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Año IV - Nº 259
Uruguay,   09 de noviembre del 2007
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Los indoblegables

por Carlos Alberto Montaner
 
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            George W. Bush acaba de concederle la medalla Presidencial de la Libertad al Dr. Oscar Elías Biscet, un preso de conciencia condenado a 25 años de cárcel. Fue un gesto solidario que le agradecen casi todos los cubanos. Se trata de uno de los galardones más preciados de Estados Unidos. La creó Kennedy en 1963 y la han recibido personajes como Nelson Mandela y Martin Luther King. Mandela y King, por cierto, son dos de las tres fuentes de inspiración de Biscet. La otra es Gandhi. Biscet también es un pacifista que rechaza la violencia y defiende los derechos humanos.

            Una de las razones por las que lo encarcelaron es porque denunció el alto número de abortos que se realizan en la isla. En Cuba se producen más abortos que partos. Biscet es médico, cristiano, joven y mulato. Nació en 1961. Tiene algo de apóstol bondadoso. Es el verdadero hombre nuevo surgido de la revolución: una persona horrorizada con la dictadura comunista. Su mujer, Elsa Morejón, otra heroína, es su mano derecha. No han podido doblegarlos.

            No sé si Biscet podrá recibir la medalla algún día. La cárcel política en Cuba es espantosa. Tal vez muera antes de que llegue la libertad. A España acaba de arribar el ex preso político Héctor Palacios Ruiz y las historias que le relató a la prensa son terribles. Héctor es un hombre de 65 años, ex comunista, jovial y rotundo. Estuvo con el Che y creyó a pie juntillas en las buenas intenciones de Castro. Hasta 1980 formó parte del aparato en misiones y trabajos siniestros e importantes. Rompió con el partido cuando vio que las turbas enviadas por la Seguridad golpeaban en las calles a las personas que manifestaban su deseo de abandonar el país. Le dio asco.

            Poco a poco, se fue ligando a la oposición democrática. En la década de los noventa llegó a fundar un think-tank independiente para estudiar la inverosímil realidad cubana. Lo detuvieron veinte veces. Una de ellas, incluso, lo fusilaron con balas de salva para comprobar su resistencia moral. Por fin, en abril de 2003, junto a otros 75 disidentes absolutamente inocentes, fue condenado a prisión. ¿Delitos? Pedían elecciones plurales, prestaban libros prohibidos y se comunicaban con la prensa extranjera. Como a Biscet, lo sentenciaron a 25 años. Hace pocas fechas, como estaba muy mal de salud, con inminente riesgo de muerte, el gobierno español pidió que se lo entregaran para tratar de salvarlo.

            ¿Qué le hicieron en la cárcel? Héctor Palacios mide 1.90 y es un hombre corpulento. Durante dos años lo encerraron en una caja de metal y concreto de 1.60 de alto, por 1.75 de largo, por 1.20 de ancho. La celda, una especie de catafalco en forma de iglú, construida por los soviéticos en los sesenta, está a la intemperie, en el patio de una prisión conocida como Kilo 5.5 en Pinar del Río. No tiene ventanas y el sol cubano la convierte en un horno. Héctor vivía acostado en posición fetal y en semipenumbra. Bajó cuarenta kilos. Respiraba por el resquicio de la puerta. Su compañía eran los ratones y las cucarachas que ascendían por el hueco en el que defecaba. Llegó a ver con indiferencia a estas alimañas. En realidad, llegó a ver la vida con indiferencia y varias veces creyó que fallecía. Una vez al día, durante unos minutos, sus carceleros abrían una pila de agua para que pudiera tomar unos sorbos y descargar el infecto agujero sanitario. Pudo resistir mentalmente porque es psicólogo y estaba preparado para ese calvario.

            Físicamente, en cambio, su organismo se quebró en pedazos: la inmovilidad, la sed y la mala alimentación le destrozaron el sistema circulatorio. Cuando salió de ese infierno tenía insuficiencia cardiaca y sus debilitadas piernas apenas podían bombear la sangre. Todas las válvulas de la circulación de retorno estaban dañadas. Cuando lo vi le pregunté: ''¿Crees que te salvarás?''. Sin alardes, me respondió otra cosa: ''Lo importante es que no pudieron doblegarme''. No supe qué decirle.

 
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