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Algunas otras reflexiones sobre un arbitrario arbitroide del fútbol (¿o fóbal?)
por Fernando Pintos
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La semana anterior publiqué algunas opiniones que se generaron en un foro de la sección digital del diario «El País» con respecto a la escandalosa y malévola actuación del árbitro Corleone, alias «Prudente», quien se dio el lujo de colocar al Club Nacional de Football en una situación de suma gravedad (lo cual debe estar, todavía, festejando con champán). Situación grave porque, en primer término, de tener la posibilidad de sacar cinco puntos de ventaja sobre Peñarol en el mismo arranque del campeonato, Nacional pasó a perder tres puntos y nada menos que frente a un equipo como Villa Española, que está inhabilitado para jugar y que quiso ocultar esa condición y de paso estafar a la AUF con documentos falsificados sobre el supuesto pago a un jugador. En segundo término, porque como resultado del monumental relajo provocado y azuzado por el infame Corleone, Nacional perderá la habilitación del Parque Central durante una buena parte de este Campeonato Apertura. Y en tercer lugar, porque gracias al mencionado relajo —debidamente magnificado por todos, para de tal forma restar entidad a los tremendos líos que había protagonizado la hinchada de Peñarol un día antes en el Charrúa—, seguramente Nacional perderá cuando menos tres puntos, si no más, para el arranque del siguiente torneo.
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En cuanto al detestable engendro Corleone, quien deliberadamente construyó el gran escándalo… El infame individuo por ahí anda, lo más campante y suelto de cuerpo, sin que ninguna entidad le haya aplicado el más mínimo correctivo, ni tan siquiera una llamada de atención. El tipo, timadamente, hizo detonar una explosión descomunal, que bien pudo terminar en tragedia… Pero, ¿y con eso qué? ¡Pues nada! Que siga con sus maldades, impune por completo, desarbitrando partidos con esa malevolencia que no sólo se refleja en su retorcida conducta —propia de un neurótico absoluto con severos pasajes, alternativos, de megalomanía, oligofrenia e inclinaciones criminoides—, sino también en su espantosa apariencia personal. En cuanto a esto último, cualquiera, menos el Colegio de Árbitros, ¡faltaba más!, podría darse cuenta que el tal Corleone no tiene el mínimo look para ser árbitro de fútbol. Pero, en cambio, sí lo tiene y bien le funcionaría para la industria cinematográfica, como un excelente actor secundario en películas de horror, tales como aquéllas, ¡tan recordadas!, de la Hammer Films o aquellas otras, ¿quién las olvidaría?, que revivieron a la Universal Pictures en la década de 1930. Poniéndonos en rostromancias, la tan célebre como detestable caripela Corleone no alcanzaría para roles estelares, al estilo del Drácula que tan bien interpretaron Bela Lugosi y Christopher Lee. Ni como el del monstruo de Frankenstein, que legó fama inmortal a Boris Karloff. Pero bien se le podrían encomendar papeles como el del monstruo idiota del castillo (siempre había alguno en aquellas películas, y por regla general se llamaba Igor); o el del jorobado vicioso que violaba tumbas (de paso, también cadáveres)… Y ahora que caigo en cuenta, ¿no les parece que Igor Corleone suena muchísimo mejor que Líber Corleone?
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Sin embargo, me es preciso enfatizar algunos puntos, y todo ello sin el menor ánimo de exculpar, ya fuere a Don Igor Corleone, ya fuere a sus encubiertos cómplices en todo el infame asunto. Admitamos que, en ciertos aspectos, algunas críticas tuvieron razón cuando echaron sobre Nacional la culpa de lo acontecido ese último domingo de agosto en el Parque Central. Tuvieron razón en afirmar que todo sucedió por la notoria incompetencia de Gerardo Pelusso y la incuria criminosa del preparador físico que le acompañaba. La tuvieron, también, en señalar que el directivo Rodríguez Batlle se involucró de manera extemporánea en el meollo e incitó a la turba enardecida, si bien, al respecto cabría agregar lo siguiente: ¿y dónde diablos estaba, en aquellos momentos, el gerente deportivo de la institución? ¿Estaría cazando mariposas en alguna tribuna del Parque Central? Era mucho más lógica (y necesaria) la presencia del gerente deportivo, que la del señor Rodríguez Batlle. Además, no faltó razón sobrada a quienes criticaron la arenga estúpida que se produjo cuando los jugadores estaban en la manga. Y más razón, todavía, asistió a quienes criticaron que la junta directiva de Nacional no aceptara públicamente su responsabilidad por todos esos lamentables acontecimientos.
