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De Vargas Llosa, Borges,
Perón, Evita y los piqueteros…
por Fernando Pintos
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En reciente artículo, titulado «Borges y los piqueteros», el cual fue publicado en Guatemala por el matutino «elPeriódico» en su edición del domingo 6 de abril (páginas 12/13), Mario Vargas Llosa rememora, como sólo él podría hacerlo, algunos aspectos de la extraordinaria personalidad de aquel genio de la literatura que fue Jorge Luis Borges. Y en un párrafo de elocuencia suma, explica esto: «…Borges es una de las cosas más notables que le ha pasado a la Argentina, a la lengua española, a la literatura, en el siglo XX. Y es seguro que esa particular forma de genialidad que fue la suya —por lo excéntrico de sus curiosidades, su oceánica cultura literaria, lo universal de su visión y la lucidez de su prosa— hubiera sido imposible sin el entorno social y cultural de Buenos Aires, probablemente la ciudad más literaria del mundo, junto con París. Ambas capitales tienen encima, como segunda piel, una envoltura literaria de mitos, leyendas, fantasías, anécdotas, imágenes, que remiten a cuentos, poemas, novelas y autores y dan una dimensión entre fantástica y libresca a todo lo que contienen: cosas, casas, barrios, calles y personas».
Y lo que Vargas Llosa explica, es muy cierto. Ya ni Buenos Aires ni la República Argentina son ni lo que una vez fueron, ni aquello que nunca debieron dejar de ser. Buenos Aires, fue una de las más impresionantes ciudades del mundo, comparable, en todos los sentidos, con urbes como Nueva York, París, Roma o Londres. Argentina fue, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, una potencia en todos los sentidos y llegó a la segunda mitad del siglo XX como uno de los países importantes del mundo. Argentina era potencia económica. Uno de los grandes graneros del planeta. Uno de los mayores productores de carnes y lana en el orbe. Desarrollada en agricultura, ganadería, minería, industria y servicios… Argentina tenía un nivel de vida comparable con el de los países más desarrollados; una población con altos índices de educación; formidables reservas financieras… Era, en todos los sentidos, un país del Primer Mundo. ¿Y entonces? ¿Qué fue lo que cambió radicalmente aquel panorama? ¿Qué fuerza diabólica se las arregló para arrancar a Argentina del primer Mundo y, en poco más de 60 años mandarla, de cabeza, a chapotear en las miasmas infectas del Tercer Mundo?

En la práctica, durante el tramo final de la primera mitad del siglo XX hicieron entrada en la escena política argentina dos personajes a quienes se debe la terrible debacle que ha vivido el vecino país: Juan Domingo Perón y Eva Duarte. Este diabólico tándem se las ingenió no sólo para dejar la economía de Argentina en ruinas, sus reservas monetarias en casi cero, su deuda externa hasta las nubes y su clase empresarial seriamente golpeada. Todavía peor que todo eso: con su indigesta y esquizofrénica mixtura ideológica —una grotesca combinación de fascismo, populismo, izquierdismo, ignorancia, resentimiento y despilfarro institucionalizado—, Perón & Compañía sentaron las bases de todo lo que después llegaría para seguir socavando la vida institucional argentina: golpes de Estado, gobiernos militares, actividad guerrillera, desenfrenos sindicales, demagogia sin frenos, desencanto de la sociedad en general, relajo sin límites, corrupción desencadenada… Y casi todo ello, ciertamente, en el nombre de los dos «héroes»… Si bien, ¿qué digo?, me corrijo y diré, mejor: …¡del «héroe» y de la «santa»! O sea que: gracias a los malos oficios Perón y Evita. En un pasaje donde refiere las penurias de Borges durante el reinado de los dos mencionados, Vargas Llosa relata lo siguiente: «…Borges fue destituido de su empleo en la biblioteca Miguel Cané por el Gobierno de Perón, en 1946, y degradado, por su anti-peronismo, a la condición de inspector municipal de aves y gallineros. El hecho es todo un símbolo del proceso de barbarización política que latinoamericanizaría a Argentina y revelaría a los argentinos al cabo de los años que, en verdad, no eran lo que muchos de
ellos creían ser —ciudadanos de un país europeo, culto, civilizado y democrático, enclavado por accidente en Sudamérica— sino, ay, nada más que otra nación del tercer mundo subdesarrollado e incivil».
