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Año V Nro. 316 - Uruguay, 12 de diciembre del 2008   
 

 
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Fernando Pintos

Una explicación estúpida sobre la crisis: incidencia de los mercados «hormonales»
por Fernando Pintos

 
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         La crisis que está atravesando la economía mundial desde los primeros meses de 2008, ha provocado inquietud en todo el planeta. No es extraño, entonces, que en los distintos medios de comunicación «serios» o convencionales del Primer Mundo se estén barajando, a estas alturas, las más ingeniosas —si bien muchas veces estrambóticas— explicaciones al respecto. Tomemos como ejemplo de ello, un ensayo de Judith H. Dobrzynski que fue publicado en «The New York Times», suplemento del matutino «Prensa Libre» de Guatemala, el pasado domingo 23 de noviembre de 2008 (páginas 1 y 3). Después de leerlo con atención, para la mayoría de mis lectores resultará a todas luces evidente que esta explicación de la crisis en la economía global bordea, vertiginosamente, la frontera del disparate. Y vean (más bien: lean), para ver si exagero un ápice:

«…¿El mercado seguirá cayendo eternamente? Durante meses lo gobernantes del mundo entero probaron con rescates, reducciones de tasas de interés y todo lo que se les ocurrió para sacar a los mercados globales de una depresión que se agrava.  Una vez cada tanto los mercados suben, pero sólo para volver a caer.  Nada parece funcionar mucho tiempo. Tal vez haya un motivo del que nadie se haya percatado: las hormonas. Si una investigación que se publicó este año está en lo cierto, los operadores se convirtieron en prisioneros de su sistema endocrino: testosterona, elíxir de la agresividad masculina, durante un mercado alcista; cortisona, un esteroide que ayuda al organismo a manejar el estrés, cuando sobreviene el miedo. El estudio sugiere que las hormonas podrían explicar por qué los hombres que rigen los mercados globales los hacen subir cuando ganan y bajar cuando sienten temor.
Un estratega de inversión intuyó la situación cuando declaró hace poco a The New York Times: “Normalmente los mercados se mueven a impulsos del miedo y la codicia. Ahora hay miedo y más miedo”. En otras palabras, en lugar de un ritmo que alterna testosterona y cortisona, desde hace semanas no hay más que cortisona. En realidad en el medio hubo otro paso: codicia y más codicia, el período de la burbuja. Eso pasó cuando los operadores ganaron mucho dinero, lo que les hizo generar testosterona adicional, sentirse ultraseguros, y correr cada vez más riesgos, lo que terminó por estallar.
Ahora la presencia de la cortisona les hace sentir un miedo irracional y los lleva a mostrarse negativos y a no correr riesgos.
John M. Coates, un ex operador y actual investigador de neurociencia y finanzas en la Universidad de Cambridge, y Joseph Herbert, lo explican en el estudio que se publicó en Proceedings of the National Academy of Sciences. Midieron los niveles de esteroides de los operadores de la city londinense y demostraron que, durante los momentos de auge del mercado, los operadores exitosos experimentaban la influencia de una retroalimentación positiva impulsada por mayores niveles de testosterona.
Es similar, dice el Dr. Coates, al “efecto del ganador” entre los atletas varones, en los cuales las sucesivas victorias llevan la testosterona a niveles cada vez más altos y dan una ventaja al ganador hasta que éste empieza a evaluar mal el riesgo y correr riesgos innecesarios.  “La testosterona no crea burbujas, pero las exagera”, señala el Dr. Coates. “Es posible que las burbujas sean un fenómeno masculino”.
De forma similar, cuando los mercados caen los operadores se sienten dominados por la incertidumbre y la volatilidad y producen mucha cortisona.  Caen en retroalimentación negativa que los convierte en víctimas del miedo en lugar de en pensadores analíticos.
Ahora prolongan la caída del mercado y hunden la economía.
En momentos en que los mercados oscilan de forma drástica de un día para otro, los operadores se transformaron en un campo de batalla de hormonas en conflicto.
Si bien el Dr. Coates no lo estudió —aún—, dice que “es posible” que la competitividad alimentada por la testosterona hasta pueda haber impulsado a banqueros a ser cada vez más creativos en lo que respecta a crear los arriesgados títulos complejos pensados  para proporcionar más apalancamiento y réditos. Fueron tan creativos que pocas personas entendieron los riesgos que corrían. Pero Jonathan D. Cohen, director del programa de neurociencia de la Universidad de Princeton en Nueva Jersey, duda. “Es curioso, pero una correlación no equivale a una causa”, dice. “Es lo primero que aprendemos en ciencia.”
De todos modos, el Dr. Bruce McEwen, director del laboratorio de neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller en Nueva York, señala que  “es emocionante”. “Quién sabe”, dice, “qué otras hormonas participan.  Es mucho lo que no sabemos”.
El Dr. McEwen sostiene que es prematuro hacer recomendaciones a los gobernantes.  El Dr. Coates, sin embargo, no coincide.  La cuestión le recordó un titular del Financial Times: “Las mujeres islandesas ponen orden en el caos de los hombres”.  El artículo informaba que Islandia había recurrido a dos mujeres para la dirección de los bancos nacionalizados durante el paso del país por la quiebra.
Las mujeres, explica el Dr. Coates, tienen sólo un 10 por ciento de la testosterona que los hombres, por lo que ésta no les nubla el juicio.
Agrega que también sospecha que es menos probable que las mujeres produzcan exceso de cortisona. Por eso recomienda contratar “más mujeres y hombres mayores en las bolsas “. “Esto explica por qué los derrumbes están más allá del control de los bancos centrales”, afirma el Dr. Coates, quien agrega que debería admitirse que los operadores varones no responden de manera racional a sus señales de precios…».

