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Año III - Nº 134 - Uruguay, 10 de junio del 2005

 

 

 

 

ESPAÑA Y LOS INMIGRANTES
(Viéndolo de afuera)

por Helena Arce

 

Antes que nada quiero aclarar el motivo por el cual digo expresamente, viéndolo de afuera.

SI hay algo que tengo claro es que no puedo vivir fuera de mi país. Bajo este pedazo de cielo dominado por la Cruz del Sur y las Tres Marías, con el suelo suavemente ondulado, el lugar donde nací y crecí, la queridísima República Oriental del Uruguay, donde nacieron mis padres, donde nació mi hijo y también mi marido, es en el único lugar del planeta en el cual respiro con alegría.

Recorrí hace ya muchos años, gran parte del globo terráqueo, disfrute ese viaje, sin embargo en aquellos meses, 6 para ser exactos, soñaba con volver un fin de semana, y luego seguir paseando. Tal era mi necesidad de estar en casa, de ver el Río de la Plata, las costas del Océano Atlántico. Al volver, las preguntas de rigor eran cual sitio me había gustado más, donde me gustaría vivir. Mi respuestas eran variadas a la primera pregunta, pero una sola a la segunda: : aquí en Uruguay.

Sin embargo entiendo, respeto y comprendo a aquellos que han elegido por diferentes razones emigrar. ¿Cómo no comprender un uruguayo, la emigración? Si recorremos para atrás, son muy pocos quienes pueden encontrar en sus raíces más de dos generaciones nacidas en estas tierras. Es lógico que un país donde la mayor parte de su población, por no decir toda, desciende más cerca o más lejos en el tiempo, de emigrantes, elija el irse a otro país como destino.

No es mi caso, nunca lo fue, ni aun en los difíciles años de la dictadura, ni durante la crisis que asoló nuestro país estos últimos años. La excusa para mi en el 2002, fue que ya mi esposo y yo éramos grandes, en edad, para intentar otros destinos.. Sin embargo debo ser sincera, sobre todo conmigo misma, no hubiese podido hacerlo, me consta que no sería feliz.

Sin embargo soy conciente, los padres de mi madre eran gallegos, los de mi padre, uno argentino, la otra italiana. Por distintos motivos debieron dejar su suelo natal, y encontraron aquí un cálido lugar donde fundar sus hogares, donde nacieran sus hijos. Llegaron con las valijas llenas de ilusiones, y los bolsillos vacíos de bienes materiales. Se quedaron pues encontraron su lugar en el mundo, un sitio donde sus esperanzas se hicieron realidad, donde no fueron radiados, ni considerados extranjeros.

Duele hoy ver que aquellos países, de donde llegaron todos nuestros antepasados, rechazan a los nietos de estos, los consideran inferiores, y les molesta su llegada.

Recuerdo hace un tiempo, intentando conseguir conectarme con un familiar de mi abuela gallega, una amiga oriunda de aquellas tierras me avisó: " Cuando le escribas, por las dudas, aclárale que no es tu intención venir, pues aquí la gente no quiere saber mucho con sus parientes americanos, pues temen que los estén buscando como un nexo para ingresar".

Por cierto no era el caso, y debo decir que sin necesidad de aclaración ninguna de mi parte, esos parientes no renegaron de serlo.

Sin embargo, la sola aclaración, realizada con la mejor intención de mi amiga, me dolió en las entrañas. Aun recuerdo cuando una prima de mi madre escribió diciendo, hace ya muchísimos años, cuando la migración de los uruguayos era imposible de imaginar, su deseo de conectarse con sus parientes uruguayos, pues deseaba radicarse en estas tierras. Mi familia en esas épocas no nadaba en la abundancia, por cierto, sino todo lo contrario, sin embargo se le abrieron las puertas de mi casa, y en ella vivió hasta que pudo formar su propio destino.

Estos países que en su época también expulsaban a sus hijos, como nosotros ahora, por problemas económicos, o en su momento también políticos, tienen muy poca memoria.
Y agregaría muy poca vergüenza. No diría los países, diría su gente, que es en definitiva la realidad de un país, pues un país no es algo abstracto, no son edificios, ni montañas, un país es su gente, y la gente es la que rechaza a los nietos de aquellos emigrantes.