Año III - Nº 108 - Uruguay, 10 de diciembre del 2004

 

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El costo de la ignorancia
y ausencia de soberanía

Ariel L. Rivas

Lo único más caro que la ignorancia es la combinación de ignorancia con cobardía. Cuando somos ignorantes no podemos tomar las mejores decisiones aun cuando quisiéramos hacerlo. La ausencia de soberanía (personal y colectiva) nos impide tomar decisiones favorables, aun si poseemos el mejor conocimiento. Cuando no usamos conocimiento disponible ni actuamos autonómicamente, nos auto-saboteamos…sin necesidad.

El costo de la estupidez con cobardía puede medirse. Por lo menos, el costo mínimo puede estimarse (el máximo es incalculable).

Consideremos el caso de las exportaciones uruguayas. El Gobierno actual está a punto de declarar “exitoso” el resultado de las exportaciones uruguayas del año 2004. Va a decir que alcanzaron su máximo valor histórico.

Eso es cierto si se mide en monedas devaluadas (como el peso uruguayo o el dólar americano). Si se miden en unidades constantes (como onzas de oro), las exportaciones uruguayas de 2004 serán aproximadamente 40% menores a las de 1998 (ver tablas adjuntas).

Seis años no han sido suficientes para siquiera alcanzar lo producido en el pasado. ¿Casualidad? ¿Accidente? ¿Cataclismo debido a… la “mano de Maradona”?

Nada de eso. Producto de dos fenómenos (un seudo “mercado común” y una seuda epidemia incontrolable) los que, a su vez, son producto de ausencia de soberanía y no utilización del conocimiento disponible.

Uruguay pertenece al Mercosur. Gran idea, si fuera… distinta a lo que es.

Porque en ausencia de una moneda común, un “mercado común” sólo es terreno propicio para “guerras de monedas.” Es decir, para que una noche un país “adquiera competividad exportadora” no mediante producción de mejores productos (basados en conocimientos y esfuerzos de largo plazo) sino en meras devaluaciones de la moneda nacional (o sea, pérdidas del poder adquisitivo de los trabajadores). Medida que, invariablemente, es seguida por otro país que, a la semana siguiente, devalúa su moneda aun más (para readquirir “competitividad” aun mayor). Medida que luego es seguida por el primer país (y otros),…y la espiral continúa, …destrozando a todos.

La única solución es primero tener una moneda común, y después estructurar un mercado común. Es decir, comenzar por la estructura política-jurídica y sólo después llegar a los aspectos monetarios.

Tal vez el adoptar la secuencia equivocada no haya sido un “error.” Tal vez fue el instrumento que permitió destruir a todos. Porque al montarse el Mercosur dentro de un modelo político que no estaba interesado en ser soberano, la “guerra de monedas” fue el mecanismo más rápido para destruir lo poco que quedaba de funcionamiento soberano a las repúblicas sudamericanas. Porque la historia indica que la manera más fácil y rápida de conquistar naciones no es la guerra militar, sino el colapso económico. Una vez inducido, naciones (y grupos de naciones) pueden ser conquistadas sin costo alguno. El arma secreta se llama…deuda externa. La forma más rápida de generar deuda externa (de esclavizar naciones) es generar, primero, un colapso económico. Luego, la simpática publicidad de un “mercado común” (que no posee una moneda común) es el “caballo de Troya” que facilita el desencadenamiento de una “guerra de monedas” que termina destruyendo a todos.

En ausencia de una moneda común (lo que sólo puede ocurrir después de un proceso de convergencia político-jurídico), un (seudo) “mercado común” es, en realidad, un arma de invasión. Destruye (mediante “guerras entre monedas”) todas las naciones incluídas.

El objetivo de tener una moneda común no es crear una “moneda fuerte.” Ninguna moneda es intrínsecamente “fuerte” o “débil” (depende de varios factores, siendo el número de usuarios, uno de ellos). De todos modos, más de 354 millones de sudamericanos (sin contar las Guayanas) aseguran demanda para crear una moneda estable (superan en 20% la población de E. Unidos). El verdadero objetivo de tener una moneda común es evitar que cualquier moneda se convierta en el factor decisor del funcionamiento de cualquier nación o grupo de naciones. Cuando una moneda no propia se convierte en el factor que determina el valor del trabajo propio, cualquier manipulación en la cotización de esa moneda (realizada por terceros) puede, en un segundo, destruir el esfuerzo personal, nacional y/o regional, a veces construído durante largos años.

Paradójicamente, una moneda única tiene el efecto de desmonetizar las relaciones entre personas y naciones. Al dejar de ser un factor cambiante (e imprevisible), una moneda común da lugar a relaciones de largo plazo (opuestas a especulaciones cortoplacistas), lo que fomenta acciones de otro tipo. Tales como… Conocimiento y Soberanía. Los sectores productivos dejan entonces de especular (o corromper el sistema político, intentando devaluar la moneda nacional para “aumentar” su “competitividad”) y pasan a concentrarse en el único elemento que genera beneficios de largo plazo: uso (y creación) del Conocimiento.

