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De deberes y derechos
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por Marcos Cantera Carlomagno |
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En una investigación tan corta como no-científica, busco en Google las palabras “derechos” y “deberes”. Encuentro 269 millones de entradas en español con la palabra “derechos” y sólo 7.7 millones con “deberes”. Me pregunto si esa diferencia (“derechos” aparece más de treinta y cinco (35) veces más que “deberes”) dice algo sobre el estado de las cosas en los países de habla hispana. Para tener una mayor perspectiva, busco también en italiano. “Diritti” aparece 114 millones de veces, mientras que su contrapartida “doveri” sólo 2.870.000, es decir en una relación de cuarenta veces más a favor de los derechos sobre los deberes. Sin embargo, en francés, el idioma paterno de los derechos humanos, la diferencia es de 236 millones de entradas para “droits” y 8.280.000 para “devoirs”. O sea treinta veces más. Primera conclusión: los franceses, que inventaron la declaración de los DDHH, ocupan el tercer lugar de la lista, mientras que los hispanohablantes nos llevamos la medalla de plata y los italianos se consagran campeones indiscutidos en priorizar el tema de los derechos sobre el de los deberes.
Me pregunto cómo será la situación fuera del mundo latino. Descarto rápidamente el inglés, por considerarlo lingua franca mundial y por ende nada representativo. Descarto también el chino, por no tener la más mínima idea de cómo se dicen esas cosas en el viejo imperio de los mandarines (ya señalé que esta era una investigación no-científica…). Elijo entonces tomarle el pulso a la Red buscando la respuesta en sueco. Descubro, aunque no con mayor sorpresa pues treinta años en ese país me han enseñado algo…, que la proporción es mucho menor: rättigheter (derechos) aparece en Google en 9.580.000 entradas, mientras que skyldigheter (deberes, obligaciones) en 1.160.000. Es decir en una relación de ocho a uno.
¿Qué implica esa apabullante supremacía del concepto “derechos” sobre el concepto “deberes” en el mundo latino? ¿Qué demuestra? ¿Qué trasunta? ¿Podemos, a partir de esos datos, sacar algunas conclusiones? En ese caso, y creo no equivocarme, me parece bastante obvio que los latinos a ambos lados del Gran Mar hacemos mucho más hincapié en los derechos (es decir: en nuestros propios derechos) que en los deberes y obligaciones. Estamos más dispuestos a exigir que a dar. Nos gusta más pedir que ofrecer. Nos importa más lo que nos corresponde recibir que lo que nos corresponde aportar. "Es mi derecho que me den el Plan Social", he oído decir en Argentina a quienes quieren recibir los subsidios estatales. Pero nunca he oído que esa gente piense que es su deber hacer algo a cambio del privilegio. "Es su deber pagar los impuestos", reza la propaganda oficial argentina dirigida a los ciudadanos. Pero ese mismo Estado olvida que pagando en negro una parte de los sueldos públicos no cumple con sus deberes elementales hacia la misma ciudadanía.
Eso es grave. Pero no es grave, como quizás piense algún despistado, porque significa que el individualismo (una variante del egoísmo) nos ha conquistado la mente (imagino que muchos le echarán la culpa al capitalismo, gran Cabeza de Turco y Chivo Expiatorio de todos los males que nos aquejan, incluidos el frío invernal y el viento que azota en torno al Palacio Legislativo). No, eso es grave porque demuestra una falla fundamental en la escala de valores de nuestras sociedades: la que pone en primer lugar la exigencia del derecho y mucho más abajo, treinta y cinco puestos más abajo para ser un poco más exactos, la aceptación del aporte propio.
Por el contrario, en una sociedad netamente capitalista como la sueca, avanzada y progresista, el ciudadano pide menos y cede más: tiene consciencia social, se siente parte del colectivo en el cual vive, y, de una forma apabullante frente al ciudadano latino, sabe que una sociedad se construye entre todos. No sólo exigiendo sino que también dando. Mientras los latinos no comprendamos eso, seguiremos dándonos de narices contra la dura realidad; pataleando (aclaré que esto no es científico…) y llorisqueando como un niño en la plenitud de su edad rebelde.
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