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Año IV - Nº 233
Uruguay, 11 de mayo del 2007
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Fernando Pintos
Anticipación para unas luctuosas Bodas de Oro
por Fernando Pintos
 
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            Cincuenta años de matrimonio son necesa­rios a cualquier pareja para poder celebrar sus bodas de oro. Magno acontecimiento y significa­tivo festejo para medio siglo de vida conyugal con sus altas y sus bajas; con sus risas y sus lágrimas. Un cuarto de siglo de felicidad y (­por qué no decirlo), de mutua y difícil compren­sión.

            Pues bien. Los procesos políticos y los regíme­nes tienen también sus festejos. Los unos válidos, los otros retorcidos, perversos y monstruosos: todo en perfecta sintonía y de acuerdo con las características intrínsecas de cada sistema en cuestión.

            Dentro de año y medio más o menos, el 1º de enero de 2009, el tiranuelo Fidel Castro cumpliría sus cincuenta años ocupando y dirigiendo el gobierno de la torturada República de Cuba. Y digo «cumpliría» porque, a estas alturas, no se sabe bien si el tirano sigue vivo o si sus aterrados y temblorosos cómplices y esbirros están jugando a las escondidas utilizando su cadáver. Es muy posible que a estas alturas el tal Fidel ya no se encuentre en este mundo, pero exhorto a sus fans a no preocuparse: de buen seguro ya tenía reservado un excelente lugar en el infierno, y cabría especular, teniendo en cuenta los méritos acumulados por el individuo en más de medio siglo de andanzas y malandanzas, que casi de seguro habrá de pasar el resto de la eternidad, si no a la diestra de Dios Padre, sí a la siniestra del Diablo mayor, es decir: Satanás, Lucifer, El Maligno o como se prefiera llamarle. (El único problema será que, con Fidel allí sentado se hará muy difícil distinguir, a ciencia cierta, cuál de los dos es quién).

            Esos 50 años habrán de significar un aniversario tenebroso para los hombres de todo el mundo, sobre todo para aquellos amantes de la Libertad, de la justicia y de los valores y derechos intrínsecos inherentes al ser humano. Porque a lo largo de ese medio siglo, el esperpéntico tiranuelo ejerció sobre ese indefenso pueblo todos los abusos imaginables de parte de un poder estatal sin límites ni escrúpulos de ningún tipo.

            Durante ese lamentable período, la marioneta barbuda ha obligado al éxodo de cientos de miles de cubanos, quienes debieron abandonar sus hogares, familias y todos sus bienes, para evitar un destino mucho peor y ganar —siquiera fuese a nado y en agonía—, las playas de la libertad...

            Durante esos mismos fúnebres años, el presunto lu­chador idealista, el pluri-promovido Robin Hood de las masas desheredadas se transformó, de manera vergonzosa, en el más dócil y abyecto títere del comunismo soviético.

            En esos aproximadamente dieciocho mil trescientos días, el obediente papagayo barbudo de La Habano hizo matar o encarcelar en mazmorras inmundas, por los más nimios motivos, a cientos de miles de sus compatriotas. Y uno se pregunta, en todo ese tiempo. ¿Cuántas violaciones a los derechos humanos se produjeron diariamente en Cuba? ¿Y cuántas veces fueron pisoteados esos derechos? Y, por supuesto: ¿cuántas veces se quebró el derecho de alguien?

            Es una serie de preguntas sin respuesta exacta posible, aunque las lógicas aproximaciones han de arrojar, en los tres casos, cifras más que considerables. Por ejemplo: Fidel Castro envió al África, a pelear para beneficio de sus amos del Kremlin, un promedio de tres desgraciados cipayos por cada día de su gobierno (fueron más de cincuenta mil los «voluntarios» cubanos embarcados hacia el continente negro)... Y por cada ocho horas de su triste régimen, el fúnebre payaso remitió al África un soldado cubano sólo para que sirviera de carne de cañón barata, en la brutal escalada de agresión imperial soviética contra países como Angola, Mozambique, Etiopía o Zimbawe...

