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Derecha, conservadores, fascistas…
por Washington Abdala
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¿Quién lo iba a decir? ¿Quién iba a imaginar que en tan poco tiempo se manejarían los mismos argumentos que los partidos históricos usaron para introducir algunos cambios estructurales en la sociedad uruguaya? ¿Quién creería que la aceptación de la inversión privada y el orden fiscal iban a ser caballitos de batalla gubernamentales (por ahora, más retóricos que prácticos)? ¿Quién pensaba que los mismos que no ambientaban un acuerdo de país a país con Finlandia —para orquestar los entendimientos tipo Botnia— serían los que hoy se llenan la boca con esas inversiones?
Es que no es cierto que este gobierno no sorprendió. Para mi sorprendió y mucho. Claro, todo dentro de un contexto bastante cínico y contradictorio.
El cinismo lo detectamos en las diversas posturas manejadas según como convenga el asunto. Un ejemplo, el caso Colombia. El gobierno emite un mensaje mesurado, la mesa política de la coalición de gobierno defiende a Chávez y critica gruñendo a Colombia y cada legislador frentista se para según su particular visión ideológica. Algunos, incluso, idolatrando al líder de las FARC. Murgueril y cambalachesco, pero cínicamente planteado, con premeditación absoluta. Se paran en todos los mostradores y a cada parroquiano le venden el buzón del caso. Chin, chin.
Contradictorio, a su vez, en diversos planos. Elijamos alguno, el los asuntos de seguridad pública. Empezaron liberando presos (pobres muchachitos, son víctimas, no victimarios…) y luego, cuando la sociedad toda gritaba desesperada de miedo, cambiaron al Ministro, pero todo siguió igual. Si, hay más marketing, la Ministra es hábil declarante pero las rapiñas y la violencia doméstica siguen empujando la sociedad hacia una colombianización horrenda que nadie parece ver. Sin embargo todo sigue igual. La Policía no se logra motivar. Y la violencia cada día está más internalizada en todos lados. Los chiquilines que antes pedían limosna en las esquinas van siendo desplazados por jovencitos chorros que amedrentan a cuanto distraído circula por la ciudad en diversos semáforos. ¿No lo ven? ¿Se hacen los bobos y miran para otro lado? ¿O no quieren tomar medidas porque tendría costo político? ¿Cuál es el discurso verdadero del gobierno?
Es que no se puede gobernar en un cúmulo de contradicciones permanentes. Ganan con los votos de la clase media y la atropellan con el IRPF. Los trabajadores de este país, los emprendedores del Uruguay, sienten que no vale la pena dar la batalla por prosperar porque el Estado se los traga. La tienen perdida, ya lo saben. Allí también dejaron por el camino apoyos que los llevaron al gobierno. Es que traicionaron a sus votantes. Sencillo.
Parte de todo esto es la caída en las encuestas del gobierno. No se trata de otra cosa. El Presidente puede tener algún punto más, pero es nominal la cosa. El gobierno hace agua porque la gente se desilusionó. Hasta los grupos radicales se van de allí. Es que no son ni chicha ni limonada, ese es el asunto. Y no se puede seguir lloriqueando o histeriqueando con la herencia del pasado. No se lo cree nadie. (Y eso que no le agrego un punto a los casos de dudosa probidad moral de actores y familiares del gobierno… porque no sé cuánto pesan esos asuntos).
No se puede gobernar un país al estilo Vázquez, con un manual de resolución de conflictos pero sin una hoja de ruta clara. Acá no se contuvo el gasto público —todo lo contrario— y eso Astori sabe que es así. Acá no se premió a ningún sector de la vida económica del país, más allá de aquellos que ya venían siendo estimulados desde hace años. Acá no hay una política que prevea la caída de la economía planetaria y que haga colchón ante una crisis. Acá hubo mucho de inercia, bastante de suerte y poca cosa más para estar como estamos.
Y lo gracioso es que se pasan la vida inventando adjetivos descalificadores como los del título del artículo. Buscando dañar a las colectividades históricas, pretendiendo dejarlas ubicadas como opciones reaccionarias. Es que sólo ofende quien carece de argumentos. Por eso creo que el gobierno empieza a vivir el infierno que construyó. Qué poco duró el palacio. Quién lo diría.
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