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Como bien lo ha escrito Vargas Llosa, esta Argentina de hoy, la de otro tenebroso tándem —los esposos Kirchner—, es la que ha rechazado abiertamente el camino de la civilización y ha emprendido, con trancos y tumbos, como todo rumbo retorcido, el asqueroso sendero de la barbarie. Una barbarie que se traduce en el discurso populista, en la demagogia ilimitada, en la histérica amistad con personajes como Hugo Chávez, y en la existencia de cantidad de grupos y grupejos marxistoides de énfasis radical. Muchos de ellos, abrazados, con igual desenfreno que a un rencor, al gobierno izquierdoide de los esposos Kirchner (en términos más científicos, diríamos «Kirchner & Kirchner»), y además muchas veces transformados en fuerzas de choque empleadas para reprimir, violentamente, a todos aquellos que se atrevan a protestar públicamente contra el disparatario gubernativo. Y fue precisamente uno de esos grupúsculos, en este caso de piqueteros, el que perpetró una agresión contra Mario Vargas Llosa y algunos acompañantes en la ciudad de Rosario, cuando el escritor se encontraba allí para participar en una actividad del Instituto Libertad. Pero veamos cómo explica tan penoso incidente el propio agredido:
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«…Unos días más tarde, tengo ocasión de inspeccionar muy de cerca a un par de centenares de piqueteros que emboscan el autobús que me lleva, de la Bolsa de Rosario al local del Instituto Libertad, que cumple 20 años, un aniversario que un buen número de liberales del mundo entero hemos venido a celebrar. Como quedamos inmovilizados por la joven hueste de don Luis D’Elía —o tal vez alguna peor, pues esta es solo ultra, y en la Argentina hay ultra-ultra y más— entre 10 y 15 minutos en la Plaza de la Cooperación, mientras ellos, imbuidos de la filosofía de aquel mentor, destrozan los cristales del autobús y lo abollan a palazos y pedradas y lo maculan con baldazos de pintura, tengo tiempo de estudiar de cerca las caras furibundas de nuestros atacantes. Son todos blanquísimos a más no poder. Mis compañeros y yo guardamos la compostura debida, pero no puedo dejar de preguntarme qué ocurrirá si, antes de que vengan a rescatarnos, los aguerridos piqueteros que nos apedrean lanzan adentro del ómnibus un cóctel molotov o consiguen abrir la puerta que ahora sacuden a su gusto. ¿Celebraré mis 72 años —porque hoy es mi cumpleaños— tratando de oponer mis flacas fuerzas a la apabullante furia de esta horda de salvajes? Cuando pasa todo aquello, la joven periodista ecuatoriana Gabriela Calderón —es tan menuda que consiguió encogerse debajo del asiento como una contorsionista— me pregunta muy en serio si estas cosas me ocurren en todas las ciudades que visito. Le respondo que no, que esto solo me ha ocurrido en la queridísima ciudad de Rosario…».
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Afortunadamente, el incidente no pasó a mayores y, para ampliar a ese respecto, sugiero un vistazo al artículo que publicó la aludida Gabriela Calderón, en la edición de «Informe Uruguay» correspondiente al viernes 4 de abril. En cualquier caso, la situación institucional en que la República Argentina ha caído a partir de que Carlos Menem dejó el poder, sólo puede ser descrita como espantosa. Pero lo más lamentable es que al lacónico calificativo anterior habría que agregar, a manera de estrambote, la siguiente aclaración: «con tendencia a empeorar paulatinamente». La única posibilidad de frenar esa caída en picada libre y devolver Argentina al sitial que por su historia y su pueblo merece, sería arrancar de cuajo a toda esa resentida gentuza comunistoide —meterlos en unos cuantos transatlánticos y mandarlos a vivir en Cuba, por ejemplo—, y reencauzar el país por los correctos senderos que un día abandonó, para caer en brazos de la enloquecida demagogia del peronismo populista, inconsciente y despilfarrador.
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