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Greenpeace el hambre y el pan duro
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por Ernesto Poblet |
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La insensibilidad de los fanáticos no se detiene ni ante los dilemas de la fuerza mayor. Un viejo refrán proveniente del inventario que registró Cervantes en su sabia literatura nos demuestra un incontrastable aserto: “Cuando hay hambre no hay pan duro…”. Por su parte en el Nuevo Testamento los distintos autores interpretan de Jesús un justo mandato bíblico: “Dad de comer al hambriento y de beber al sediento”.
Corrían esos primeros fatídicos días del año 2002. El presidente Duhalde anunciaba medidas insólitas e inesperadas que sumían en la desesperación, la misería y las carencias a grandes sectores de la población. Brotaron -como hongos en la humedad- los contingentes alarmantes de nuevos y más profundos pobres, desnutridos, cartoneros, expansión de las villas de emergencia y la tragedia colectiva del hambre en grandes sectores, desconocida en la hasta entonces satisfecha población de la pampa húmeda. Sucedía en el mismo país que dio de comer a su debilitada madre patria un medio siglo atrás y abundaba en exportaciones de granos y carnes hacia todos los puntos cardinales del planeta.
En en el peor momento de aquella insólita crisis económica y social del 2002 surgieron valientes los miles de agricultores que experimentaban triunfantes los procedimientos transgénicos produciendo la soja por siembra directa. La iniciativa filantrópica la tomaron un grupo de empresarios de Rosario. Salieron presurosos a convocar donantes de soja para combatir la feroz hambruna que podía diezmar la población. La campaña “Soja Solidaria” obtuvo un rotundo éxito. Los estómagos de doscientas treinta mil personas calmaron sus ansiedades con el oportuno y proteico oleaginoso. Se distribuyeron un millón de kilos del poroto soja directamente a los platos vacíos de los necesitados. Capacitaron a esa gente en la preparación del moderno alimento y sus diversas aplicaciones. Comedores comunitarios y demás instituciones populares participaron en la “complicidad” de aquella gesta humanitaria. Nadie se enfermó ni murió por comer la soja transgénica descripta por ciertos insensatos como la “comida de Frankestein…”. No nacieron chicos deformes ni se cumplieron los amañados presagios, esos que auguraban pésimos agüeros por el alimento genéticamente transformado merced a la inteligencia de determinados científicos humanistas y empresas de investigación. Los años hicieron olvidar la perversidad de una poderosa organización internacional desplegando sus impresionantes potenciales económicos con el fin de solazarse viendo a sus hermanos literalmente muriéndose de hambre. La persecución contra los agricultores salvadores fue despiadada, injusta y canallesca.
El grupo internacional Greenpeace se opuso abiertamente y sin escrúpulos a la campaña “Soja Solidaria” de los caritativos agricultores a través de un infundado, sofisticado informe denominado “Soja Solidaria-Soja Irresponsable”. Libelo plagado de inexactitudes, carente de asidero científico. En su afán descalificante manifestaron los más absurdos improperios contra las organizaciones actuantes y los desarrollos tecnológicos aprobados por entidades internacionales y nacionales idóneas en la materia. Anunció Greenpeace delirantes peligros acerca de la ingesta del noble oleaginoso transformado por el procedimiento transgénico. Han pasado más de diez años de la aprobación final e irrecurrible de la tecnología de la ingeniería genética utilizada y más de cinco años de publicado el libelo de Greenpeace, suficientes lapsos para dar a conocer y desenmascarar públicamente la falacia instaurada, al parecer, con el sólo fin de condenar al horror del hambre a cientos de miles de compatriotas.
Nada de lo vaticinado irresponsablemente por Greenpeace se cumplió. Aún así la organización sigue machacando impunemente sus sofismas y adiestrando militantes ofuscados e histriónicos en causas destructivas y obstruccionistas. Cómo es que no se iniciaron procesos judiciales por la felonía de sabotear nuestras exportaciones de soja transgénica en los puertos europeos de Chioggia (09-05-04) y Pireo (25-05-04) y en el puerto brasileño de Paranaguá (04-05-04), sucesos denunciados en el Proyecto de Declaración del Diputado Luís F. J. Cigogna ante la Cámara de Diputados de la Nación en el mismo año 2004.
Entre los desvaríos “denunciados” por Greenpeace en el libelo citado se encuentra una pintoresca acusación. Como siempre recurriendo a la remanida retórica de aludir a “…monopolios o compañías transnacionales” (¿delito?), que pretenden “…imponer la soja como nueva fuente de proteína” (¿segundo delito?), “…con el objeto de incrementar sus ganancias” (¿tercer delito?). Resulta al menos gracioso que una entidad internacional -con objeto más cercano a una asociación ilícita por sus sabotajes y violencias en mares y territorios- critique y denuncie a sólidas empresas que se dedican a investigaciones científicas elaboradoras de procesos industriales, medicinales, ecológicos y demás funciones de bien público. También se puede calificar generosamente de curioso observar una estructura de finanzas inmensas -que parten de orígenes dudosos y aún sospechosos- alarmarse e incriminar a las organizaciones industriales, científicas o tecnológicas por intentar incrementar sus lícitas ganancias. Deberían investigarse los fondos de Greenpeace y obligar a esta persona jurídica a adoptar la igualdad absoluta con las demás entidades comerciales, pues por su actividad y recursos exhibidos se encuentran muy lejos de su pretendida función ajena a los fines de lucro.
Los productores de soja que juntaron un millón de kilos para matar el hambre de los 230.000 afectados por la crisis no recibieron ni pidieron el menor apoyo de “semilleros transnacionales” como se los acusa. Se limitaron a repartir su propia soja de bolsa blanca sin marca comercial y producida en el país. La misma que logró escapar de las infames, injustas y crueles imputaciones. En su irracionalidad, el grupo perturbador intentó una actividad tendiente a incrementar el hambre sin ni siquiera auxiliar con un trozo de pan duro a las vacías mandíbulas de aquellos menesterosos del año 2002.
Es lamentable que otras organizaciones ambientalistas del país -de reconocida buena fe en sus actitudes y destacada eficacia en sus objetivos en torno a la protección del ambiente- se dejen llevar por los cantos de sirena farsescos de la organización Greenpeace. Al buen criterio de ellas se apela mediante estas denuncias contra los excesos y presiones manejados por la poderosa y “transnacional” entidad.
Fuente: Club del Progreso
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