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Algunos momentos de humor judío
por Fernando Pintos
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Son muy frecuentes los correos que me envía mi amigo Leo Haim, y lo hace con los más variados temas. Uno de ellos, son los famosos cuentos de Luis Landriscina, por los cuales manifiesta una verdadera pasión. Algunas semanas atrás, fue aquella deliciosa burla gráfica contra el CURCC, una vez que el tal equipo con rayas acababa de sufrir (¡y cómo!) tres vapuleos sucesivos e inclementes a manos del Club Defensor Sporting, actual campeón uruguayo de fútbol. Como recordarán, incluí aquellas deliciosas ilustraciones —en varias, una gorda gallina vestida con la camiseta de ese club que ha copiado los mismos colores que luce la vinchuca— en uno de mis artículos, para regocijo de mis lectores bolsilludos.
Pero resulta que esta misma semana, mi amigo Leo, quien profesa como un buen creyente la fe judía, me ha enviado unos festivos chistes sobre judíos que, por haberme parecido muy buenos, decidí que eran dignos de ser compartidos con ustedes. Léanlos y me dicen si no.
Dos amigos, obviamente judíos, están conversando de la siguiente manera:
—Decime una cosa, Moishe… ¿Será que tu mujer tiene sexo con vos por amor o por interés?
—Verás, Sammy… ¡Yo creo que lo hace por amor!
—Seré curioso. ¿Cómo hiciste para averiguarlo?
—Simplemente, por descarte. Porque lo que sí puedo decirte es que ella nunca ha demostrado ¡ni el más mínimo interés!
Aquejado por cierta nocturna ansiedad, Shlomo se despierta a las cuatro de la madrugada y sacude levemente a su mujer, Berta, mientras la llama con voz tenue:
—¡Berta! ¡Bertita! ¡Bertaleee (esto último dicho con una voz insinuante).
Berta abre un ojo, apenas.
—Pero, ¿qué es lo que querés?
—Quiero hacer el amor… —musita Shlomo, con tono idish en la voz y un inconfundible cantito de cortejo.
—¿Y solo para eso me despertás? ¡Pero si ya sabés donde está todo!
Un diálogo apurado, al pasar:
—¿Acaso sabe usted sabe por qué los judíos tienen los pies planos?
—Yo no. ¿Y usted sabe por qué?
—Por supuesto. Pruebe usted caminar cuarenta años por un desierto y ya verá...
Un hombre está en la mesa de operaciones. Se encuentra a punto de ser operado por su propio hijo, el cirujano. El padre se incorpora sobre un codo y le dice al cirujano:
—Hijo mío. Tendrás que realizar esta intervención quirúrgica sin estar sometido a ningún tipo de presión… Deberás operar con tranquilidad. ¡Y así todo te saldrá de maravillas! En este momento, sólo es necesario que píenses en una cosa: que si algo me llegara a suceder en esta mesa de operaciones… ¡Tu querida madre se mudará para vivir contigo!
En esta breve conversación entre una madre y su hija, se resumen milenios de sufrimientos, migraciones, éxodos, retornos, guerras y otras calamidades por el estilo.
Llena de confusión, la jovencita se queja con su madre:
—¡Ay, mamá! ¡No sé si casarme con el contador o con el militar!
La señora no necesita meditarlo ni cinco segundos. Y contesta:
—Ni lo pienses más, hijita. Te vas a casar con el militar, porque es el hombre ideal. Poné atención a esto: esos tipos saben cocinar, tender la cama y, mejor todavía, son buenos para recibir y cumplir órdenes.
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