            Durante cada día de esos cincuenta años (que a quienes los han sufrido y siguen sufriéndolos, deben parecerles algo así como cincuenta siglos); el hambre, la escasez, las deficiencias en los servicios públicos esenciales, la falta intermitente de los artículos de primera necesidad (como alimentos, ropa, medi­camentos), han sido odiosos e inseparables com­pañeros del pueblo de la isla del Caribe... Mas no de todos, por supuesto. Los jerarcas del Partido, los jerifaltes, los matarifes, los soplones de barrio, los torturadores, los bellacos, los delatores profesionales, los corruptos, los ideólogos de lo revolución a ultranza y los tenebrosos miembros de lo policía secreta del Estado… A todos esos les han nutrido sobradamente sus sórdidas humanidades, a través de lo generosidad del gobierno revolucionario, y gracias también al usufructo de un floreciente mercado negro. Pues, como siempre lo he afirmado: serán marxis­tas, pero no idiotas, ni mucho menos lentos para hacer negocios. Y al igual que a todo parásito, les fascinan hasta extremos orgásmicos las dulzuras que depara la buena vida burguesa.

            Recuerdo ahora que pocos días antes de cumplirse el «feliz» 25º ani­versario de Fidel y su Gobierno, el 20 de diciembre de 1983, la Comisión Interamericano de Derechos Humanos (CIDH), dependiente de la OEA, hizo público un extenso informe sobre el régimen comunista cubano.

            Muy pocos ecos tuvo el informe de la ClDH en la prensa de Latinoamérica —por regla general tan llena de fidelófilos y comunistófilos—, lo cual, una vez analizadas sus conclusiones finales, no podría ser de otra manera. Porque lo que allí se decía era como para aguarle el festejo al sátrapa barbudo del Caribe.

            En primer término, el documento (de 250 páginas), indicaba que por entonces, en Cuba: «…Pre­valece un sistema político totalitario, que realiza diariamente múltiples atropellos contra los dere­chos colectivos e individuales de lo población de la isla. Se ignoran los derechos humanos básicos y se discrimino por razones políticos y religiosas».

            Al hablar de las prisiones castristas, el infor­me de la CIDH señalaba que los condiciones eran «inhumanas y degradantes», agregando que mu­chas personas estaban sometidas a prisión por motivos políticos. Pero no se quedaba sólo en esto el informe de la CIDH; añadía que, usualmente, se alargaban las penas a los presos ya condenados, y para empeorar la situación, no existía ninguna garantía contra las detenciones arbitrarias.

            Además se hacía hincapié, con extremada preocupación, en el altísimo índice de suicidios, que asolaba a la población de Cuba.

            Y por último, se señalaban dos aspectos aparentemente positivos: que la población cubana estaba aparentemente bien alimentada, y que los índices de analfabetismo eran bajos.

            Cuando menos en aquel momento, aquellas dos observaciones finales podrían haber tenido algo de cierto… Pero de nada vale alimentar a un pueblo para obligarlo a servir de rebaño dócil para los caprichos de un tiranuelo y su innoble cáfila de cómplices y celestinos... Porque eso es lo mismo que engordar ganado para mandarlo —abundoso y reditua­ble—, con rumbo al matadero.

            Y finalmente; tampoco de nada sirve alfabe­tizar a un pueblo, para después hacerlo leer, a la fuerza, tan sólo aquello que a un monstruoso gobierno totali­tario se le ocurre que lea. Eso representa, en el mejor de los casos, una burla sangrienta. Dar con una mano y sacar con la otra, equivale sencillamente a no dar absolutamente nada.

            Pero, por supuesto… Del comunismo anti-humano y estéril, no se puede pedir cualquier otra cosa. Su naturale­za perversa lo inhibe para alcanzar aunque más no sea a esbozar lo felicidad y el bienestar de los pueblos que están sujetas a su férreo control. En todo caso, me queda la curiosidad por ver qué sucederá en este lapso —poco más de año y medio— que nos separa del medio siglo de tiranía irrestricta en Cuba… ¿Llegará Fidel con vida a tan magno acontecimiento? ¿Seguirá la trouppe de cómplices y celestinos manejando, con malas artes de ventrílocuo, un cadáver apolillado? ¿Será precedida la imperial fecha por otro devastador informe de la CIDH? Desde ya se aceptan apuestas, aunque cabe agregar un pensamiento final: sería bueno combinar el noble arte de embalsamar con los últimos avances de la refrigeración industrial, pues como bien se sabe, en ciertas regiones tropicales los cadáveres apestan con llamativa rapidez.

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