EL INMORTAL
PARTIDO NACIONAL
Reflexiones exclusivas para blancos
"...Muchos se apresuraron a preguntarme en el momento mismo que transponía las puertas del Cuartel de Trinidad: a qué razones atribuía yo la derrota electoral de mi partido en lo últimos comicios de noviembre. Y en todos los casos he contestado: a mí puede preguntárseme a qué atribuyo la victoria del Partido Colorado. Pero, ¿derrotados nosotros? ¿A quién se le puede ocurrir que el Partido Nacional esté derrotado? Nosotros hemos luchado contra la dictadura desde el mismo día en que se instauró, pero hemos luchado por las libertades públicas desde el mismo día en que se fundó la Patria. Para nosotros éste es un episodio más de la pelea, que por la libertad se pelea siempre porque nunca está definitivamente conquistada. Para nosotros la lucha comienza todos los días de nuevo y por lo tanto, comienza hoy." (Wilson Ferreira Aldunate. Discurso en la explanada municipal de Montevideo, 1º de diciembre de 1984)
Cuando agonizaba el día 31de octubre de 2004, el candidato a la presidencia por el Partido Nacional, el Dr. Jorge Larrañaga asumió con decisión la difícil tarea de comunicarle a sus compañeros de todo el país que, pese al formidable esfuerzo que estuvo a punto de lograr una nueva hazaña cívica de los blancos, procedería a saludar al candidato del Encuentro Progresista por su victoria en los comicios electorales de ese día. La sensación que teníamos los blancos de todo el país era de tristeza y bronca contenida por los exiguos votos que acabaron definiendo una contienda que nuestros adversarios habían asegurado que iban a ganar por “avalancha”, contando con la anuencia “científica” de gurúes, periodistas, politólogos y encuestadores uruguayos y extranjeros. (Todas las encuestas se equivocaron en menos con los votos blancos por un margen superior al técnicamente admisible)
Sin embargo el Partido Nacional obtuvo esa noche una espectacular votación en todo el país que superó absolutamente a todas las previsiones, consolidando un formidable resurgimiento del nacionalismo como fuerza política de primer orden en todo el país. El movimiento que catapultó la fórmula de Larrañaga y Abreu logró renovar política, ideológica y emocionalmente al partido, impactando positivamente en la opinión pública en general y en los blancos en particular. Logró recuperar la mística perdida de la militancia y la juventud nacionalista, consolidó la unidad interna y consiguió ubicar al nacionalismo no sólo como una poderosa fuerza en el tablero político parlamentario, sino también en una inmejorable posición estratégica con vistas a las elecciones municipales del 2005 y especialmente para las nacionales del año 2009.
Pero al frustrarse por un margen muy exiguo de votos el objetivo de ir a una segunda vuelta con el candidato de la izquierda, Larrañaga tuvo que hacer lo que ningún político quiere hacer jamás. Compareció ante la prensa nacional e internacional y con voz calma y tono pausado, agradeció el trabajo de los militantes de todos los sectores partidarios, destacó la gran votación del partido en todo el país y reconoció la victoria del candidato del Encuentro Progresista.
Pero todo eso ya es historia. Apenas el marco necesario para reflexionar en voz alta sobre este, nuestro inmortal Partido Nacional.
Y en ese contexto queremos subrayar la singular importancia del mensaje que Larrañaga nos envió en tan difícil momento a todos los blancos, al hacer referencia explícita a ese tramo del discurso que pronunciara Wilson aquella inolvidable noche de 1984, asumiendo de esa manera la responsabilidad de reverdecer una de las tradiciones más gloriosas del partido, y que ha sido motivo de orgullo de nuestra colectividad política desde los albores mismos de la patria.
Porque el Partido Nacional, a lo largo y a lo ancho de la historia, se ha caracterizado por su increíble capacidad para transformar aciagos reveses militares o contrastes electorales en dignísimas victorias morales y políticas, que con el correr del tiempo acabaron siendo aceptadas como tales por tirios y troyanos, y que han pasado a jalonar no sólo la historia grande partidaria, sino también las mejores páginas de la historia nacional.
De Artigas a Leandro Gómez, de Manuel Oribe a Aparicio Saravia, de Luis Alberto de Herrera a Wilson Ferreira, los referentes históricos de los blancos han sido hombres que tuvieron que forjar su liderazgo y demostrar su estatura moral y política como conductores, en circunstancias duras, difíciles, muchas de ellas angustiosas, y no pocas veces trágicas y fatales.
