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Secuelas de un Re-Secuestro Fallido
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por Darío Acevedo Carmona - Medellín/Colombia -(Perfil) |
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El desenlace del caso del niño Emmanuel debe tener profundas repercusiones en la percepción del conflicto colombiano entre la comunidad internacional e igualmente, debería tenerlas al interior de las Farc. Lo que ha quedado claramente estipulado es que esta guerrilla colombiana no inspira confianza para entablar una negociación seria sobre la suerte de los secuestrados, pues la burda maniobra para re-secuestrar al hijo de Clara Rojas deja en ridículo al presidente Chávez y a la comisión de personalidades internacionales que se prestaron de buena fe como garantes del frustrado intercambio. La fallida movida de las Farc sirve para neutralizar la excesiva y abierta intromisión de Chávez y eso ya es un gran descanso para el gobierno colombiano. Chávez tendrá problemas internos para rehacer consensos favorables a su gestión humanitaria, más de uno de sus consejeros y aliados, aún a pesar de las identidades ideológicas que se tengan con esa guerrilla, le deben hablar al oído con toda franqueza sobre los riesgos negativos de seguir apareciendo como favorecedores de gente tan poco seria. Algo similar debe estar ocurriendo en el entorno del presidente francés quien en sana lógica debe haber frenado en seco en sus presiones sobre el gobierno Uribe. Una de las potencias mundiales, miembro del selecto club nuclear, de la principal alianza militar del mundo, la OTAN, y víctima de acciones y amenazas terroristas, no puede seguir mirando el caso colombiano como si se tratase de una guerra civil y no le queda bien impulsar tratativas de intercambios supuestamente humanitarios en los que se quiere hacer aparecer como prisioneros de guerra a personas no combatientes con el agravante de terminar menoscabando el hecho de que el secuestro es un crimen de lesa humanidad.
Si existe sensatez en los círculos asesores de todos los gobiernos y organismos humanitarios internacionales que han seguido de cerca el drama de los secuestrados en Colombia, se tendrá que reconocer que la guerrilla fariana es un caso más cercano a las experiencias polpotianas (Camboya) y senderistas (Perú), caracterizadas por su extremismo, por la justificación de métodos de terror y por su fanatismo, que a las guerrillas justicieras, nacionalistas y revolucionarias de los años sesenta y setenta. La guerrilla fariana puso en ridículo a la Comisión Internacional de Garantes y le sirvió en bandeja de plata al gobierno de Uribe todos los argumentos para justificar ante el mundo el cese de la intermediación internacional en la liberación de los rehenes.
En lo que respecta a las consecuencias que esta situación pueda tener en el interior de las Farc, se puede pensar que se incrementará la pérdida de la perspectiva política. El alto mando fariano ha sufrido importantes retrocesos y golpes militares y ha fracasado en las estrategias para enfrentar la política de seguridad democrática adelantada por el presidente Uribe. Además, es previsible el cierre de espacios de acción en otros países, pero, sobre todo, el fracaso de su plan de convertir la liberación de los secuestrados en peldaño para recuperar su reconocimiento de fuerza beligerante conducirá a una mayor desmoralización en sus filas y puede desembocar en rupturas internas lideradas por mandos medios y frentes que ante la ausencia de políticas y de dirección, ante el acoso de la opinión y de la fuerza pública y ante el ofrecimiento de recompensas y de trato favorable por parte de la ley, podrían optar por negociar por separado o por el acogimiento a las políticas oficiales de desmovilización.
De otra parte, cabe esperar que en la esfera política, intelectual y académica tenga lugar un replanteamiento de los análisis y de las visiones que miraban con cierta simpatía o condescendencia sociológica el fenómeno guerrillero. Cada vez es más difícil seguir sosteniendo que a las Farc hay que abrirles espacios de negociación y de participación política, que la seguridad democrática es una estrategia de guerra, que el gobierno es el que no quiere propiciar el intercambio humanitario, que las Farc no son terroristas, que ellas representan a sectores importantes de la sociedad, que sus objetivos son altruistas y que se debe hacer caso a sus propuestas de reforma social. Las fuerzas políticas de izquierda que aspiren seriamente al poder están obligadas a marcar más categóricamente su distancia con las guerrillas, pero, además, a entender que la seguridad democrática es una política acertada y legítima para fortalecer el estado de derecho y que es valido el propósito de derrotar y someter a los grupos irregulares que propicien la violencia. Los académicos, intelectuales y periodistas que generan opinión tienen el imperativo ético de propiciar un debate que conduzca a la desoxigenación de todas las explicaciones sociológicas y filosóficas con las que se ha tratado de justificar el fenómeno guerrillero en el país. Se debe combatir el prejuicio dañino según el cual, ser críticos con las guerrillas es ser de derechas, de la misma manera que estamos aceptando que condenar la barbarie de los paramilitares no implica ser pro guerrilla. Esa idea de que este país se ha convertido en un país de derechas por cuenta de las atrocidades de la guerrilla no tiene ningún asidero, ya es hora de reconocer que las mayorías nacionales lo que han construido es un punto de vista muy maduro e impregnado de un espíritu democrático y pacífico de rechazo a los proyectos extremistas y a las ideas totalitarias de todo pelambre.
Rionegro, enero 7 de 2008
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