El Autobús
La noche de luna llena aguarda la unión de sus hijos que cuan hombres lobos se desplazan por entre sus mundos paralelos.
Una larga jornada, un día más. Hoy salgo del trabajo hacia una nueva aventura en la ciudad. Recorro las calles respirando el aire nocturno.
Disfrutando de la noche, una vez más trato de pasar desapercibido. Me pierdo entre la gente común, soy un extraño más en la monótona vía publica.
Abordo el autobús para llegar a la estación del tren. El perfil estructural de la gente parece ser el mismo en cada individuo, estos ambientes siempre son así.
Siempre las mismas caras, siempre las mismas miradas apagadas. Puedes verme bailando pero con lagrimas en los ojos, es lo que parecen decir.
Yo me limito a sacar un libro para así perderme en mi propio mundo. La tapa del libro como puerta a mi alma bien destaca la base de mi aventura. Relato de un Vampiro, me pierdo en el fruto de mi trabajo, me desplazo por entre las líneas de mis divagues para revivir esos momentos y poder disfrutar de un poco de emoción. Esta noche me siento hambriento, sediento de sangre.
Ella sube al autobús despistada, inocente se adentra en un mundo desconocido. Tratando de ser valiente y de valerse por sí misma en esta nueva realidad, ella camina por sobre la monotonía. Su radiante belleza cautiva mi espíritu. Su fragancia femenina despierta en mi carne el mayor deseo y la lujuria en su máxima expresión.
Ella notó mi esencial naturaleza instantáneamente. Pero ya no pudo reconocerme después de tanto tiempo, aunque era obvio que esa fusión que una vez había tomado lugar entre nosotros todavía seguía tan fuerte como siempre.
Por alguna razón ella no se sentó, permanecía de pie en el autobús incluso cuando había espacios libres disponibles.
Una sensación inexplicable despertó en mi interior, parecía que mis más fuertes instintos se activaban por eso que tanto había estado esperando.
Yo conducido por la bestia interior, arrastrado por mis más sedientos deseos sensuales me le acerqué.
Es cierto, no hay afrodisíaco como el mismo amor.
Yo ya había perdido control total sobre mi razón. Mi conciencia y mi propia voluntad me abandonaban. Dejando caer mi libro me levante decidido.
Ella insegura se limitaba a mirar hacia la nada. Yo me acerqué, parándome detrás, me consumía con el aroma esencial de su fragancia. Lentamente acerqué mi cabeza hacia su hombro. Suspirando profundamente me hundía en un éxtasis mientras respiraba el tenue aire de su ambiente. Apoyé mi cabeza en su hombro. Como bestia, como depredador salvaje perdía mi nariz entre sus cabellos. Su sabor avasallante me elevaba hasta un nivel nunca antes experimentado. Ella paralizada quizás por miedo no ejercía reacción alguna.
Por un instante el mundo se congeló. La frialdad del momento llenaba el lugar hasta que lo hice, hasta que acaricie su alma.
Con mi profundo y sensual abrazo rodeé sus caderas, mis tiernas manos se deslizaban por la fina seda negra de su vestido.
Amándola como nunca antes el peso de mi felicidad desplegué sobre su hombro derecho, como un ángel depredador por detrás la refugiaba entre mis brazos que cuan enormes alas se desplegaban sobre mi reina.
Ella me sentía una vez más, no hacía más que sonreír, una lágrima rodaba por mi nostálgico rostro.
Tiernamente le di un profundo y amoroso beso. La bese tiernamente una vez más, con mis labios recorría su mejilla, no podía parar. Con mis besos la devoraba hasta que llegué a su cuello. Entonces más me perdía en el deseo.
Yo no podía creer las circunstancias en las que me encontraba. Aunque en el momento no usaba mi razón, solo fluía con el sentir de mi alma, me entregaba a lo inevitable.
Después de intercambiar lágrimas, besos y palabras nos bajamos del autobús, nos aventuramos a contemplar la noche por primera vez, juntos. Yo y ella, solos, libres, por vez primera, expresando nuestro verdadero amor. Nos fusionábamos una vez más, aquí, y ahora.
21 de Mayo del 2005
© 2005 Juan Tambolini
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