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Año IV - Nº 259
Uruguay,   09 de noviembre del 2007
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Fernando Pintos

La monstruosa sociedad que
Voltaire no llegó a imaginar

por Fernando Pintos
 
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            De mi vieja biblioteca he extraído y releído una novela que ahora quisiera compartir con ustedes. «Cándido en Italia» de Giovanni Mosca, cuya edición original italiana es de 1976, y su primera en idioma español de 1979).

            Todo aquel que haya recorrido las movidas páginas del “Cándido” de Voltaire, habrá degustado en su momento la deliciosa ironía y el profundo sentido crítico con que el inmortal escritor fustigó la filosofía del optimismo, sostenida a capa y espada por Gottfried Leibniz, su discípulo Christian Wolf y toda una pléyade entusiasta (y en parte interesada) de seguidores.

            ¿En qué consistía esta filosofía? Podemos resumirla brevemente citando una frase que ha pasado a la posteridad como paradigma del conformismo, y bandera de algunos de los personajes volterianos. «Todo está bien en el mejor de los mundos posibles»… Una declaración que bien podría figurar en una antología del disparate, pues desde que el hombre es hombre, hasta hoy día y por los siglos de los siglos, ni nada está (o estará) bien, ni éste es (ni fue, ni será) el mejor de los mundos posibles.

            Obviamente, las pomposas cretinadas de Leibniz y compañía servían de caldo gordo para entidades y personas siniestras, que supieron calibrar y aprovechar astutamente el carácter inhibidor de esta seudo-filosofía sobre la libertad del individuo y la iniciativa del ser humano. Tales directos beneficiarios de tanta cháchara inconducente serían, principalmente, el Estado absolutista y la Iglesia católica. Contra esta corporación de vampiros castradores reaccionaría Voltaire, violentamente, publicando en 1759 (era en pleno reinado de Luis XV) su «Cándido». Éste, del título, es un particular personaje: crédulo hasta la saciedad; ingenuo por partida múltiple; dócil repetidor de las engoladas doctrinas que le enseñara el maestro Pangloss, aquel lenguaraz filósofo que representaba la imagen estúpida de Leibniz y sus seguidores. Armado con una escala de valores absolutamente vacuos, el pobre Cándido se ve obligado a recorrer un mundo cínico y cruel, que se encargará de propinarle (patadas en el trasero mediante), todas aquellas enseñanzas que, oportunamente, le fueran mezquinadas por Pangloss. Y serían, todas ellas, unas enseñanzas totalmente reñidas con las reglas elementales del optimismo, destinadas a llevar al protagonista a un aceptable maridazgo con la realidad de su tiempo.

            El Cándido de Voltaire terminaba sus agitadas correrías cultivando un modesto vergel en Turquía, felizmente casado con su amada, la baronesita Cunegunda (que a fuerza de penurias y violaciones, se había tornado vieja y fea) y acompañado por el filósofo Pangloss (hasta el final tan estúpidamente optimista como siempre lo había sido). En fin —parecería querer decirle Voltaire a la posteridad—, el destino del hombre está indisolublemente ligado a la fealdad, el trabajo y la idiotez; los grandes males de este mundo.

            Como fuere, la carnadura imperecedera de los personajes de «Cándido», su acertado trasfondo filosófico y la implacable ironía presente en cada párrafo, hacen de ésta una de las novelas más reideras y disfrutables que aún puedan leerse. Porque la inmortalidad de una obra radica en la extensión temporal de su vigencia, y «Cándido» no ha muerto jamás. Cuando menos, es imposible que lo haga mientras un solitario ser humano siga ambulando por esos mundos de Dios.

            Giovanni Mosca ha sido, junto con Pitigrilli y Guareschi, uno de los humoristas italianos más cotizados del pasado siglo XX. Autor por demás fecundo, produjo una obra vastísima y muy valiosa, de la cual «Cándido en Italia» es el último y más lúcido exponente.

            La idea básica de la obra es muy simple; ¿qué pasaría si trasladáramos al ingenuo personaje de Voltaire a la Italia del último cuarto del siglo XX? El resultado podría ser ciertamente explosivo: mucho más risible y trágico, si ello cupiese, que en las aventuras del personaje original.

            Podríamos poner a los optimistas consuetudinarios de cara a realidades monstruosas y situaciones incongruentes… y si en el siglo XVIII había mucho que criticar a través de las andanzas de aquellos turulatos protagonistas de Voltaire, hoy día, con males mayores, la crítica resulta por lógica multiplicada.

