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Ideas que se encadenan en el tiempo y el espacio
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por Fernando Pintos |
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Gracias a la «magia del cable», he vuelto a ver en días pasados, una vez más «Schindler´s list». Por lo general acostumbro grabar aquellas películas que más me gustan y, después de pasado un tiempo prudencial —a veces muy largo—, las vuelvo a mirar y es en esas especiales ocasiones cuando repito, una y otra vez en el video, esos que a mi juicio son los mejores pasajes. Y si algo siempre me intrigó con respecto a esta cinta, ello ha sido lo siguiente: ¿cómo se las habrá ingeniado, ese sobresaliente cretino que es Steven Spielberg, para concretar tamaña epopeya? En una primera instancia, deberíamos admitir que todo el mundo puede tener un lado bueno, oculto e imprevisible… Puesto que, de otra manera, un oscuro procesador de filmes espaguetis clase B, coloquialmente llamado Joe Tornatore, nunca hubiera cambiado su sobrenombre gringo al muy italiano Giuseppe, para después crear algunas obras tan memorables como «Cinema Paradiso» y «Malena».
Pero volvamos con «Schindler´s list». He aquí al actor irlandés Ralph Fiennes, encarnando con particular maestría un personaje fascinante: el demencial Amon Goeth, comandante del campo de concentración de Plaszow. Que tamaña interpretación hubiera merecido el Oscar de la Academia de Hollywood, queda fuera de duda. Y resta por ver cuánta empatía pudo haber existido entre él y su tortuoso personaje. Pero la existencia real de aquel Amon —quien hizo bastante más daño del que la cinta muestra— me invita a seguir asociando ideas.
Veamos entonces algo verdaderamente sugestivo. En el extenso panteón de las divinidades egipcias, Amon o Amon-Ra (el dios sol) predominaba muy claramente, compartiendo tan privilegiada situación con Osiris (el dios de las fuerzas vegetativas de la naturaleza), y lo hacía desde tres mil años antes de Cristo, es decir: unos cinco milenios en el pasado. Pero, alrededor del año 1375 —hará de ello unos 3,500 años más o menos—, actuando en forma por demás inesperada, el joven faraón Amenhotep (nombre compuesto que significaba «La Voluntad de Amón») protagonizó la primera revolución monoteísta de la historia. Para hacer tal cosa, entronizó como deidad única de Egipto a Atón (el dios sol), cambió su propio nombre por el de Akhenatón (cuyo significado era «La Satisfacción de Atón») y, a partir de aquel momento, persiguió sin descanso al poderoso clero de Amón y a los que servían a las divinidades menores egipcias, que eran muchas por cierto… Con la muerte del faraón Akhenatón, que se produjo entre los años de 1338 a 1336 antes de Cristo, se restableció en su completo esplendor el viejo culto de Amón y todos los rastros, tanto del faraón maldito como de su abominada divinidad única, fueron borrados de la historia oficial. Pese a ello, la llama estaba ya encendida y el monoteísmo comenzaría, desde entonces, una larga evolución, que con el tiempo le llevaría a reinar sobre gran parte del planeta y a erradicar sin clemencia los numerosos cultos politeístas que reinaron desde tiempos inmemoriales.
¿Sería necesario agregar a lo anterior que el pueblo hebreo viviría su esclavitud, en territorio de Egipto, entre los siglos XVI y XIII antes de nuestra era? Fue después de aquel episodio que los judíos salieron del país de los faraones, vagaron por el desierto, reconquistaron la Tierra Prometida y fundaron formalmente la primera gran religión monoteísta que ha conocido la historia. Pero en cuanto tiene que ver con el dios Amón…
Aquel nombre, exhumado en tiempos modernos, sugiere la revancha del antiguo mundo pagano contra el primer pueblo que hizo una alianza duradera con el Dios único. Por supuesto, que el personaje del filme de Spielberg estuvo rematadamente loco, tanto en la realidad como en la pantalla grande. Pero, ¿acaso no era creencia, en ciertas antiguas civilizaciones, que en la locura radicaba una especie de vehículo divino o, en el peor de los casos, el estigma de la posesión diabólica?
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