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Año IV - Nº 242
Uruguay, 13 de julio del 2007
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Cuatro Errores del Votante
Y de muchos intelectuales

por Eduardo García Gaspar
 
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            Son cuatro los sesgos que posee el votante. Está equivocado en cuatro campos.

  • Tiende a creer más en la intervención gubernamental que en los mercados libres.
  • A creer que las relaciones comerciales con el exterior dañan su economía.
  • A pensar que se deben crear empleos más que a pensar en facilitar la producción.
  • Y a creer que las condiciones han empeorado.

            Y así vota, por tanto, de manera irracional. Esta es la tesis de un libro reciente, titulado El Mito del Votante Racional, de Bryan Capland, de la George Mason University. Se refiere al votante de los EEUU obviamente, pero su tesis puede ser universal. Me imagino que en América Latina una encuesta revelaría sesgos similares con las mismas opiniones de grandes segmentos de la población.

            Es cierto que a mayor educación esos errores tienden a disminuir y el votante coincide más con el consenso de los expertos. Si esto es cierto, entonces se presenta un problema potencial al menos: las políticas públicas incorrectas recibirán apoyo sustancial de los votantes y eso empeoraría la situación en caso de ser aplicadas. Los países se cerrarían, la burocracia crecería y la ineficiencia aumentaría. Eso es si los gobiernos aplicaran esas políticas basadas en errores de opinión del votante.

            Que una buena cantidad de votantes tenga opiniones erróneas no necesariamente significa que los gobiernos las sigan y respeten... a menos que los gobernantes mismos sostengan esas mismas opiniones erróneas, como en el caso muy claro de Venezuela. Es decir, la opinión de las personas, así sea mayoritaria, no necesariamente se convierte en política pública. Depende del gobierno, su estructura y la preparación de los gobernantes.

            Pero, para ser elegidos, los gobernantes necesitan votos y ellos vienen de ciudadanos que pueden en su mayoría sufrir esos cuatro sesgos o errores de los que habla Capland. Es decir, la presión existe para implantar políticas erróneas, al menos en algunos casos. Estas consideraciones, por supuesto, muestran los serios defectos de la democracia y su creencia en el voto popular. Un voto que viene de personas que pueden ignorar las realidades.

            ¿Hay remedio? No lo creo.

            Es parte del juego democrático en el que no puede esperarse que los votantes sean expertos en cuestiones de política económica... aunque, desde luego, con una educación más elevada quizá se reduzca el número de personas con esos sesgos. La clave está en la estructura de gobierno, una que posea una clara división de poderes, que es lo que limita el poder de los gobiernos. Piense usted en Venezuela, por ejemplo: de existir una división del poder en ese país no se aplicarían como ley las órdenes del dictador.

            Volvamos a uno de esos sesgos, el de enfatizar más la creación de empleos que el promover la inversión productiva. Es claro que no se trata de crear empleos por crearlos, sino de facilitar la producción, que es lo que crea los empleos. Y sin embargo, Calderón construyó una plataforma sustentada en la creación de empleos, no en la inversión. Puede ser que Calderón esté equivocado en este sentido, o puede ser que sólo haya sido una estrategia electoral para hacerse atractivo al electorado. Aún no lo sabemos.

            The Economist (junio 16) trata este punto narrando la historia de la construcción de una presa en China. Los trabajadores usaban palas y el visitante inquirió acerca de la falta de equipo de excavación. Se le contestó que de usar ese equipo se perderían muchos empleos, a lo que contestó, “¡Ah, yo pensé que estaban haciendo una presa. Si están creando empleos, quítenles las palas y denles cucharas!”

Sea lo que sea, el libro pone sobre la mesa un tema de importancia universal, la preparación del elector para votar. El panorama que pinta Capland no es positivo: hay evidencias de fuertes equivocaciones en las opiniones de grandes segmentos de electores y eso es sin duda un riesgo para el bienestar de las naciones.

            Para América Latina, creo, el problema se complica doblemente y esta es la adición que quiero hacer a la idea de Capland para nuestra región.

En esta parte del mundo muchos intelectuales con influencia cometen los mismos errores del votante de escasa educación. Mucho de nuestra intelectualidad piensa que el comercio internacional es malo, que las cosas han empeorado y que el gobierno debe intervenir más. Es decir, la región tiene un problema doble, el de votantes poco preparados e intelectuales con la misma escasa preparación.


POST SCRIPTUM
Además de The Economist, el Wall Street Journal (10 julio) también comentó el libro, que no he leído. El problema de la obra, parece ser el de establecer una realidad innegable, la del votante que sostiene opiniones equivocadas, y asumir que eso necesariamente lleva a la implantación de políticas basadas en esos errores. No realmente esto último. De seguro un grupo de expertos no intelectuales gobernando produciría políticas más eficientes inmediatas, pero eso no es viable en política por el riesgo de dictadura. Para producir políticas públicas consistentemente eficientes la democracia no sirve, pero sí es de utilidad inmensa en evitar la tiranía y permitir cambios pacíficos de gobierno.

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