            Y así, de la misma forma en que Voltaire se lanzó a fustigar los males de su tiempo, Giovanni Mosca —pluma en ristre y sin pelos en la metafórica lengua— toma por asalto a la caótica y tambaleante democracia italiana de final de los años 70. Y para hacer tal cosa, no vacila en repartir precisos y dolorosos mandobles a diestra y siniestra, ensañándose con tanto con las causas como con los efectos: no sólo con los causantes, sino también las víctimas complacientes de una estado de cosas que asolaba (y asuela aún hoy) a su país.

            Pobre, desdicha da Italia… Nació tardíamente y en cuna de madera, casi arañando el último cuarto del Siglo XIX. Y desde el principio fue una potencia menesterosa. O, para expresarlo mejor: una potencia impotente (aunque parezca una incongruencia). Débil frente a las grandes naciones imperiales europeas, debió arrastrar desde el principio un peligroso complejo de inferioridad, que con el siglo XX tomaría visos de verdadera paranoia ideológica.

            Llegó con patético retraso al festín del reparto colonial y, en vista de ello, debió contentarse con las migajas y los restos. Por otro lado, en lo interno se vio desarticulada debido a una lamentable dicotomía: el Norte industrial confrontado con el Sur agrícola… Un país de la Europa moderna y otro del mediodía medieval, conviviendo en dudoso maridaje.

            Y después, los desastres:

  • La emigración masiva hacia el nuevo mundo.
  • El desastre de Adua (1896).
  • La dudosa victoria sobre Turquía, que permitió anexar Libia (1911).

            La Primera Guerra Mundial (1915/1918), que representó una «victoria mutilada», verdadera pesadilla para el prestigio y orgullo nacionales.

  • Los desórdenes que siguieron a la guerra, debilitando el gobierno constitucional (1919/1922).
  • El fascismo (1922/1943).
  • La Segunda Guerra Mundial (1940/1945).
  • La Guerra Civil (1943/1945).
  • La República Democrática agredida (1945 a hoy).

            Es en esa última e incierta etapa (la República Democrática agredida) donde surgen nuevos gérmenes letales de peligrosa extensión: comunismo, terrorismo, una burocracia inoperante, una corrupción generalizada y una violencia desenfrenada de cada día y de cada hora. Pobre, desdichada Italia.

            En el marco convulsionado de este antiguo y joven país estremecido por el asalto imperioso de los modernos hunos motorizados y marxistizados, transcurre la acción de «Cándido en Italia». Ahora, el bueno de Cándido habitaba un castillo del siglo XIII, ubicado en un apacible pueblito de los Abruzzos, alimentado por una buena cultura pero careciendo totalmente de información (no hay radio, ni televisión, ni periodismo impreso). Recibía pocas visitas y, como siempre oía hablar de los mismos gobernantes, imaginaba que en su país no se habían producido cambios apreciables desde el fin de la guerra.

            Hay que decir que tan idílica existencia era compartida por personajes que resultan familiares: Cunegunda, esposa de Cándido, transformada en apacible matrona provinciana; la Baronesa (madre de Cunegunda y suegra de Cándido); el profesor Pangloss, tan optimista como siempre… y también Ermengarda, la joven y apetitosa hija del matrimonio.

            Poco después de descubrir las relaciones ilícitas de su hija y suegra con el prudente Pangloss (Cunegunda escapó por un pelo), Cándido decidirá realizar un viaje por Italia con toda la tribu, tomando lógicamente a la ciudad de Roma como primera escala. Y partir de esa trágica decisión, terribles aventuras acaecerán a este pintoresco grupo humano: raptos, asaltos, palizas, violaciones, encarcelamientos, tránsito penoso por los submundos burocráticos y, para peor: la sodomización del profesor Pangloss a manos de unos intelectuales marxistas que, una vez arrestados, se declaran de inmediato «presos políticos»…

            En tanto, el desdichado intelectual, asumiendo su nueva e infamante situación, se transforma primero en líder gay, y luego en capitoste comunista. Todo esto se desarrolla a ritmo vertiginoso, teniendo como telón de fondo el inmenso caos, la tremenda corrupción y la desoladora realidad de un país sumergido en la irremediable crisis de un liberalismo que ha devenido libertinaje.

            En cada línea de esta por demás divertida historia, subyace una sátira punzante, que muchas veces aflora en situaciones francamente hilarantes, aunque siempre aleccionadoras. Porque, antes que nada, «Cándido en Italia» es una novela de tesis, y el meollo aquí radica en demostrar cómo «el mejor de los mundos posibles» (teóricamente, una democracia liberal), puede derivar en un caos infernal y aberrante, debido a la decadencia moral de la sociedad y también por la disolvente labor de los enemigos acérrimos de la libertad y del género humano.

 
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