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Ahora, yo agregaría algunas críticas más. Y tomo por ejemplo número uno, las estúpidas excusas de algunos jugadores de Nacional, tales como aquella de que: «debían salir con las mascotas, porque los niñitos tenían ilusión». Pocas veces he leído algo tan estúpido, y en verdad, ello provoca un deseo irrefrenable de mandar a todo el plantel de Nacional a que se meta a los niñitos que tienen de mascotas por ya sabemos dónde… ¿Desde cuándo Nacional es un Club de Kinder, en lugar de ser un Club de Football (O, si se quiere, de Fúbol o Fórbal)?… ¿Acaso están todos locos, o simplemente se están haciendo pasar por desquiciados? Después, estuvo la festiva excusa de que se atrasaron porque el señor Cauteruccio (quien parecería no poder hacerle un gol ni tan siquiera al Instituto de Ciegos o la Asociación de Paralíticos) tuvo que ir corriendo para hacer pipí (aclaremos: los hombres orinamos, pero los idiotas «hacen pipí»)… ¿Por qué razón no lo hizo diez minutos antes? ¿Acaso en este plantel de idiotas se padece de alguna extraña pandemia de vejigas-dictadoras? (¡Y con el platal que se les paga a estos tipos, cada mes, para el único propósito de jugar a duras penas un partido por semana!)… Etcétera, etcétera. Casi todas me han parecido unas excusas por demás estúpidas y, para colmo de males, formuladas fuera de contexto. Tratándose de barbotar semejantes idioteces a granel, sería mejor que les clausuraran el pico. A la estupidez también se le debería penar con tarjeta roja.
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Ahora, volviendo con Su Divina Delicuescencia, el árbitro «prima-donna» (¡sueños del pibe!) Igor Corleone (también llamado Prudente, que por una de aquellas ignotas justicias poéticas rima, ¡poderosamente!, con «Delincuente»), su actuación ha sido a todas luces inmoral, canallesca y deliberada. Resulta obvio que en todo ese asqueroso asunto estuvo presente la pata de mono de Casal & Cía., en intento desesperado por evitar que Nacional sacara, lo reitero, cinco largos puntos de ventaja desde el comienzo del campeonato a ya sabemos quién. Todo, en la actitud de tal personaje ha revelado no sólo la deliberación, sino también la alevosía. Aspectos que el individuo pretendió enmascarar con dos falsas actitudes. La primera: un arranque de histeria feminoide, para salirse del campo con viento fresco. La segunda: esa sonrisita de satisfacción cínica y canallesca con que regaló a quienes le vieron de cerca en el momento de abandonar la cancha. El tipo es a todas luces un canallita de tiempo completo, pero el Colegio de Árbitros bien baila con su misma tonadilla. Como bien expresaba Edward Piñón en «El País Digital» (miércoles 3 de septiembre pasado, en nota titulada «La exactitud suiza de Prudente»): si en Uruguay los árbitros se atuvieran de manera estricta al reglamento, cada equipo recibiría entre tres y cuatro tarjetas rojas por partido, y a cada uno también se le estarían cobrando tres o cuatro penales por cada 90 minutos de juego.
Y, como el artículo mencionado no tiene desperdicio, lo transcribiré ahora para ustedes:
«…Nacional perdió los puntos en disputa contra Villa Española por la imprudencia de no respetar las advertencias que se le habían lanzado de varias formas y tamaños, porque tenían bien claro que los jueces debían cumplir con la recomendación del Colegio de Árbitros de empezar los partidos en hora.
Ahora bien, este señor juez Líber Prudente se ve que en su muñeca tiene un reloj suizo e infalible, que no adelanta ni atrasa un segundo, porque cuando él abandonaba el campo de juego con la obsesión de hacer respetar el reglamento, los jugadores de Nacional ya estaban en la manga.
Lo increíble es que esa disposición reglamentarista no se cumple bajo ningún concepto a la hora de dirigir los encuentros y los señores del Colegio no hacen mucho hincapié en las reglas de juego, porque de hacerlo capaz que se quedarían sin árbitros. El mismo Prudente no suele ser tan exitoso cuando arbitra y se le pasan por alto, al igual que a muchos otros, infracciones de todo tipo y color.
Es más, si cumplieran con las normas con exactitud suiza, los partidos tendrían cinco o seis penales para cada equipo y quizás tres rojas por conjunto. Pero claro, ahí son saca partidos o dirigen con "carpeta", justo lo que le faltó a Prudente para no activar una bomba en el Parque Central…».
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