía haberle comunicado antes, en privado, su posición contraria al presupuesto elaborado, pero prefirió comunicárselo en público, con el objetivo de disminuirlo frente a sus pares y optó por las propuestas que el director de la OPP había estructurado para la enseñanza. La jugada a la postre le costó caro.

Astori decidió dar la madre de todas las batallas y subió la apuesta, condicionando su permanencia a que se respetaran sus criterios. Vázquez, que sabe lo que le significaba en puertas de la discusión presupuestal quedarse sin ministro y frente al seguro impacto en la plaza, debió ceder, y la valentonada pública se transformó en un acatamiento también público, en el cual perdió.

Sacando lo episódico de lado, quedan grandes interrogantes y los problemas hoy son aún más grandes que cuando esto comenzó.

No quedan dudas de que si antes las relaciones entre Vázquez y Astori eran malas, ahora son peores. El presidente tarde o temprano va a devolverle la partida.

También la interna oficialista se recalentó, y quienes disfrutaron cuando se le enmendó la plana a Astori, ven ahora crecer el poder de éste frente al propio presidente. Mujica dijo en estas horas que luego del episodio, siente que su vínculo personal con el ministro mejoró. Es difícil de creer, debió retroceder una vez más y ya van unas cuantas.

El gobierno, este es el problema de fondo, no ha resuelto aún, por sus permanentes contradicciones, el rumbo. Y el presidente, que es quien debe fijarlo, no lidera. Se dedicó en estos meses a laudar, a darle la razón, cada vez que ha habido diferencias, a una de las partes en pugna, pero no ha fijado el camino. Todo el accionar del oficialismo se ha transformado en una sucesión de batallas internas. Cada sector del EP festeja sus triunfos parciales como si se tratara de eventos deportivos, y el país observa esas pequeñas batallas con la incertidumbre de no saber dónde termina el zigzag.

Toda la acción del gobierno en estos seis meses se reduce a una pobrísima producción. Hasta ahora, mayorías absolutas mediante, sólo hay media sanción legislativa de la ley de cárceles que permite la liberación de los presos, y media sanción de la ley de fueros sindicales, que a su vez ya le pusieron desde el propio gobierno freno de mano. Seis meses para media sanción de dos leyes, que son muy malas.

Por otro lado, el buque insignia llamado Plan de Emergencia, naufragó.

Los anuncios apresurados del presidente sobre la aparición, inminente, de restos de desaparecidos no se concretan.

La sensación es que el país no avanza. No avanza ni tiene rumbo, porque con él se podría discrepar, pero por lo menos se sabría hacia dónde se va.

Astori ganó la pulseada a pura opinión pública, pero eso no da certezas, es un resultado del momento.

Cuando en un gobierno la estabilidad reposa en un ministro y no en el presidente, algo funciona mal. Y eso quedó claro esta semana.