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Año V Nro. 346 - Uruguay, 10 de julio del 2009
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El golpe de Estado que dieron los militares y las elites hondureñas es un regreso al peor pasado de América Latina. A pesar de cierta “legalidad” que se le pretende dar al golpe, aduciendo que la destitución del Presidente Manuel Zelaya se dio por orden judicial, las declaraciones de los golpistas terminan en auto justificaciones ideológicas y denuncias sobre la influencia del Presidente de Venezuela Hugo Chávez en Honduras. Acudir a la fuerza para imponer preferencias ideológicas es la tragedia histórica de la política. La política y las elecciones se hacen justamente para definir democráticamente las preferencias ideológicas en una sociedad. La fuerza violenta nunca soslaya esas diferencias, sólo las atiza. En Honduras, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina, etc, donde el Presidente Chávez ha usado el dinero de los venezolanos y su discurso del “socialismo bolivariano” para ganar influencia, quienes se oponen a esa influencia se enfrentan al desafío de contrarrestarla. Los antichavistas han acudido a la denuncia y al nacionalismo como principales instrumentos de oposición. Sin embargo, han aceptado complacidos la influencia patriarcal de otros países, como Estados Unidos, sin que se les inflame el nacionalismo. Es cuestión de gustos y conveniencias. Sus intereses económicos y políticos coinciden con los Estados Unidos y se ven amenazados por el chavismo. Hasta ahí su reacción es legítima y comprensible, pero pobre. Esos líderes subestiman que la influencia política de Chávez no se da solo por los petrodólares, sino porque canaliza los intereses y aspiraciones de otros sectores, que ellos no se inquietan por entender y mucho menos recoger. Hacerlo supondría que los opositores de Chávez hacen política para el conjunto de su sociedad y no sólo para sus propios intereses. Que son capaces de demostrar y convencer de que sus intereses y convicciones representan mayores ventajas colectivas a sus sociedades que las que pregona Chávez. En general los opositores del chavismo han acudido más al miedo, la polarización y, ahora a la fuerza, que a la oposición política, legítima y eficaz. Padecen el síndrome del político vergonzante, que en el fondo sabe que sus intereses son tan particulares y excluyentes que no tiene la fuerza moral y política de defenderlos con convicción como intereses colectivos. Que tengan que acudir a un golpe militar para frenar una influencia ideológica que no comparten, solo denota su incapacidad política. Chávez, en cambio, cree tener un discurso social y político moralmente superior y así lo vende, aunque el contraste con la realidad que generan sus políticas es la mejor contra evidencia de su supuesta superioridad. Quienes no creemos en el socialismo, sino en la democracia liberal, ni en la economía de Estado sino en la iniciativa privada y mercado regulado, tenemos los argumentos y evidencias para derrotar al socialismo chavista. Tenemos como demostrar que la pobreza económica y la exclusión política de millones no son fruto de la democracia o el mercado, sino las consecuencias de su no aplicación o uso indebido. Podemos reconocer los factores, actores y consecuencias de ese uso indebido y demostrar un compromiso firme en contrarrestarlos. En ese reconocimiento y acción consecuente está la esencia de nuestra legitimidad. También en sujetarnos a las reglas democráticas que decimos defender, en vez de retorcerlas cuando los que ganan son contrarios a nuestra ideología o para perpetuar en el poder a quienes son afines. La incoherencia entre la vocación democrática, liberal y de mercado que decimos profesar y la práctica política con que la ejecutamos es lo que ha abierto espacio a caudillos y sátrapas de todo pelambre en América Latina. Atrincherarse detrás del miedo y el nacionalismo o, peor aún, detrás de las armas y la violencia, en nada contribuye a la legitimidad de la democracia y el capitalismo. Por el contrario, ofrece al socialismo chavista una oportunidad para legitimarse y ganar más influencia en América Latina. La política, no la fuerza, es la que debe restablecer la democracia en Honduras y también en Venezuela. ¡Hasta el próximo análisis…!© Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez para Informe Uruguay
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