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Sobre manejo del Estado
Y sobrada carga impositiva
por Fernando Pintos
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Durante mi reciente visita a Uruguay, de cuyos comentarios todavía estoy en deuda con mis lectores de «Informe Uruguay», me fue dado apreciar, con claridad meridiana, el desencanto de una gran parte de la población ante los resultados y efectos de este Gobierno «progresista» que en mala, pésima hora cayó encima de la vieja y deportiva RODELÚ y sus ya muy sufridos ciudadanos. Aunque mucha gente me contó que había votado en las elecciones pasadas por estas tenebrosas mascaritas, no hubo nadie que se manifestara satisfecho con la gestión de Vázquez & Cía. En realidad, de lo que más se quejaba la gente que conmigo llegó a charlar sobre esos temas fue de la grosera carga impositiva, con un énfasis muy especial en ese detestable Impuesto Sobre la Renta que esta trouppe gobernante tuvo a bien perpetrar contra la ciudadanía.
Y bueno: que ningún Gobierno es monedita de oro, es cosa archisabida desde muchos siglos a esta parte. Ya desde las primeras dinastías que gobernaron a China y Egipto, las cargas impositivas se convirtieron, para la gente de ambos países, en una suerte de octava plaga bíblica, en tanto que la corrupción, el despojo y los malos manejos, todo ello llevado a cabo en nombre «del Estado», fueron moneda corriente. De hecho, estoy en un todo de acuerdo con la célebre definición de Lord Halifax, quién en cierta oportunidad expresó, palabras más o menos, lo siguiente: «El mejor de los Gobiernos no es más que una gran conspiración contra el resto del país». Y, si me lo preguntan, así es: por regla general, los gobiernos suelen convertirse en la tabla de salvación postrera para todos esos pillos, cretinos e incompetentes que carecen de la mínima capacidad para ganarse la vida en una actividad profesional o en un trabajo dentro de la iniciativa privada. Y son, además, el refugio perfecto para esa otra plaga bíblica de los tiempos modernos: el perfecto burócrata postkafkiano con aplicación directa y exclusiva en la actividad estatal. Que yo piense tal cosa no será novedad alguna para quienes alguna vez me hayan leído… Y, sin embargo, sobre las consideraciones generales que acabo de plasmar, deberé, por fuerza, marcar algunas diferencias notables. Mientras que lo antedicho se aplica a todos los gobiernos imaginables sobre este planeta, resta, por supuesto, escribir un capítulo muy especial sobre los gobiernos «de izquierda» o «progresistas», tales como este engendro frenteamplista que hoy día asuela a Uruguay con la misma simpática modalidad de un tsunami político, social y económico.
Digamos que, si cualquier gobierno es malo, lento, ineficiente y pesado, uno como el que sufre ahora Uruguay es bastante peor. Porque uno como éste agrega, a todas las desventajas antes mencionadas, la pesada sobrecarga seudo intelectual de una legión de tilingos y zopencos quienes, por la confluencia de extrañas y muy diversas razones de estricto corte personal —en algunos casos freudianas, en otros jungianas o adlerianas… Y en demasiadas oportunidades, también lombrosianas—, pretenden estar «iluminados» por las verdades de ese indefinido mamotreto al cual algunos denominan «socialismo del siglo XXI», el cual consiste en un refrito grosero e indigesto de todas las fórmulas, fuera de moda y trasnochadas, que contribuyeron a todos los desastres, las aberraciones, los crímenes, fracasos y colapsos del «socialismo del siglo XIX» y el «socialismo del siglo XX». Con lo cual no hacen otra cosa que contribuir, con un ahínco digno de mejores causas, al hundimiento del Uruguay en los pantanos del fracaso. En pleno siglo XXI, en un mundo donde la Globalización impera sin trabas, ellos abogan por readecuar el paso del cangrejo: en lugar de ir para el costado, marchar en retroceso… ¡Qué genios! ¡Qué iluminados! Rechazan un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, y se abrazan frenéticamente con Chávez, Fidel Castro, Evo Morales y otras sabandijas por el estilo… ¿Qué tendrá de particular, el hedor de la cloaca, que atrae con tal fuerza invencible a nuestros «progresistas»?
