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Año III - Nº 168
Uruguay, 10 de febrero del 2006
Inscripto en el Registro de Derechos de Autor en el libro 30 con el No 379
 

 

 

 
Semántica, Pudor y Sociedad
* Fernando Pintos
 

Esta vez, escribiré sobre condones. Sí, condones. Y no sólo habré de escribirlo: también lo gritaré, libérrimo y gozoso, a los cuatro vientos? ¡Condones! Nada de preservativos: simplemente condones& Léase bien la palabrita: condones.
¿Acaso alguien podrá sonrojarse leyendo este manifiesto de libertad semántica? Muy posiblemente así sea. Proliferan, por estos mundos de Dios, los fundamentalistas religiosos& Sí, esos mismos que mandaron al cadalso o la hoguera a tantos científicos que únicamente buscaban la verdad& Los mismos que obligaron a tantas mentes brillantes a cantar la palinodia, por culpa de sus ideas avanzadas hasta el grado de la herejía. Ideas tales como que, en vez de ser tan plana y achatada como un panqueque, la Tierra es& ¡redonda! Ah, los fundamentalistas religiosos, esos que tenemos entre nosotros en Latinoamérica, sean católicos, sean evangélicos: siempre listos para esgrimir el repertorio del disparatario premedieval y arremeter, con enjundia digna de mejores causas, contra la razón, contra la luz del pensamiento, contra el mínimo sentido común& Para todos ellos, entonces, volveré a decir a voz en cuello esa palabrita pecaminosa que resquebrajará tal vez sus corazoncitos pétreos y sus mentes apergaminadas? ¡Condones!

Que nadie se asuste por lo que escribo. He dicho, ¡condones! Y lo seguiré diciendo a voz en cuello. Cada vez que digo la consabida palabra, en público, a voz en cuello, experimento una cierta euforia libertaria. Qué bien suena en una voz tonante? ¡condones! En realidad, a los tales utensilios, adminículos o como quiera llamárseles, se les conoce desde el siglo XVIII. Por entonces, se les fabricaba no con látex, pues se desconocían los usos industriales del caucho y derivados, sino con tripas de corderos. El famoso amante italiano Giacomo Casanova fue un gran aficionado a usarlos, aunque varias veces lo habrá olvidado, pues en sus memorias figura que fue víctima de una de aquellas "enfermedades innombrables" que tanto ruborizaban a los públicos conservadores de entonces, o sea, una vulgar sífilis. Claro, pasados el tiempo y la revolución industrial, los usos industriales del caucho y derivados fueron justipreciados y aparecieron los condones de algo parecido al látex, hasta llegar a nuestra desafortunada época, donde el sida está por todos lados y se les fabrica de todas formas, tamaños, colores, aromas y utilidades imaginables. Podría decirse, sin temor a equivocación, que el sida le ha abierto a los antes vilipendiados condones, las puertas de la respetabilidad y la consideración social. De lo cual era hora, porque desde el siglo XVIII y antes todavía, ellos (los condones) han evitado infinidad de enfermedades innombrables y embarazos indeseables.

Unos veinte años atrás, la palabra habitaba en la clandestinidad, el producto se escondía discretamente en recónditos cajones de las farmacias. Es de imaginar lo que debe haber sido 50 80 o más años atrás& Bueno, uno se imagina que hasta los francmasones iban a confesarse con un cura después de haber comprado un par de los tales& A principios de los años 80, cuando uno quería comprar condones, adquiría el aspecto de conspirado de opereta desde varias cuadras antes de arribar a la farmacia& Negocio al cual uno llegaba con palpitaciones. El primer acto antes de ingresar al recinto donde se produciría la pecaminosa transacción consistía en subirse el cuello de la camisa, para ocultar del rostro aquello que se pudiese. En esas ocasiones uno extrañaba las felices épocas en que papá o el abuelo podían lanzarse a la arriesgada aventura felizmente equipados con aquellos sombreros de antes, ya fueran borsalinos, ya fueran gachos de compadrito a la violeta& ¡Qué alivio hubiera sido tener uno de aquellos y calárselo hasta las orejas! Pero no, eran los años 80, así que en Uruguay teníamos todavía "el proceso", Gregorio Álvarez -quién sí solía utilizar, vestido de civil, algunos sombreritos un tanto ridículos- era "presidente", "jefe de Estado" o cosa parecida. Nacional había ganado poco tiempo atrás una Intercontinental y volvería a ganar una más en 1988. Ronald Reagan pretendía devolver a los Estados Unidos su papel de primera potencia. La música no era tan buena como en los 60 y 70, pero ni por lejos tan horrenda como la actual& Y había por ahí buenas películas, tales como las que enumero a continuación: "Breaker Morant", de Bruce Beresford; "Tess", de Roman Polansky; "Scarface", de Brian De Palma; "Sophie´s Choice", de Alan Pakula; "Tootsie", de Sydney Pollack; "Solos en la madrugada", de José Luis Garci; "First Blood" (la primera de Rambo), de Ted Kotcheff; "La mujer de la próxima puerta", de Francois Truffaut; Novecento I y II de Bernardo Bertolucci; "Tre fratelli", de Francesco Rossi; "Las dulces horas", de Carlos Saura; "Casanova", de Federico Fellini; "La tregua", de Sergio Renán; "La batalla de Argel", de Gillo Pontecorvo& Como ustedes recordarán, en una época fui crítico cinematográfico , así que algo puedo decir a ese respecto.

