Política y liberalismo: dos términos antagónicos
por José Antonio Fontana
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Uruguay lleva más de cien años aplicando el socialismo. Cuando hace cinco años, un grupito de idealistas nos reuníamos para formar el Partido Liberal, las ilusiones galopaban al ritmo incierto de la esperanza. Dada nuestra ingenuidad política, la audaz quijotada nos llenaba de sano orgullo y alegría.
Una información de prensa, hacía mención en estos días a declaraciones de los dos precandidatos a la presidencia por el Partido Nacional, único partido de oposición con posibilidades de derrotar al partido socialista en el gobierno, en los comicios que se realizarán este año. Jorge Larrañaga de tendencia socialdemócrata, que apoyó la reforma constitucional que estatizara el agua en 2004 y Luis Alberto Lacalle, considerado liberal, anunciaban los nombres de quienes integrarían los equipos económicos de sus eventuales gobiernos.
Uruguay lleva más de cien años aplicando el socialismo. Desde la llegada del batllismo al poder a través de su fundador en 1903, todos los gobiernos hasta hoy, incluyendo al período militar (1973-1985), han mostrado una clara tendencia a dar continuidad al estilo populista de José Batlle y Ordóñez. El advenimiento del neobatllismo en la segunda mitad del siglo pasado, agregó un elemento más al cocktail político autóctono, insertando un mercantilismo descarado que utilizó el poder como medio para favorecer amigos y diversos intereses corporativos. Ambos vicios perduran hasta nuestros días.
Tan solo caben dos claras excepciones a esa regla, identificadas con igual número de liberales seguidores de Hayek, participando activamente en el gobierno: Alejandro Végh Villegas, ministro de economía (1974-1976) bajo la presidencia de Juan María Bordaberry y Ramón Díaz, presidente del Banco Central (1990-1993) durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle. Ambos renunciaron a sus cargos por discrepancias con la conducción política de sus empleadores, razones que ahora no viene al caso analizar. Cabe destacar que Díaz, amigo personal de Milton Friedman y expresidente de la Mont Pelerin Society, aportó al gobierno de Lacalle buena parte de la fama de libertario que aún conserva.
Cuando hace cinco años, un grupito de idealistas nos reuníamos para formar el Partido Liberal, las ilusiones galopaban al ritmo incierto de la esperanza.
Dada nuestra ingenuidad política, la audaz quijotada nos llenaba de sano orgullo y alegría.
Poco tiempo después y embarcados en la aventura de una elección interna, la candidez de varios se esfumó y por primera vez afloraron profundas diferencias de criterio en cuanto a la forma de canalizar nuestras inquietudes. Ese proceso afectó la unidad, y confundió los objetivos. Al tiempo que nos íbamos “politizando”, Locke y Rousseau contrastaban su eterna rivalidad “liberal” a través de nosotros.
Y es que en esa asociación política, coincidieron diversas corrientes del pensamiento liberal.
En Uruguay votar es obligatorio. Por ley, todos los partidos con representación parlamentaria se ponen de acuerdo para que el estado entregue una suma por voto (en el 2004 fueron unos 7 dólares) con la finalidad de financiar las campañas electorales de la elección nacional. Es fácil imaginar que un partido que comienza y no pesa en las encuestas, no tiene forma de competir con aquellos que aspiran a obtener grandes porciones de la torta electoral.
Perdida la batalla y dispersos, cada quien siguió su camino. De aquellos combatientes por las ideas, reunidos por un instante en la historia del país, algunos se han mimetizado con la demagogia de los partidos de siempre e integran los listados de adherentes a candidatos con posibilidades. Hubo quienes en estos años se radicaron en el exterior. Otros lo pensaron mejor, y entendieron que en un país altamente politizado como el nuestro, no es fácil desarrollar una profesión o empresa sin parecer amigo del poder; esos, arrepentidos, esperan ansiosamente que transcurra el tiempo, con la esperanza de que nadie los recuerde en el futuro asociados con aquella utopía.
A pesar de eso, la aparición en la noticia mencionada, de los nombres de dos integrantes del actual directorio del Partido Liberal designado por la Convención, nos sorprende. Acérrimos opositores a la candidatura de Ramón Díaz en aquella interna partidaria, figuran ahora entre los asesores económicos de Lacalle, y eso debería alertarnos ante estos renovados cantos de sirenas.
Al parecer política y liberalismo son términos antagónicos; ¿dónde encajan entonces los verdaderos libertarios?
Mientras meditábamos sobre esta interrogante, y tal vez por azar, supimos de los mensajes anónimos depositados sobre la tumba de Borges en Ginebra, que pretenden cruzar la frontera que separa nuestro mundo del infinito. En ese contexto y en las antípodas de la política partidaria, alguien de nombre Luciana, nos legó la siguiente frase: "La patria es ahora todas las palabras, todos los árboles que me dieron su sombra, todos los libros que he leído para mi bien...cuánta razón tenía, maestro".
Los que creemos que la libertad política es un simple adorno si no existe verdadera libertad económica. Que el individuo debe ser priorizado y defendido de lo colectivo. Que el Derecho Natural, el que nos viene de la Razón Universal, debe prevalecer ante el avasallante autoritarismo del derecho positivo, ese que construyen a su antojo los políticos a contrapelo del sentido común y se convierte en ley al amparo de las mayorías. Que democracia sin todo lo anterior es tan sólo una palabra hueca, sentimos que gane quien gane, políticamente, una vez más, no estaremos representados.
Patria, ideales, libertad; palabras vanas, sentimientos sublimes.
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Fuente: Diario de América |
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