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Año III - Nº 147 - Uruguay, 09 de setiembre del 2005

 
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La extraña metamorfosis
del terrorismo latinoamericano

* Sócrates

Algunos de quienes se enrolaron en las filas de la guerrilla que asoló a América Latina durante la década del setenta han logrado llegar a ocupar puestos públicos gracias al voto de la población, a la que manipulan y engañan ideológicamente.

Cuando el terrorismo golpea más salvajemente que nunca a los civiles todo a lo largo y ancho del mundo, utilizando a los suicidas como arma imparable, en América Latina las cosas -como tantas veces- parecen pertenecer al mundo del revés.

En efecto, por una parte, los guerrilleros de ayer -los mismos que secuestraron y asesinaron civiles, luego de haber sido entrenados y financiados desde el exterior por el ahora vetusto y fracasado régimen marxista de Fidel Castro- hoy son gobierno. Disfrazados con pieles de oveja fueron elegidos en procedimientos que, más allá de los astutos engaños ideológicos, lucen formalmente democráticos.

Y sus crímenes de ayer, cometidos contra civiles inocentes, permanecen sorprendentemente impunes. Pese a que las naciones latinoamericanas abrazaron -sin reservas prácticamente- el Estatuto de Roma que gobierna el llamado Tribunal Penal Internacional donde se define claramente a esa forma de terrorismo como crimen de lesa humanidad y, por ende, imprescriptible e imperdonable.

Es más, algunas Supremas Cortes, como las de Argentina y Nicaragua, con miembros de inclinación progresista -eufemismo con el que prudentemente se reemplaza en la jerga política a la palabra izquierdista- se olvidaron (estratégicamente) de la existencia del Estatuto de Roma, como si jamás se hubiera suscripto y jamás se hubiera convertido en ley interna de esos países. Y han llegado a sostener, sin demasiada vergüenza, que el terrorismo no es un crimen de lesa humanidad.

Como ha quedado visto en el reciente debate con Mary Anastasia OGrady desde las columnas del Wall Street Journal, provocado por el cónsul Timerman, ya no engañamos a nadie en el exterior. Pese a la labor de inteligencia de Héctor Timerman, que hasta ayer acosara constantemente a la mencionada periodista.

En los últimos días, en nuestra vecina y querida Uruguay, también en manos de personeros de la izquierda, han aparecido algunas consecuencias de tener terroristas setentistas en el poder. A pesar de que seguramente aparecerán otras, vale la pena ponerlas sobre la mesa, o sea darlas a la luz.

Primer episodio. El ex candidato colorado (batllista) a la intendencia de Canelones, Sergio Molaguero, que fue secuestrado en 1972 por guerrilleros de izquierda (OPR-33), acaba de acusar nada menos que al prosecretario de la presidencia, Jorge Vázquez, de haber sido quien organizó ese secuestro que lo mantuvo -al mejor estilo de los tupamaros- durante tres larguísimos meses dentro de un oscuro y frío pozo, totalmente desnudo y prácticamente sin alimentos.

Como, igual que aquí, la izquierda uruguaya no sabe lo que es el nepotismo (o, si sabe, no le importan demasiado las limitaciones de contendido ético), Jorge Vázquez, hermano del presidente Tabaré Vázquez, es ahora un encaramado funcionario público. Cuyo sueldo se paga -es obvio- con impuestos que caen sobre todos los orientales. Incluyendo al mismo Sergio Molaguero, por supuesto.

Molaguero, recordamos, fue secuestrado por la guerrilla en medio de un conflicto gremial en la fábrica de calzado Seral, cuyo propietario era su padre, José Molaguero.

Segundo episodio. Un ex tupamaro llegó curiosamente a ser vicepresidente del Uruguay. Por poco rato, afortunadamente, para quienes creemos en la importancia de la libertad.

Se trata del ahora senador por el Frente Amplio, Eleuterio Fernández Huidobro, que -por ello- ya ha accedido seguramente al cada vez más grueso Libro Guinness de los Récords.

Cuando el vicepresidente, Rodolfo Nin Novoa, el 29 de julio pasado fue a Venezuela (porque Uruguay está coqueteando también con la guita de los venezolanos) a pactar con Hugo Chávez, Fernández Huidobro lo reemplazó, ya que la Constitución oriental establece que, en ese caso, el primer senador de la lista más votada es quien toma provisoriamente su lugar.

Por supuesto, cuando le preguntaron por su pasado, el circunstancial vicepresidente de la patria de Artigas desvió hábilmente el fuego respondiendo que el presidente Tabaré Vázquez está acuciado por los requerimientos de las investigaciones de las actividades represoras de los militares uruguayos. O sea las mismas que, mediante un referéndum, los uruguayos decidieron en su momento olvidar. Para poder caminar hacia adelante sin la cabeza dada vuelta, mirando hacia atrás como nosotros. Pero todo cambia, hasta las prioridades, cuando desde el poder se empeñan por rescribir la historia.

Vamos a tener que presenciar muchas de estas situaciones. Porque algunos de quienes militaron en la guerrilla setentista son ahora gobierno. En un rato apenas, en los tiempos de la historia, las urnas seguramente los desplazarán. Pero, para muchas cosas (entre ellas, la verdad) será demasiado tarde. Y demasiado costoso.

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