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Año III - Nº 216
Uruguay, 12 de enero del 2007
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Carlos Alberto Montaner La compasión destructora
por Carlos Alberto Montaner
 
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Es así como Perón, Chávez, Castro y toda esa familia de demagogos edificaron su sistema de poder. "Dan" cosas "gratis", regalan, e invierten las relaciones normales entre la sociedad y el gobierno. Gratis, claro es un decir, porque alguien siempre tiene que pagar por el bien o el servicio que se otorga. En una sociedad bien organizada el gobierno vive de la sociedad. En los infiernillos populistas, la sociedad vive del gobierno.

            Chávez le va a enviar cuarenta plantas eléctricas auxiliares a su amigo Daniel Ortega. Son pequeñas e ineficientes, pero ayudarán a mitigar los apagones que sufren los nicaragüenses. Suministrarán energía a precios subsidiados por los venezolanos. Las plantas llegarán desde Cuba, donde dejan de cumplir una misión similar. Con las plantas, Chávez le remitirá petróleo al líder sandinista, y seguramente le abrirá una generosa línea de crédito. El gobierno cubano, por su parte, ofrecerá médicos, operaciones de cataratas, sistemas de alfabetización, y unos señores que enseñan a dar saltos con garrocha o a jugar béisbol. Con esos elementos, Daniel Ortega comenzará a aumentar su base de apoyo popular. A principios de enero asumirá el poder con un 60 por ciento de la población en contra, pero se dispone a remontar este inconveniente tejiendo rápidamente una clientela electoral que en el futuro le devolverá en las urnas los bienes y servicios que pueda entregarle.

            Es así como el populismo revolucionario edifica su respaldo masivo. No genera las condiciones para que la sociedad cree riquezas, sino alivia los síntomas de la miseria reclutando en el proceso a un ejército de estómagos agradecidos. Es así como Perón, Chávez, Castro y toda esa familia de demagogos edificaron su sistema de poder. "Dan" cosas "gratis", regalan, e invierten las relaciones normales entre la sociedad y el gobierno. Gratis, claro es un decir, porque alguien siempre tiene que pagar por el bien o el servicio que se otorga. En una sociedad bien organizada el gobierno vive de la sociedad. En los infiernillos populistas, la sociedad vive del gobierno. Pero como los gobiernos son pésimos productores y malos administradores, y como el populismo drena los recursos disponibles destruyendo las fuentes de capital, la espiral invertida gira en forma vertiginosa: a más populismo, más pobres, pero a más pobres, más clientes para aumentar la base de apoyo. Así gobernó el PRI mexicano setenta años. Cuando perdió el poder la mitad del país era miserable. Exactamente la mitad que lo respaldaba. Durante el chavismo, el número de pobres venezolano ha aumentado un ocho por ciento. El mismo porcentaje que ha aumentado el chavismo "duro".

            Esta obscena y contraproducente compra de conciencias, además, se presenta como una forma superior de solidaridad moral. ¿Cómo ninguna persona decente puede oponerse a que les regalen comida y ropa a los pobres, a que les den agua y electricidad sin costo, o a que les curen las enfermedades? ¿No hablan las Escrituras de dar de comer al hambriento y de beber al sediento? ¿No es acaso la compasión una actitud admirable? Depende. La compasión puede ser terriblemente destructora. Un cocainómano que presenta el síndrome de abstinencia alivia su dolor y su ansiedad con una dosis de la droga, pero si se la damos lo único que conseguimos es perpetuar el problema.

            Por supuesto que el primer objetivo común de cualquier sociedad madura debe ser rescatar a los más necesitados. Tampoco hay duda de que cualquier gobierno responsable debe ocuparse de los problemas más urgentes que sufren las personas indefensas. Pero sin olvidar que el fin de la pobreza jamás se logra por medio de gestos demagógicos ejecutados por gobiernos populistas. Lo que hemos aprendido observando a las sociedades que han logrado erradicar o disminuir los índices de pobreza es que ese objetivo se alcanza mediante una combinación de buena educación, transferencias tecnológicas, inversiones nacionales y extranjeras, garantías jurídicas e instituciones eficientes, presión fiscal razonable y gasto público reducido, de manera que vaya expandiéndose un tejido empresarial dentro del sector privado, cada vez más denso, competitivo y sofisticado, para que aumenten progresivamente los salarios de los trabajadores.

            La tragedia consiste en que este mensaje político es muy poco atractivo. Habla de responsabilidad y no de derechos. Pone el acento en la libertad para construir el destino propio, con los riesgos que ello conlleva, y no en la pasiva tranquilidad de quien espera que le fabriquen su vida desde fuera. Coloca la carga de la construcción de la felicidad sobre los individuos y les niega a los gobiernos la facultad de modelar nuestra existencia. Por eso es tan difícil la batalla. Los cantos de sirena son siempre más agradables de escuchar. Aunque nos lleven al desastre.

Fuente: El Diario Exterior

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