Desde la derrota del proyecto federal artiguista a la Guerra Grande, del heroísmo del sitio de Paysandú a la tragedia de Masoller, de las dudosas elecciones de 1971 al Pacto del club Naval, el Partido Nacional ha sabido transformar la fatalidad en epopeya, la traición en dignidad, y la conspiración en estímulo inquebrantable para redoblar la lucha por sus principios libertarios y democráticos.
Esa grandeza ante la adversidad, esa capacidad para remontar situaciones capaces de hacer desaparecer colectividades políticas, gobiernos y hasta naciones, ha dejado su impronta grabada en lo más profundo del alma colectiva del partido Nacional, y desde siempre se ha expresado en esa emoción y en ese sentimiento intransferible que ha caracterizado a los blancos desde el fondo de la historia y que es la marca indeleble del partido que fundara hace 168 años el General Manuel Ceferino Oribe.
“El Partido Nacional es un partido desplegado en la escena, es un partido en la calle, en el campo, no es un partido del gabinete, de la cosa armada; es un partido muy pasional. Yo hablo quizás con la desmesura con que habla alguien que está muy entusiasmado con la cosa; me corregirán otros y aceptaré un equilibrio mayor, pero el sentido épico de Uruguay es el partido Nacional, es el único partido que ha generado canciones, poesía, gesta.” Así siente un blanco como el ex senador Juan Martín Posadas a su partido.
Vale también recordar como Maneco Flores Mora, en su lecho de muerte, describía con su pluma magistral de colorado irredento, a ese paradigma del blanco que fue Wilson: "También mi compadre Wilson me hace el honor de visitarme (...) Tiene algo de ventarrón espiritual, de ráfaga que ha elegido el exacto lugar al que se dirige".(...) "Ahora, mientras habla al pie de mi cama... siento el poder que ninguna circunstancia formal otorga. Fuera de toda lista, separado de todo cargo, vetado hasta hace pocos días para cualquier magistratura y hasta para el ejercicio del sufragio, lo que tengo aquí a mi lado es al Partido Blanco. Este hombre se sienta en el sillón invisible de Oribe".
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Pero esa forma pasional de sentir la política de los blancos, que a menudo ha sido tratada en forma peyorativa es, paradojalmente, una de las explicaciones más racionales de la existencia y de la vigencia de un partido que ha tenido que subsistir más de 130 años a la intemperie del gobierno y del poder, como reflexionaba hace pocos días el Dr. Javier García. El recientemente electo diputado nos decía que esa sensibilidad emotiva tan propia de los blancos es absolutamente clave para entender no sólo la vigencia temporal del Partido Nacional, sino también esa capacidad milagrosa que tradicionalmente han tenido los nacionalistas para remontar las situaciones políticas más difíciles con las banderas desplegadas, con la dignidad intacta y con esa mezcla de alegría y bronca del que se sabe moralmente triunfador ante su conciencia y el juicio de la historia.
El Partido Nacional ha emergido de estas elecciones como una fuerza política unida y coherente, que ha crecido extraordinariamente en todo el país, que ha obtenido la bancada de legisladores más joven y renovadora del Parlamento, y que cuenta con un conductor que parece haber encontrado, con baquía de veterano, la huella ancestral, dura y escarpada, pero cargada de gloria, que abrieron a golpe de coraje republicano los forjadores del partido de la Nación.
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Y es por eso que, mientras evocaba las palabras del inolvidable caudillo de Por la Patria, buscando encender la llama sagrada de la tradicional rebeldía espiritual de los blancos, Jorge Larrañaga tuvo su iniciación, su bautismo de fuego como capitán de tormentas y comenzó, por mérito propio, a transitar aquella huella que trazaron los jefes inmortales del Partido Blanco, aquellos hombres que en medio de la borrasca y de la desventura, siempre supieron encontrar la forma de insuflar en el alma de sus compañeros, la alegría militante y el coraje necesario para transformar el anochecer de una jornada aciaga, en el amanecer de una nueva gesta de gloria del inmortal Partido Nacional.
El desafío es enorme para el sanducero, pero dos siglos de la mejor historia nacional lo respaldan y lo convocan.
Que así sea.
Montevideo, noviembre de 2004