El uso y creación del Conocimiento sólo nace y crece en situaciones en las que hay intereses genuinos en la supervivencia y desarrollo del núcleo local, nacional y regional. Tiene, como requisito previo, la soberanía nacional y regional.

Ser soberano no tiene nada que ver con nacionalismo chauvinista.  Se expresa en acciones concretas que optimizan las condiciones que desarrollan un país o región. Por ejemplo, vender sus productos a quienes tienen mayor necesidad de los mismos. No hay soberanía cuando los productos nacionales son vendidos (a precios de liquidación) a competidores. No hay soberanía cuando se exportan productos nacionales a menor precio del internacional.

Al mirar la evolución de las exportaciones uruguayas durante el período del Gobierno que está finalizando su mandato, observamos claramente el efecto de la ausencia de Soberanía y no uso del Conocimiento disponible (ver tablas adjuntas).

El “Mercosur sin moneda común” (pero con guerra de devaluaciones) costó a Uruguay más de 900 millones de dólares anuales, cada año (cotizados en valor oro del año 1999). Uruguay perdió más de 1800 millones de “dólares 1999” entre el año 1999 y 2000 (luego de la mega-devaluación brasileña y antes de la epidemia de aftosa de 2001). Esa pérdida se tradujo en la necesidad de adquirir préstamos. O sea, abrió la puerta a la invasión (creó deuda externa).

Luego, en el 2001, se agregó el efecto de la epidemia de aftosa. Medido en “dólares 2004”, esa pérdida fue (luego de dos años) de unos 700 millones de dólares. Pero, si en 2003 se hubiera podido exportar (al valor “dólar 1999”) los mismos volúmenes exportados tres años antes, las pérdidas deberían multiplicarse por 1.77 (superarían los 1200 millones de dólares).

¿Pudieron evitarse los costos generados por la epidemia de aftosa?

La respuesta, categóricamente, es afirmativa. Aun suponiendo que el comienzo de la epidemia no pudiera haber sido evitado, su avance sí pudo ser evitado. Hubieran alcanzado unos pocos millones de dólares (nunca más de 20 millones, nunca más del 2% de las pérdidas causadas) para resolver el problema en una semana. Sin embargo, el Gobierno prefirió, no solamente dejar avanzar la epidemia sin enfrentarla sino, además, adoptar medidas que luego impidieran, permanentemente, que Uruguay podiera retomar los volúmenes exportados (y precios) obtenidos hasta el año 2000. En dos palabras: doble traición.

¿Porqué? Porque Uruguay no exporta sus productos a quienes debería venderlos, sino a …competidores! La política exportadora “nacional” no es tal: sólo busca subsidiar nuestros competidores para que ellos puedan re-exportar con mayores ganancias y así aumentar aun más sus ventajas contra nosotros mismos. Nosotros financiamos nuestra propia ruina.

Lejos de consolidar las ventajas nutritivas y sanitarias que nuestros productos tienen  (pero los de la competencia carecen), tales como la ausencia de “vaca loca” (la que abunda en el Hemisferio Norte, no es combatida y afecta la salud de los consumidores de varias naciones), el “gobierno” uruguayo ha preferido aumentar nuestra (ficticia) debilidad. Ha impedido la certificación objetiva y transparente (con medios científicos) de “vaca loca”, y ha introducido la (innecesaria e inútil) vacunación contra un virus exótico hasta abril de 2001. Con ello, ha otorgado tranquilidad a nuestros competidores: Uruguay no competirá en el mercado internacional. ¿Acaso Ud. ha escuchado algún plan concreto, en los últimos tres años, que diga cuándo exactamente y cómo Uruguay readquirirá la condición sanitaria que tenía en abril de 2001? ¿Tres años no son suficientes para, siquiera, intentar volver a lo que antes (durante una década) demostramos posible? ¿Sabe Ud. qué pasaría si suspendiéramos la vacunación contra aftosa y, además, certificáramos (como lo hace Japón) la ausencia de “vaca loca”? Las exportaciones crecerían más de mil millones de dólares/año.

El costo de la corrupción (ignorancia y ausencia de soberanía) es muy caro. En los últimos seis años nos ha costado, aproximadamente, once mil millones de dólares. Ese es el costo mínimo de nuestra estupidez, corrupción y/o cobardía. Si usáramos el Conocimiento disponible y actuáramos soberanamente podríamos, además, estar creciendo sobre los niveles que teníamos seis años atrás. Nadie nos impide hacerlo…excepto nosotros mismos.