En la práctica, lo que a mí más me molesta de toda esta sarta de imbéciles no es sólo su tozuda persistencia en preferir y aplicar todas esas recetas que garantizan el fracaso y el desastre para cualquier país. En vista de lo que con tal acierto predicaba en cierta ocasión Einstein —«la estupidez es infinita»—, puedo hasta entenderlos, si bien jamás alcanzaré a aceptarlos. Pero el detalle que precisamente más me molesta en todos estos engendros es su absoluta incoherencia. Porque, si van a predicar y practicar el desastre, ¡adelante!, ¡háganlo mientras puedan!, pero no se queden a medias. Con esto quiero decir que, si usted lo analiza bien, todos estos personajes se viven llenando el hocico —o el pico— con su harto gastado discursito decimonónico contra los ricos y los burgueses…¡Pero les fascina disfrutar de todos los lujos, el boato y las mieles de la vida burguesa! ¿Acaso el tupamaro que tenemos como ministro de devastación agraria se viste de arpillera y sale a pasear por carretera en patineta? Y cuándo hace sus festicholas, ¿empinará el codo con la vieja grappa con limón o la deportiva caña de boliche? ¿Almorzará todos los días unos fideos lavados con un poco de aceite y otro poco de queso rallado? ¡Por supuesto que no! Y con el resto es lo mismo. Autos lujosos, ropa de marca, viajes frecuentes a las mecas del consumismo capitalista (para volver con la maleta sobrecargada de compras), buenos sueldos, excelentes viáticos, jodas, coimas, acomodos para familia y amigos, etcétera. En definitiva, lo que me asquea de todos estos fariseos es la dicotomía entre su demagogia partidista y su obstinado pancismo personal. Me repugna que se cuelguen del Estado para vivir a cuerpo de rey, mientras con sus estupideces izquierdoides ponen de cabeza y hacen vivir con privaciones al resto del país. Y, ya que son tan izquierdistas y tan colectivistas; ya que son tan enemigos de la Globalización, del Capitalismo, de los Estados Unidos, de George Bush y del ambiente de Posmodernidad que impera en el siglo XXI, les recomendaría lo siguiente, a efectos de que mantengan un cierto grado de coherencia entre lo que hacen y lo que dicen: 1º) como se debe ahorrar gasolina y la industria automovilística es uno de los bastiones del Capitalismo depredador, prohíban todos los vehículos automotores, incluidos los tradicionales Ford T de los años 20 y 30; 2º) que en honor a nuestras tradiciones telúricas y folclóricas, los únicos medios de transporte sean el caballo, el burro, la mula, la carreta de bueyes, la diligencia y, para los más afortunados, el sulky; 3º) desterrar de los puertos de la República todos esos odiosos cargueros que funcionan con diesel o energía atómica y utilizar exclusivamente, a partir de hoy, barquichuelos a vela o chalupas, para los traslados fluviales o marítimos; 4º) el cable, las antenas parabólicas, la televisión abierta, el cine y la radio deben ser desterrados, en vista de sus innegables vínculos capitalistas, para ser sustituidos por funciones de títeres o de mimos y las carreras de embolsados; 5º) prohibir aviones y dirigibles de cualquier tipo, pero permitir los viajes en globo; 6º) todo rastro de esa perversa medicina globalizada y posmoderna deben ser erradicados… En su lugar, se volverá a curar todo mal con sangrías o purgantes… Y los barberos se encargarán nuevamente de arrancar muelas; 6º) se desterrarán esos inmorales trajes de baño que la gente suele usar en playas y pasarelas, estableciéndose, por decreto-ley, que la gente deberá ir a la playa (y en consecuencia, allí bañarse) completamente vestida… Las damas con corsé y miriñaque, los caballeros con frac, los niñitos con trajecitos de marinero; 7º) etcétera, etcétera, etcétera (este espacio queda libre para las sugerencias de mis lectores).
Volviendo al tema de las quejas que recibí de mis conciudadanos a mi paso reciente por Uruguay, repetiré ahora el consejo que les proporcioné, con vista a futuras elecciones. Todos los gobiernos son malos… Pero los menos perversos serán aquellos que, en época electoral, menos insistan con toda esa temática trasnochada de «lo social», y también los que manifiesten la más débil vocación por incrementar la carga impositiva o por crear nuevos y pesados impuestos para atormentar a los ciudadanos.
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