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Año III - Nº 181
Uruguay, 12 de mayo del 2006
Inscripto en el Registro de Derechos de Autor en el libro 30 con el No 379
 

 

 

 

El piquete como ritual
Por Anabella Loy
Licenciada en Antropología

 

El mito es una construcción cultural característica de sociedades mal llamadas "primitivas", mejor llamadas "etnográficas", pero que reaparece en sociedades históricas.

Se trata de una historia sagrada que se conoce como revelación.

Se actualiza por el oyente y a través del oyente, en el ritual.

La recitación del mito tiene eficacia mágica, actúa como modelo ejemplarizante, y relata hechos de un pasado fundacional.

Ahora bien, a partir del mito etnográfico, o clásico, y fundamentalmente de la persistencia de la mentalidad mítica en nuestra sociedad, podemos pensar temas de actualidad, enmarcados en el funcionamiento mítico.

Joseph Campbell decía que el mito de la Humanidad actual sería un mito planetario que jerarquizara la defensa medioambiental. Entonces pensé en la famosa "guerra de las papeleras", y en la "pureza ambiental perdida" (o a perder eventualmente) como contenido mítico. Recordemos que el tema del "paraíso perdido" aparece en variadas mitologías, como edad de oro perdida que se recuperará al fin de los tiempos.

La pretensión de un mundo incontaminado aparece como una referencia a un pasado remoto previo a la industrialización, que podría aparecer como el pasado mítico.

La acción de los pretendidos ambientalistas avalada por la acción política oficial en la orilla occidental del río Uruguay, se presenta como la acción heroica colectiva, que contra viento y marea vencerá los obstáculos en el camino hacia el Orden, la Pureza, la reinstauración del Paraíso imaginariamente recuperado.

Pero la acción del o los héroes supone una aventura, un conjunto de pruebas que aporten una renovación interior a los protagonistas del viaje simbólico hacia la recuperación del Edén perdido. Y eso es justamente lo que la "Asamblea Ambiental" pretende exhibir: la prueba de una decisión ciudadana y soberana que tiene permitido desafiar de hecho la autoridad del Estado, cortando los puentes binacionales, y asumiendo una posición voluntarista.

La tercera etapa, que sería la consolidación de un logro, todavía está abierta y puede llevar mucho tiempo.

Pero hay varios apuntes sobre la teorización anterior: el mito se conoce por revelación, los discursos políticos favorables a la posición reivindicativa de

Entre Ríos han funcionado en ese sentido, como revelaciones de verdades incuestionables:

Vivir en un mundo supuestamente racional, no hace desaparecer los mitos, en nuestra sociedad nacen mitos constantemente, algunos ingenuos y espontáneos, otros deliberados y racionalizados.

La actitud mítica no se abandona por la demostración lógica de su falsedad. Entonces, aún demostrando que las plantas de celulosa no contaminen, después de uno, diez o cien estudios de impacto ambiental, los participantes en el mito seguirán cortando los puentes y sosteniendo que las papeleras igual contaminarán el aire puro y el agua transparente.

Si alguna vez se abandona la verdad que el mito sustenta, es por desilusión.
La vigencia del mito no implica necesariamente bonanza real, la realidad puede negar lo que se afirma como verdad, como revelación, pero eso no desacredita la fé en el mito, sino que la reafirma.

Los reclamos medioambientales han hecho aflorar en la población entrerriana algún tipo de comunión que antes no tenía, la irrupción de lo excepcional en lo cotidiano -característica del mito- a partir de la unión de los vecinos, de la fusión de individuos y valores, ya sean espontáneos o política y mediáticamente manipulados, habrán posibilitado a la población de esa zona sentirse parte de un todo significativo. La irrupción de lo excepcional en el mito inaugura claridad y libertad.

La representación mítica se reviste (¿se trasviste?) de una apariencia racional, deformando los hechos a su gusto -desafiar el libre tránsito aparece aquí como un derecho que cualquiera puede autoatribuirse, en aras de un un concepto de soberanía popular particular-.

La función del mito es:
1. Marcar normas ejemplares de comportamiento, en el caso que nos ocupa, mostrar modelos de acción a imitar. Cuando el discurso oficial expresa contradicciones flagrantes entre lo que se predica hacia fuera y lo que se hace -o no se hace- hacia adentro, los modelos trasmitidos no expresan verdades reveladas sino oportunismo.

2. Constituirse en un modelo sobrehumano, a través del ideal de pureza en este caso.

3. Colaborar en la instalación existencial del ser humano en el mundo, armonizarlo consigo mismo y con la realidad que le toca vivir. Instalarlo en un escenario de reivindicación permanente en vez de en uno que privilegie la tolerancia y el diálogo, desvirtúa la función original.

4. Orientar a las personas, aportándoles bases de sustentación vivenciales.
La orientación está presente, desde el apoyo oficial a la protesta y el liderazgo oficial de la misma, aunque no exista una etapa a trascender para pasar a un nivel más elevado, que es lo que el verdadero mito habilita.

5. Integradora: los participantes se transforman en una unidad duradera basada en la identificación del contenido mítico. Sin palabras.

6. Movilizadora: el mito moviliza para la acción, aporta fe y esperanzas. Eso es exactamente lo que deliberadamente se le aportó a los manifestantes, en el marco de la mitologización de la protesta. El gobierno argentino sabrá qué hacer con lo que habilitó cuando haya que recomponer una relación normal entre los dos países.

7. Esclarecedoras: el mito permite a los participantes encontrar caminos para vivir una vida armoniosa y en comunidad, a través del aporte de esquemas esclarecedores de sentido. No parece que esta función se haya desarrollado cabalmente, a menos que el concepto de comunidad sea el más restrictivo imaginable: ellos mismos.

El mito se basa en la emoción, el sentimiento, la intuición, y a ellos apela también el discurso político, en este caso se intenta liderar a la opinión pública en función de criterios emotivos, centrados en la nostalgia de la pureza ambiental y el derecho soberano a lograrla a cualquier precio.

La palabra tiene poder, ya sea en sociedades tradicionales y modernas, desencadena efectos a partir de su pronunciación. Veremos qué pasa, veremos si los argentinos que viven en zonas contaminadas como el Riachuelo (que casualmente desagua en aguas de otro río compartido) y sin acciones oficiales al respecto, se hacen eco de las palabras del presidente, hoy o en el futuro.

 
 
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