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El primer desafío de Cristina Kirchner: reconocer la Argentina verdadera
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por Gabriela Pousa |
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Terminada la deslucida campaña y al margen de la poca transparencia del acto electoral, la presidenta electa deberá abandonar la práctica de negar los hechos y comenzar, en cambio, a admitir la realidad si es que quiere que la ciudadanía crea en ella.
“No es oro todo lo que brilla.”
Apenas unas horas luego de terminados los comicios, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, criticaba públicamente a los porteños por no haberle dado el triunfo a su candidata (Cristina Fernández de Kirchner perdió en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, amén de en otros centros urbanos más). Poco después, los diarios daban cuenta de una baja del 2% de los precios en los supermercados (que no llegó al bolsillo de los ciudadanos), el seguro automotor aumentaba, los taxis subían tarifas, las prepagas anunciaban ajustes en sus cuotas, la nafta incrementaba su precio y un canal de televisión emitía un video –grabado el mismo domingo 28– donde se veía cómo seres humanos eran cargados como ganado en camiones para ser llevados a votar. Las imágenes revelaban que los indigentes no tenían consigo los documentos, que habían sido entregados previamente al puntero político. No mucho más pudo filmarse, ya que los barras bravas de los candidatos a la intendencia de la localidad formoseña donde esto ocurrió impidieron que las cámaras se acercaran a la escena.
Asimismo, nos enterábamos de que una mujer dispuesta a sufragar había muerto antes de salir a hacerlo: la tuberculosis pudo más. No hubo vehículo para trasladarla a un centro hospitalario, todos estaban abocados a movilizar votantes desde las villas a la mesa electoral.
En simultáneo, quedaban en libertad los acusados de la masacre de La Plata, un empresario era secuestrado en La Matanza y otro hombre era asesinado en Versailles. Los alumnos del colegio Carlos Pellegrini abandonaban las aulas por amenaza de bomba y la gente quedaba varada en aeroparque y Ezeiza. Al mismo tiempo, se daba a conocer el ranking de competitividad del Foro de Davos, en el que la Argentina descendió del puesto 70 al 86 en el último año. Todo esto en apenas las primeras 48 horas luego de las elecciones nacionales.
Conjuntamente, aumentaba la circulación de correos electrónicos con datos concretos del robo de boletas y manipulación de urnas, denuncias sobre muertos que votaron y relatos de desprolijidades en el conteo de los votos. Hasta en YouTube aparecía un video que mostraba al mundo el clientelismo más obsceno, la compraventa de votos y el manejo ruin de los punteros políticos argentinos.
Para rematar las primeras horas de la presidenta electa, medios internacionales como The Economist, Financial Times y The Washington Post, entre otros, no vaticinaban un período de gloria para el país en manos de Cristina dada la falta de inversiones en materia energética y la creciente inflación sin política económica precisa para detenerla. A su vez, manifestaban la desconfianza que produce en el mundo desarrollado todo lo que esté relacionado con el populismo, signo característico del justicialismo. The Washington Post agregaba, además, que durante la gestión kirchnerista “la administración pública y el sistema judicial se politizaron y perdieron independencia, incluso las cifras de la inflación oficial dejaron de ser confiables”. Por su parte, el Financial Times sostenía que “es vital que el Gobierno cambie su curso para hacer frente a la creciente inflación y al descontento de las clases medias y altas, que se materializó en la victoria de la oposición en las grandes ciudades”. Al parecer, la campaña puertas afuera no fue muy efectiva para la futura presidenta.
Mientras todo esto sucedía, Cristina Kirchner aparecía en los medios audiovisuales aplaudiendo la metodología del Gobierno en materia económica, ratificando la inflación oficial y aseverando que el triunfo de los comicios del 28 de octubre representaba un respaldo del pueblo a la “exitosa administración” de su marido. “Equipo que gana no se toca”, se afirma. De allí se desprende que nada ha de cambiar en lo sucesivo bajo la gestión de Cristina Kirchner si ella misma admite que la administración actual es digna de reconocimiento. De alguna manera, más que a una votación, los argentinos asistimos al plebiscito de una gestión.
Al unísono, cómodamente sentada en la residencia presidencial, la candidata electa le comentaba a una periodista de la cadena CNN que “el crecimiento de la Argentina es asombroso”, que “la inflación es una construcción mediática”, que “los decretos de necesidad y urgencia son constitucionales porque están sometidos a control parlamentario” y que “el pueblo agradeció con su voto todo lo que ha hecho por el país Néstor Kirchner”. En definitiva, vendía una Argentina donde las imágenes comentadas unos párrafos arriba no podrían haberse registrado. Sin embargo, la geografía y los “actores” de ese celuloide son “industria nacional”, como lo son también los datos de la realidad mencionados en estas líneas.
La metodología de negar los problemas ya no resiste demasiado, basta observar lo que ocurre con la pastera Botnia. Primero, se negó el conflicto. Antes de las elecciones, se pidió postergar la puesta en funcionamiento de la planta. Pasados los comicios, España intercedió para que no comenzara a operar la planta y enturbiara, de esa manera, el triunfo oficial. Finalmente, Botnia estará en marcha. Con ese ejemplo queda graficado el modo de gobernar del kirchnerismo: demagogia para contentar, decir sin hacer y ocultar bajo la alfombra hasta que, al final, la verdad asoma.
La mentira sistemática y esta metodología que instrumentó la administración de Néstor Kirchner parecen encontrar en la nueva mandataria electa una cabal seguidora. Como con la fábula del lobo y el cordero, lo primero que deberá lograr de ahora en más Cristina será que la ciudadanía le crea. De lo contrario, el clima social prevé nubarrones y tormentas al margen de lo que suceda con la política y la economía de veras, no según las peculiares declaraciones de la futura presidenta.
Fuente: © Economía para todos
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