Cristina Kirchner: La Desolada
por Franco Lindner |
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Su marido toma decisiones sin consultarla y los ministros la ignoran. Los gritos en Olivos y la parábola de la Caja de Cristal.
Cuca, la histórica empleada doméstica de los Kirchner, se lo contó por estas horas a un amigo del matrimonio: “En Olivos ya no se puede estar. ¡Pegan cada grito!”. Hace tres semanas, la noche del lunes 17 de junio, la mujer quedó aturdida por la vehemencia con que Néstor y Cristina discutían sus diferencias. En la calle, frente a la residencia presidencial, resonaban las cacerolas, y adentro las voces se superponían y aumentaba la histeria. Kirchner insultaba a los caceroleros en tono subido y prometía vengarse. Su esposa, que primero lo contemplaba resignada, terminó haciéndole frente: “Vos te hacés el guapo, pero los costos los pago yo. Si sos tan guapo, ¿por qué no hablás con los diputados y me conseguís el número necesario?”.
Los testigos de la escena, funcionarios y secretarios, cumplieron con la vieja norma kirchnerista de retirarse ante lo que se vislumbraba como otra pelea feroz entre las dos personas que hoy comparten el poder. Lo último que le escucharon decir a Cristina fue una advertencia a su marido: “Así yo no puedo seguir, o mandamos las retenciones al Congreso o se terminó”. Kirchner estaba fuera de control y la Presidenta también.
A la tarde siguiente, ella anunció lo que venían planeando desde hacía días con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, su único aliado de peso en el Gobierno: aunque el ex presidente se oponía, enviaron el proyecto de las retenciones al Parlamento para destrabar la crisis asfixiante y ganar algo de tiempo. Pero Kirchner tampoco se privó de hablar ese mismo día, casi en estéreo con la Presidenta, y dio una conferencia de prensa entre irónica y agresiva para explicar que no estaba retrocediendo. Hablaron los dos porque ninguno le quería dejar la última palabra al otro.
¿En qué puede terminar el doble comando matrimonial? El protagonismo del ex presidente le produjo una grave hemorragia de poder a Cristina. A siete meses de haber asumido, ella se siente desmoralizada como nunca, cercada por su marido y sus propios ministros. Está sola.
La No-Presidenta
La última semana fue rica en escenas que dejaron al desnudo la dramática sensación de la primera mandataria de que no la tratan como la dueña real del poder. Cuando se anunció que Kirchner la acompañaría a la cumbre del Mercosur en Tucumán, los demás presidentes de la región pidieron entrevistarse con él, a quien reconocen como el que manda. Así que hubo que cancelar a último momento la participación de Néstor y dejarlo en Buenos Aires para no opacar aún más a su esposa. Y cuando Cristina intentó aprovechar el evento para criticar al campo y defender las retenciones, le salieron al paso el uruguayo Tabaré Vázquez y el brasileño Lula, a quienes no les importó dejar mal parada a la anfitriona. Sólo la defendió Hugo Chávez, lo cual para la Presidenta es como tragarse un sapo: si hasta evitó posar junto al venezolano en la clásica foto que reúne a todos los jefes de Estado.
Las decisiones que Néstor toma a espaldas de su mujer la dejan en ridículo. Ocurrió el fin de semana de los últimos cacerolazos, cuando efectivos de la Gendarmería apresaron al popular Alfredo De Angeli en la ruta 14 de Gualeguaychú. La Presidenta se escandalizó con la medida y con la furia ciudadana que terminó originando, y le pidió explicaciones al ministro de Justicia y Seguridad, Aníbal Fernández. Estaban reunidos en la residencia de Olivos, y el funcionario sólo atinó a murmurar: “Bueno, yo hice lo que me dijo Néstor...”. Ella fusiló al ex presidente con la mirada y él intentó apaciguarla: le explicó que la detención del chacarero había sido un exceso de los gendarmes.
| Fuente: Reflexiones de un argentino |
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