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Año V Nro. 316 - Uruguay, 12 de diciembre del 2008   
 

 
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Cinco paradojas derivadas de la crisis
por Carlos Alberto Montaner
 
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         La primera paradoja es casi asombrosa: el culpable se ha convertido en el héroe. Estados Unidos, país causante de la mayor crisis financiera planetaria de los últimos cincuenta años, es la única economía en la que confían en el resto del mundo. El euro, el yen, el franco suizo, la libra esterlina se devalúan rápidamente con relación al dólar. Todos saben que la catástrofe se inició con la truculenta ingeniería financiera norteamericana de las hipotecas subprime --unas oscuras operaciones que bordeaban el fraude--, pero mientras más se ahonda el desastre, más crece la convicción de que la economía de Estados Unidos es la mejor preparada para capear el temporal.

         Segunda. Estados Unidos está sorteando la crisis mediante el expediente, bastante discutible, de imprimir billones de dólares (trillions en inglés) para inyectar liquidez a la economía. Supuestamente, es dinero que la sociedad norteamericana, mediante su gobierno, les presta a las empresas financieras para que, a su vez, continúen prestando, pese a que el gran problema se originó en el endeudamiento irresponsable y en la falta crónica de ahorro. Con esta medida, el país retarda el ajuste en lugar de acelerarlo, distorsiona la competencia, y elimina el factor riesgo en las transacciones comerciales, con lo que adultera totalmente la esencia de la economía de mercado. ¿Para qué comportarse prudentemente si el papá Estado vendrá a rescatarnos? Por otra parte, esa inmensa masa de dinero nuevo, que no responde a un aumento de la producción o de la productividad, inevitablemente se convertirá en inflación o se utilizará para mantener los precios artificialmente altos.

         Tercera. El éxito mata. No hay nada más peligroso que las conquistas sociales en épocas de crisis. Cuando las prestaciones y los salarios son muy elevados y se han convertido en derechos adquiridos, las empresas no pueden sobrevivir a las crisis. Es lo que les sucede a los fabricantes norteamericanos de autos. No mueren (o agonizan) porque fabrican peores automóviles que los japoneses o los alemanes --aunque haya algo de eso, según se quejan los usuarios--, sino porque carecen de flexibilidad para adaptarse a los periodos de contracción económica. Hasta que los sindicatos no entiendan que la economía de mercado es como una especie de acordeón, que a veces se expande y a veces se contrae de acuerdo con miles de factores imponderables que escapan a cualquier cálculo o planeación, los trabajadores van a resultar perjudicados cada vez que llegue una época de vacas flacas.

         Cuarta. Los expertos son casi inútiles. Hay que acabar de admitir que la economía no es una ciencia que se rige por las matemáticas, sino una actividad guiada por las cambiantes percepciones psicológicas, como sostiene Ludwig von Mises en La acción humana. De donde se deduce que las opiniones de los expertos siempre hay que tomarlas con mucho cuidado. Las famosas ''burbujas'', causantes de los grandes descalabros, son todas parecidas: un número creciente de personas se entusiasma con la posibilidad de obtener grandes ganancias en una actividad (internet, bienes raíces, simples préstamos), lo que funciona bien durante un tiempo, hasta que comienzan a desaparecer los inversionistas, a veces por simples sospechas, y, bajo el estímulo del miedo, se produce el colapso en cascada. (La burbuja es siempre una variante más o menos honorable de la ''pirámide'', también llamada ''fraude Ponzi''. Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que a principios del siglo XX organizó en Estados Unidos una ''pirámide'' basándose en la diferencia de precio entre el valor de los sellos postales internacionales adquiridos en Europa y redimidos en Estados Unidos. Acabó en la cárcel, naturalmente).

         Quinta. La reducción del precio del petróleo es, al mismo tiempo, una maldición. La única manera de que las fuentes alternas de energía sean rentables (el viento, el sol, el etanol, las plantas atómicas) es si el barril de petróleo resulta muy caro, especialmente mientras no se le impute al oro negro el inmenso costo militar que implica mantener una presencia occidental en el Medio Oriente, o la destrucción de capital que provocan las subidas estrepitosas del precio del barril de crudo, como ha sucedido varias veces. Desde la época de Nixon, los siete presidentes que han pasado por la Casa Blanca han incumplido su promesa de eliminar la dependencia del petróleo importado. Me temo que al señor Obama le sucederá lo mismo si los costos se mantienen bajos.

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