Pero volvamos al momento estremecedor. Entrar en la farmacia, mirando para todos lados con una aprensión y unos gestos que obviamente delataban (mejor hubiera sido colocarse un cartel en el pecho pregonando que se iba a comprar condones)& Buscar afanosamente a un dependiente masculino y, en caso de no estar alguno disponible y sí estarlo una mujer, ensayar maniobras de distracción, que cuando fracasaban miserablemente, a uno lo obligaban, con susurros entrecortados, a decir: "perdone, señora o señorita, quiero que me atienda aquel señor", o cosas por el estilo, que obviamente a uno lo dejaban más inculpado que el conde Drácula& Pero, a dar vueltas y seguir haciéndose el tonto hasta que el tal señor se desocupaba y uno podía pedirle, con la misma voz de conciliábulo y los mismos visages culposos, que le vendieran "aquello" que ustedes saben. Aunque la cosa se complicaba cuando el farmacéutico, sin atender el estado confabulante y furtivo del cliente, se ponía a preguntar, con voz inconvenientemente alta -de seguro era un tono normal, pero uno creía estar escuchando salvas de 21 cañonazos- de qué marca los prefería, o cuánto quería gastar en el consabido producto. Una vez atravesados estos trámites, se procedía a pagar con torpeza y darse a la fuga con la mayor de las prestezas, trocando el aire de culpabilidad por el de alivio. ¡Vaya tiempos, aquellos! Porque en ningún momento del proceso antes descrito se hablaba de condones. ¡Para nada! "Preservativos" era el término indicado. Una especie de palabra mágica que abría las puertas a un mundo prohibido, de pecado y perdición.

Por aquellas épocas, tenía un amigo farmacéutico. Era un campechano madrileño llamado Fernando Martín. Fernando era un tipo de gracejo, es decir, tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros, veía el mundo con ojos críticos y comentaba las realidades con un sentido del humor que tenía sesgos surrealistas. Si mal no recuerdo, la farmacia estaba en la calle Comercio, a unas dos o tres cuadras de Rivera yendo hacia Ocho de Octubre. Por aquellas épocas a las farmacias les tocaban turnos de guardia cada cinco o seis semanas, y cuando tal acontecía con la de Fernando, yo me daba alguna vuelta por allí, después del trabajo y los estudios, para aliviarle la vigilia y mantener unas charlas que siempre tenían un par de referentes obligados: las estupideces que plagaban el mundo y las mujeres. Una de aquellas noches, había llegado yo con un saco en cuyo bolsillo derecho yacía abandonado, quién sabe desde qué tiempos hasta aquella parte, un solitario condón. El tal producto no era cualquier cosa, no se lo vayan a creer. Se trataba, nada menos, del más afamado y difundido que por entonces había en Uruguay, el viejo y deportivo "Black & White". Para quien no lo recuerde o no lo hubiere conocido, he de aclarar que aquella maravilla de la tecnología carecía de eso que ahora se conoce como "lubricación". Pero el detalle no importaba mayormente, pues a cambio de lubricante, el producto estaba aditado con talco& Sí, tal cual se lee textualmente: talco. En fin, que yo tenía el bendito condón en el bolsillo de mi saco y como hacía un poco de frío, mientras conversábamos con mi amigo, yo estaba con la mano en el bolsillo, juega y juega con el asuntito aquel. Y entonces, cuando faltaban diez minutos para cerrar, entra con el consabido aire de conspiración un señor, un poco mayor y otro poco calvo. Y viendo que en la farmacia sólo éramos tres hombres, toma un poco de coraje y pide un preservativo con voz normal. Y Fernando le dice que tiene tal y cual marca. Y el señor le contesta: "no, ninguno de ésos, yo sólo uso Black & White". Y Fernando que le explica que los otros también son buenos. Y el señor que insiste, "vea, si no es con Black & White, yo no me siento cómodo". Y entonces Fernando le explica que la farmacia más cercana está por Ocho de Octubre, pero que en cinco minutos todas las farmacias de turno habrán de cerrar& Y mientras este pequeño drama urbano se desarrolla delante de mis narices, repentinamente, me ilumino y caigo en cuenta que en mi bolsillo hay uno de aquellos valiosísimos Black & White, que tan imprescindibles son para ese caballero y que a mí tan poca gracias me causan& Y de aquella cuenta, me animo a tomar parte en la conversación y, de la manera más educada, saco el condón del bolsillo, se lo extiendo al señor y digo: "Perdone la intromisión, pero tengo un Black & White y se lo doy con mucho gusto". El tipo me lanza una de esas expresivas miradas que parecen decir algo así como: "¿será esto una broma de mal gusto?"& O como: "¿acaso ese condón tendrá pimienta o un agujero en la punta?"& La conversación recae, entonces, en nosotros dos, y adquiere unos ribetes realmente surrealistas (recuérdese que sigo esgrimiendo el condón y ofreciéndolo a aquella pobre alma en pena)& "Pero que sí", "pero que no", "por favor, acéptelo", "me es imposible aceptarle", "hágame el honor", etcétera. Finalmente, como la necesidad tiene cara de hereje, el señor aceptó si bien a regañadientes el obsequio. Y llevando ya en su mano el valioso trofeo, decidió emprender la retirada, no sin antes dejar en el aire una frase memorable: "Bien, con esto tengo para toda la semana". Y arrancó, caminó, llegó a la puerta, mas en el trayecto se dio cuenta de lo que había dicho. Entonces, antes de salir, de emprender una verdadera fuga, dio la vuelta y con la puerta ya entreabierta y esbozando una risita nerviosa, se justificó: "&Bueno, en realidad la semana termina pronto, el próximo domingo&". Y se perdió en la noche como alma que lleva el diablo. Si mal no recuerdo, era aquel día era martes. A duras penas.

 

 
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