Año III - Nº 130 - Uruguay, 13 de mayo del 2005

 

 

 

 
Noticias de Baños y Playas
Recopilación de Alvaro Kröger
Sobre un texto de José María Fernández Saldaña

 

hora que los que mandan en el Municipio de la capital (nota escrita en la década del '40) parecen esmerarse por tratar a contrapelo todo lo atinente a mejoras y servicios de los playas balnearias, me ha parecido tiempo oportuno para bocetear una breve crónica retrospectiva, espigando entre las noticias sueltas halladas al azar de otras labores de investigación.

Amigo de que, a ser posible, se enrede en mis narraciones - prestándoles mayor atractivo - un pedazo de recuerdo personal o algo que todavía se suele mentar en las conversaciones de la casa por el padre, la madre, o una tía vieja, mis memorias ante el tema me excluyen, esta vez, en absoluto.

Salteño yo - y en buena hora lo diga - conocí este medio mar montevideano, cuando tenía 15 años , en un viaje de vacaciones en enero de 1894.

De este modo, en lo que dice a la lejana y primera impresión propia, fuera más viva y más colorida si me llamaran a hablar de los baños del Salto Chico y del Astillero, en aquellas torrentosas y límpidas aguas del Uruguay, más dulces aún que la dulzura con que las recuerdo.....

Si todavía en 1894 podía decirse que toda la costa del mar era costa de baño, las playas de Ramírez y de Pocitos destacaban ya sobre la arena del bosque de largas estacas sobre las cuales alzábanse muelles, kioscos, casillas y pasarelas.

Y pequeños conjuntos lacustres semejantes emergían por la Aguada y por el lado Sur.
La construcción voladiza había sustituido a las que se estilaban cuando se pensó en habilitar el histórico y remoto "Baño de los Padres" y muchos años después, la plataforma del "gallinero" de Gounouillou.

De aquel baño, primer sitio balneario nominado que se conozca, dice Isidoro de María en Montevideo antiguo:
"Donde existe el Mercado del Puerto en la actualidad, era la costa del mar que se llamaba el Baño de los Padres, sin que por ello fuese exclusivo para las Reverendos del convento cercano de San Francisco.

En la muralla de esa parte que enfrentaba a la guardia de la batería de San Juan, había una abertura que daba al mar. Una pared de piedra alzada entre ella y la costa servía de parapeto para encubrir a los bañistas por decencia.

Era el sitio preciso para bañarse los religiosos franciscanos que, en traje de Adán, como los demás bañistas, con excepción de las mujeres, se daban su baño".

Yendo por cuenta y responsabilidad del poco aprensivo don Isidoro eso del nudismo absoluto de los reverendos de San Francisco y sus coetáneos, yo me atrevo a creer que de esos años para acá debió usarse algún familiar calzón de lienzo, faja o especie cualquiera de taparrabo, pues no es presumible que el traje de Adán no hubiese sido proscripto hasta la época en que aparecieron en uso los calzoncillos "ad-hoc", que según una de mis notas apareció en el verano de 1861-62.

Fue por esos años más o menos que se construyeron en la costa sur de la ciudad vieja los baños de Bastos que importaban un gran adelanto con el fondo enlozado que igualaba el piso y el murete que defendía a los bañistas inexpertos al quebrar la ola.

Las pequeñas playitas del Sur estaban habilitadas sea para baño de hombres o de mujeres y los vecinos cuyas fincas daban al mar acostumbraban a alquilar a los bañistas elementales casillas de tablas para desvestirse y guardar las ropas, al precio - hoy inverosímil - de dos centésimos.

Naturalmente que hablando de la costa Sur se habla de una costa que no es desde luego la actual ceñida por los paredones de la Rambla, ni siquiera tampoco los que conocieron los montevideanos de mi tiempo.

El mar llegaba hasta la calle Bartolomé Mitre y Juan Carlos Gómez, separando con una playa la calle Maldonado y la denominada Santa Teresa que hoy es Recinto.

Frente se extendía un macizo de piedras cortado por el profundo tajo que se llamaba la Canaleta, sitio difícil y traidor, señalados por fierros clavados de distancia en distancia y que sostenían unas cuerdas.

Después, al construirse la primitiva muralla que corrió de la calle Ciudadela al Cubo del Sur, se plantaron sobre estacas las casillas de los baños de Aurquía puerta Nº 1 de la calle Maldonado, y cuyo frontón, último resto, se derrumbó, si mal no recuerdo, en el famoso temporal de julio.

La distancia de la ciudad y lo deficiente de los medios de transporte de la época impedían utilizar las verdaderas playas semi-lunedas de Ramírez y la más remota aún de Pocitos.

Sólo se llegó a ellas en demorado avance, previa conquista de otras inferiores y menores, como, por ejemplo, la playa de Patricio.

Playa de Patricio, nótese bien y no Playa de los Patricios como ridícula y aristocráticamente han dado en llamarla algunos en los últimos tiempos y después de cegada.

Como que el nombre le venía de un pardo que se llamaba Patricio y era el encargado de las casillas y no de que tal playita fuera el baño habital v.gr. de Don Joaquín Suárez, el Dr. Francisco Solano Antuña u otros personajes de igual fuste.......
La población, compenetrada de la superioridad de la playa Ramírez - cuyo nombre se le dió por el antiguo saladero así denominado que había cerca de la costa a la altura de la calle Tacuarembó - pedía un medio de locomoción adecuado y barato.

"Un ómnibus a 6 vintenes que llevase a la gente a cualquier hora" era la modesta ambición de un gacetillero metropolitano del tiempo de Berro.

Y el mismo encargábase de proclamar las bondades de la playa "donde la gente no se anduviera lastimando los pies en las piedras y en los vidrios de los baños de la ciudad".

De Pocitos decía un diario de 1879:
"BAÑO DE LOS POCITOS.- Este pintoresco sitio estuvo anteayer (domingo 26 de enero) extremadamente concurrido.
Numerosos bañistas se sumergían con delicia en las puras y frescas aguas después de esa higiénica operación se refugiaron bajo carpas para fortalecer el estómago con mate o asado".

Era todavía la playa salvaje con el sólo poderoso atractivo de sus propios encantos.

La conquista oficial para la civilización, o sea la inauguración del Establecimiento Balneario demoró 3 años más.

Tuvo lugar el 3 de diciembre de 1882 - sin esperar, como se ve, a que las aguas fuesen bendecidas en día que los viejos, según se refiere, llamaban de la Pura y Limpia.

Constaba el nuevo Balneario de 68 casillas de señoras, 3 depósitos de agua y 3 casillas de lluvia, siendo gemelo el departamento de hombres.

Al bajar del tren - que entraba dando aquel larguísimo rodeo por la calle Rivera - a la izquierda había 4 galerías cubiertas de caña de Castilla y ramas para tomar aire al amparo del sol.

El restaurante corría a cargo de Manuel Leda, antiguo y conocido mozo de la Confitería Oriental.

No faltaba nada: iluminación con gas pneumático (64 picos) y teléfono.