         Vamos a ver, ahora, si alguien entiende algunas de las razones para esta crisis que está carcomiendo los cimientos económicos y financieros no sólo del Primer Mundo, sino del planeta entero. En primer término, una simple pregunta: ¿qué demonios es una bolsa? La respuesta es todavía más sencilla si cabe: cualquier bolsa es un emporio de especuladores voraces. Algo así como esas financieras fantasmas que, cada dos por tres, se aparecen en diferentes países, prometen el oro y el moro a miles de ingenuos, avariciosos y desprevenidos, para luego desaparecer, dejando en la ruina a casi todos quienes en ellas invirtieron. Las bolsas son centros de especulación y nidos de sinvergüenzas… Ahora, por ejemplo, todo el mundo se llena la boca con las impresionantes pérdidas financieras que sufrió una verdadera legión de inversionistas que apostaron a la suba del petróleo. Pensaron que, para finales de 2008, el barril sobrepasaría los US$200. Las subas, incesantes, parecían darles razón. Y más todavía: los analistas económicos se llenaban la boca vaticinando el místico, religioso cruce del barril por la barrera de los 200 dólares… Pero sucedió al revés. Llegamos a mediados de diciembre con un barril de crudo por debajo de los US$50… Y ahora se dice que, por ello, a los inversionistas «se les esfumaron miles de millones de dólares»… ¿Esfumados? ¿Pero qué están diciendo? ¿Desde cuándo, el dinero real «se esfuma» sin dejar rastros? ¡Puras pamplinas de una caterva de descarados! Esos miles de millones están ahora en los hipotéticos bolsillos de una partida de vivillos, oportunistas y especuladores. En una palabra: pasó de las manos de los idiotas y crédulos, a las de los que manejan a su antojo las alzas y bajas de los productos mundiales.

         Por supuesto, que los especuladores y delincuentes de guante blanco que manejan las grandes bolsas del mundo y con ello se las arreglan para desvalijar a infinidad de crédulos, es apenas una de las muchas facetas de esa gran problemática global  que nos llevó hacia la crisis. Tenemos, por ejemplo, a toda esa caterva de mafiosillos corporativos que se las ingenió, de dos décadas a esta parte, para secuestrar los altos círculos económicos y financieros del Primer Mundo. Un verdadero ejército de pirañas, que se ha dedicado a saquear las más grandes empresas a placer y sin piedad. Presidentes de corporaciones que, en cuatro o cinco años de «trabajo», llegaban a ganar cientos de millones de dólares. Véase, por ejemplo, el caso de un tal Richard Fuld, un consejero del banco de inversiones «Lehman Brothers» (el primero en quebrar escandalosamente este año): su salario rondó los US$40 millones en 2007. Pero, entre 1993 y 2007, obtuvo compensaciones por ¡US$490 millones! Y no sólo eso: una vez quebrado el banco —obviamente con su ayuda—, recibió una indemnización de US$22 millones, según la revista «Forbes». Otra fichita por el estilo del anterior fue el afroamericano Stanley O’Neal, cuyas ganancias durante 2007 en «Merrill Lynch» sobrepasaron los US$100 millones. Pero cuando estalló la crisis para este banco, a finales de 2007, la salida del personaje se hizo con una compensación de US$161 millones. Todos estos «altos ejecutivos» de Wall Street se han aferrado, y lo seguirán haciendo, a unos contratos blindados que se aplican, siempre para su beneficio, tanto en los momentos de mayores ganancias, como en medio de las catástrofes económicas más profundas. Entiéndase ahora una cosa: 1º) el trabajo de absolutamente nadie vale, ni por lejos, esas cifras astronómicas; 2º) no existe, en el mundo, empresa del tamaño suficiente como para soportar esa clase de robos a mano armada (aunque sea con manos enfundadas en guantes blancos); 3º) las grandes corporaciones mundiales han caído en la arena movediza de esas prácticas perversas, y con ello han estado sembrando con malévola generosidad las semillas para una crisis que podría llevar esta civilización que conocemos a un colapso cuyas manifestaciones y consecuencias son difíciles de imaginar.

         O sea: que las hormonas no tienen nada que ver con la crisis. La inmoralidad, la especulación desenfrenada y el robo descarado, ésos sí que lo tienen… ¡Y de qué maneras!

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