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Las prisas de Chávez por la reelección
por Carlos Malamud
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Hoy se cumple el primer aniversario de la derrota de Hugo Chávez en el referéndum para reformar la Constitución de Venezuela. Con esta medida, el presidente venezolano pretendía, entre otras tantas cosas, garantizarse la reelección presidencial indefinida. Esta fecha no viene sola, ya que la semana anterior se produjeron las elecciones locales y regionales, con resultados para todos los gustos, aunque con un avance cualitativo importante de la oposición. También, este último fin de semana el presidente hizo unas polémicas declaraciones para impulsar cuatro enmiendas constitucionales parciales.
Con todas ellas se pretende reforzar el objetivo máximo, la construcción del socialismo del siglo XXI, a partir de una premisa básica y que nadie discute: el proyecto sólo es posible con el concurso del líder máximo, del caudillo de poder casi absoluto y de sabiduría ilimitada. Con ellas, también, se busca eludir las restricciones impuestas por la propia Constitución chavista vigente, que impide dos proyectos de reforma en la misma legislatura.
Buena parte de la oposición venezolana suele insistir en el intento de Chávez de emular el proceso cubano, especialmente en lo referente a la difusión de lo que ellos llaman el comunismo en su versión bolivariana. En realidad, el proyecto caciquil de Chávez es casi tan antiguo como la mayor parte de los procesos estatistas de la región y su principal preocupación es dotar al estado, manejado por el propio Chávez, de los máximos recursos, ya que los máximos poderes estarían acumulados en su persona y en sus seguidores más leales. En lo que sí Chávez es un fiel seguidor de las enseñanzas castristas es en el predominio del líder máximo. No en vano la Revolución Cubana cumplirá 50 años el próximo enero y todavía no hemos asistido al recambio generacional en la cúpula de su dirigencia.
La cuestión de fondo es por qué Chávez tiene tanta prisa para lanzar su propuesta reformista. Aquí encontramos dos razones principales, entrelazadas entre sí. Por un lado, la idea del fin de fiesta, un acontecimiento que de concretarse puede disminuir el amplio apoyo popular del que aún se beneficia el presidente. El descenso del precio del petróleo por debajo de los 50 dólares barril, nivel en que actualmente se encuentra la cesta de referencia del crudo venezolano, es una amenaza potente contra los proyectos bolivarianos. El exorbitante nivel de gasto público de la última campaña resulta insostenible en la actual coyuntura, por más que el gobierno cuente con multimillonarias reservas de divisas, como efectivamente ocurre.
Por el otro, los resultados de las elecciones del pasado noviembre, que si bien dieron el triunfo a Chávez, fue un triunfo muy matizado, tanto que debió explicarlo por más de dos horas ante los corresponsales extranjeros. El resultado electoral permitió comprobar que Chávez ganó en voto popular y que arrasó en el número absoluto de estados y municipios conquistados. Sin embargo, la oposición se hizo con enclaves estratégicos y de un alto valor simbólico, como los estados de Miranda y Zulia y la Alcaldía Mayor de Caracas, así como los municipios de Sucre y Maracaibo. De estos comicios se pueden extraer otras dos conclusiones importantes con repercusiones de peso para el futuro: primero, buena parte de la población urbana votó contra Chávez, que sí mantiene el control de la población más ruralizada, y, segundo, también le dieron la espalda a Chávez importantes núcleos de votantes de los sectores más pobres, como fue el caso del Petare.
De continuar la actual coyuntura, con bajos precios del petróleo, es posible que la desafección de los grupos populares aumente, y más cuando algunos de los problemas que más afectan a su vida cotidiana, como el de la seguridad pública, siguen sin resolverse. Uno de los errores estratégicos más graves de Chávez ha sido el de considerar que la seguridad es una amenaza que sólo afecta a la oligarquía y a los pitiyankys, cuando en realidad a quien más golpea es a los grupos de menos recursos.
Por eso las prisas de Chávez, por eso sus andanadas brutales contra la oposición, a la que vuelve a acusar de golpismo y de fascismo, aunque aún no hayan tenido tiempo para comenzar a gobernar. Su temor, su gran temor es que el pueblo lo abandone nuevamente, como ocurrió en diciembre de 2007. Dada su creciente desconfianza a lo que pueda hacer la Fuerza Armada Nacional (FAN), incrementada tras el abandono del general Raúl Baduel, otra de las enmiendas constitucionales que quiere implementar es la de la formación de las milicias, grupos que actualmente se mueven en una ilegalidad tolerada, y que de acuerdo a su concepción deberían ser un reaseguro para el régimen al estar bajo su mando directo.
La última elección fue planteada por Chávez como un plebiscito y la ganó. Pero en los términos en que se planteó la apuesta sólo estaba en juego la continuidad de un gobierno que, por ley, tiene asignado un límite temporal muy concreto: 2013. Sin embargo, cuando hubo que votar para prolongar su mandato el resultado fue muy distinto.
De ahí también el intento gubernamental de vaciar de contenido a las jurisdicciones en manos opositoras. Se las quiere vaciar de contenido legal y de margen de actuación, poniendo funcionarios nombrados a dedo por el presidente por encima de los cargos electos, y de capacidad de gestión, limitando al máximo la transferencia de recursos fiscales a los entes subestatales que el régimen no controla. Se trata de un serio golpe contra la descentralización del poder en Venezuela, a la vez que un intento, otro más, de desarbolar a la oposición.
Chávez ha movido ficha. Ahora le toca a la oposición. Si bien ésta solucionó muchos problemas internos para acudir a la última cita electoral, todavía quedan tareas pendientes, especialmente a la hora de disciplinar a los más díscolos liderazgos locales. Pese a las provocaciones del régimen, que son constantes y cada vez más brutales, la apuesta por la legalidad debe ser la norma, ya que de otro modo se entrará en el terreno escogido por Chávez para ganar la batalla y la guerra: un campo de juego enfangado y con un arbitro casero.
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