Inflación y otras desventuras… por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)

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          Cuando hoy se habla de la crítica situación que vive el país, la mayor preocupación se centra en los enfrentamientos y en la violencia, en las ilegalidades, en los padrones electorales inflados, en las aventuras internacionales del presidente, en las amenazas de los dirigentes de los “movimientos sociales”, en el atentado terrorista de Yacuiba, en la desorientada oposición en el Senado que impulsó el absurdo referendo revocatorio, en los ataques cerriles contra los cuatro prefectos opositores de la “Media Luna” –se arrima un quinto, que no le hace bien a la causa de la autonomía–  y en tantos otros problemas alarmantes.

          Es poco lo que se menciona sobre las penurias económicas del país como consecuencia de la ineficiente y equivocada gestión del régimen. Veamos: aunque haya desmentidos oficiales y explicaciones, lo cierto es que ya ha comenzado un proceso inflacionario que se ensaña con los sectores menos favorecidos y aumenta la pobreza. Los esfuerzos del oficialismo de culpar por este mal a los sectores productivos, no pasan de ser parte de una profusa y abusiva propaganda. Para disimular la inflación ya desatada, se compromete pérfidamente a la entidad encargada de procesar los datos estadísticos nacionales, en este caso de los datos económicos, induciéndola a que incorpore indicadores que ocultan la grave situación prevaleciente.

           “No se puede entender” –diría el presidente, si milagrosamente se diera cuenta de las malas perspectivas económicas– que los responsables, especialmente el ministro de hacienda, no atinen a adoptar una sola medida para combatir efectivamente la inflación, y que, en cambio, se embarque, con sectarismo infame, en absurdas medidas contra dos prefecturas, en clara actitud política irracional. Claro que este torpe revanchismo político es coherente con las prioridades asignadas por el populismo en el poder al enfrentamiento y a sus afanes de dominación.

          Por otra parte, no hay manera de justificar o, por lo menos, de explicar las inadmisibles restricciones a las exportaciones, lo que se une al aumento, fomentado por el gobierno, de las importaciones, por el irresponsable manejo del tipo de cambio del Banco Central de Bolivia, que ha perdido autoridad e independencia. Y, para mayores males, el MAS introduce factores malsanos, como la deshonesta práctica de mezclar el manejo de la economía con su odio y sectarismo.

          Es más: hay un acusado deterioro institucional y, por tanto, del Estado de Derecho. Esto, es sabido, ahuyenta la inversión extranjera, indispensable para el desarrollo de un país con escaso ahorro interno. Este camino desconcertante, publicitado en discursos callejeros, es parte de una cerril xenofobia. Así, los hidrocarburos, tan preciados y ya ”nacionalizados”, por la falta de esas inversiones extranjeras y por su  manejo deficiente no han servido para luchar contra la pobreza.

          Mostrar un idílico país que soluciona sus problemas con el enfrentamiento cruento o ideológico, es un cuento que nadie cree. La verdad es que el modelo populista no ofrece bienestar ni convivencia armónica; todo queda en las demasías de la propaganda.

          En enero de 2006, había buenas oportunidades para que el nuevo gobierno impulse un sostenido proceso de desarrollo económico. Ahora, el régimen ya se ha “farreado” esas buenas posibilidades; todo se sustenta en el absurdo de “Bolivia cambia”, aunque ciertamente para mal. Mientras tanto crece el desaliento.